Las mil caras de Yolanda Díaz: lecciones de ‘management’ de una resistible ascensión
Luca Costantini relata la camaleónica carrera de la ministra de Trabajo. ¿Está lista para devorar el populismo que ayudó a engendrar y, de paso, a Pedro Sánchez?
Cuenta mi compañero Luca Costantini en su interesantísimo Yolanda Díaz. La seducción del poder que «los socialistas gallegos ya han entregado a la Moncloa un dosier sobre la historia personal y los métodos empleados por la ministra de Trabajo, con un mensaje a pie de página: ‘Ten cuidado con ella’».
La apariencia de Díaz engaña. «Para nosotros», recuerda en el libro un estratega de Podemos, «siempre fue una chica, por así decir, limitada».
La izquierda de la que procede tampoco ha ocupado tradicionalmente un lugar prominente en nuestro ecosistema político. Lo habitan activistas que consideran la Transición una estafa y que adoptaron ya en el felipismo el lema «PSOE y PP, la misma mierda es», un grito que durante décadas encontró un eco muy marginal en el electorado.
Hasta que en 2008 la marea bajó abruptamente y dejó expuestas las vergüenzas de la globalización.
Yolanda Díaz, la piedra en el zapato
Nacida en Fene, La Coruña, en 1971, Díaz se había estrenado como teniente de alcalde de Ferrol el año anterior a la caída de Lehman Brothers.
Militaba en Izquierda Unida y, para acceder al cargo, había perpetrado su primera deslealtad: después de formar parte del equipo de juristas que, por encargo de Julio Anguita, había impedido a Anxo Guerreiro que se presentara a las autonómicas en coalición con el PSdeG-PSOE, había pactado con Vicente Irisarri, el candidato socialista.
Irisarri fue probablemente de los primeros en pensar que podía manejarla.
No tardó, sin embargo, en convertirse en «una piedra en el zapato». Díaz organizaba ruedas de prensa para atacar las iniciativas del consistorio del que formaba parte, se burlaba del alcalde, boicoteó la visita de la Reina…
El cogobierno fue breve: 16 meses.
Yolanda Díaz, la nacionalista
La dimisión (o el cese) tuvo al menos la virtud de devolverla a la ortodoxia de IU, que la recompensó metiéndola en la cúpula nacional.
Se abría, sin embargo, una etapa complicada. En 2009 intenta entrar en el Parlamento gallego y fracasa. Dos años después, en las municipales, pierde la mitad de los ediles. Queda claro que la ruptura con el PSOE ha sido un fracaso y, en busca de un revulsivo, Díaz se vuelve hacia el nacionalismo.
El BNG vivía en aquel instante una controversia fratricida.
Xosé Manuel Beiras pretendía concentrar el discurso del partido en la crisis económica y, ante la imposibilidad de quebrar la resistencia de los sectores más conservadores, había creado una nueva formación: Anova, «ecologista, republicana e independentista».
Díaz le ofreció aliarse y la historia de Galicia (y España) ya no volvió a ser la misma.
De la escisión de Beiras y el acercamiento de Díaz emergió Alternativa Galega de Esquerda (AGE), la primera confluencia entre la izquierda radical y el nacionalismo republicano. Para la campaña, Díaz contrató a un asesor al que había conocido en un taller para jóvenes de Madrid. «Es un fenómeno», les dijo a sus colaboradores.
Se llamaba Pablo Iglesias.
Yolanda Díaz, la Tsipras gallega
Una de las primeras sugerencias que Iglesias le hizo a Díaz fue deshacerse de la bandera roja y postularse como «la candidata de la Syriza gallega». La idea era captar a las clases medias indignadas con la crisis, como había hecho Alexis Tsipras en Grecia, y transmutar la rabia en votos «contra esos sinvergüenzas que nos están gobernando».
AGE llenó plazas y auditorios y, el día de la votación, desbancó al BNG como tercera fuerza política.
Beiras estaba entusiasmado y dio alas a su joven y desconocida delfina. «Yo voté a Beiras, no a Yolanda», confiesa a Costantini un alto cargo de Podemos Galicia. «Es más, nadie sabía quién era Yolanda, y tampoco lo supimos cuando entró en el Parlamento gallego, a pesar de que él [Beiras] fue muy generoso y le entregó gran parte de la portavocía».
Yolanda Díaz, la rabiosa
Díaz aprovechará esa plataforma para introducir un nuevo estilo de oposición.
Ataca ferozmente al presidente Alberto Núñez Feijóo, al que llama «macarra» y «mafioso», hace la vida parlamentaria más violenta, fomenta las protestas de invitados que llevan incluso a la suspensión de algunas sesiones.
Pero su indignación ha prendido en la sociedad, que se organiza en mareas.
El éxito no pasa inadvertido en el resto de España y, cuando Iglesias decida transformar Podemos en un partido tradicional, en todas las secciones territoriales de IU se abrirá una controversia: ¿deben buscar el entendimiento con esos jóvenes?
Yolanda Díaz, la desbrozadora
El dilema no ofrece dudas para Díaz.
Los contrarios a la confluencia son una mala hierba que hay que arrancar. «Aquí hay que desbrozar», dictamina en vísperas de las elecciones de 2015. Y aunque en privado ha garantizado a Beiras su permanencia en Galicia, acepta sin dudar la oferta de Iglesias de ir en las listas de Podemos a las generales.
El líder nacionalista, que había dejado su partido histórico por una alianza inédita con Díaz, se enterará por la prensa.
«Fue la primera persona que me traicionó», confesará dolido. De repente ve diáfana la maniobra de esa arribista: ha aprovechado la exposición que él le ha dado para, primero, escapar del agujero negro en el que había acabado tras su salida del ayuntamiento de Ferrol y, después, dar el salto a la política nacional.
Ahora Pablo Iglesias es su gran valedor.
Yolanda Díaz, la cauta
El vuelo de Podemos no será, sin embargo, de largo aliento.
Su discurso populista tenía que ser por definición ambiguo, para abarcar el mayor número de sectores. Iglesias había agrupado en la lucha final a indignados del mundo entero, desde empresarios a okupas, pasando por izquierdistas de todos los partidos. El resultado había sido una fuerza de choque impresionante, pero ¿qué pasa cuando llega la hora de gobernar?
«Lo que se puede hacer con un sujeto político así», reflexiona Miguel Sanz Alcántara, militante del colectivo En Lucha, «es […] captar votos, pero nada más».
Las tensiones no tardan en surgir y la filosofía de Díaz será no mojarse. «No soy de Podemos», alegará, «así que no debo meterme». Asistirá impertérrita a las grandes purgas que tienen lugar en torno a Vistalegre 2 y, cuando las aguas se calmen, se arrimará a la sombra del ganador.
Yolanda Díaz, la amiga de Irene
El nuevo poder emergente se llama Irene Montero.
Con la defenestración de Errejón, la pareja de Iglesias se ha hecho con la portavocía de Podemos en el Congreso y, en diciembre de 2017, los periodistas parlamentarios le entregan el premio «azote del Gobierno por su labor de oposición». Es un momento dulce, pero que durará poco, hasta la polémica por la compra del chalé de Galapagar.
«Aquí todo cambia», escribe Costantini.
La moción de censura que derroca a Mariano Rajoy no hará más que corroborar el declive de Podemos. Al fino olfato de Díaz no le escapa la función ancilar que desempeña. Se ha convertido en una formación subalterna. El que manda ahora es Pedro Sánchez, aunque para entrar en el Ejecutivo hay que seguir dorándoles la píldora a Montero e Iglesias.
Y más que nunca, si cabe.
Yolanda Díaz, la superdotada para el acuerdo
Solo una vez instalada en el Ministerio de Trabajo empieza la guerra fría.
En el círculo de confianza de Iglesias no tardan en saltar las alarmas: Díaz, advierten, está aprovechando la cartera para promocionar su imagen. Tras lograr que el salario mínimo interprofesional suba a los 950 euros, presume de su capacidad de diálogo con los agentes sociales, de tener el «mandato de la mayoría social».
Tampoco se enfrenta a Carmen Calvo cuando intenta frenar la ley trans, ni acude a la manifestación del 8-M de 2020.
Mientras arrecian las críticas contra las iniciativas de Montero en Igualdad, que incluso desde el Gobierno se tildan de infantiles y sectarias, todo son elogios para Díaz. Un reportaje de El País la retrata como «una especie de superdotada para el acuerdo», una «extraterrestre en un entorno político de histeria enconada en el ‘no’ a todo».
No ha terminado el primer año de legislatura y ya tiene una imagen desligada de Podemos y hasta una narrativa propia.
Pese a ello, Iglesias (como Anguita, como Irisarri, como Beiras) se resiste a ver lo obvio y, cuando Isabel Díaz Ayuso adelanta las autonómicas madrileñas y decide lanzarse personalmente al degolladero, le confía el timón de la nave a Díaz. Será la ministra de Trabajo, y no Montero, quien lo sustituya en la vicepresidencia segunda.
«Puede ser la próxima presidenta del Gobierno de España», añade por si a alguien no le ha quedado clara su apuesta.
Lecciones de management (I)
The Economist dedicó hace unas semanas un comentario a la escuela de negocios de Stanford.
Presume de ofrecer el MBA más selectivo del mundo, y con razón: solo acceden a él un 6% de los solicitantes, frente al 10% de Harvard. De sus aulas han salido el primer ministro británico, Rushi Sunak; el hombre más rico de Asia, Mukesh Ambani, o la presidenta ejecutiva de General Motors, Mary Barra.
Como cualquier MBA que se precie, imparte contabilidad y finanzas, pero sus optativas más populares no requieren base matemática.
La primera se ocupa de la imagen pública y culmina con una actividad que a más de uno le arranca lágrimas: los alumnos deben ordenarse de acuerdo con su nivel popularidad. Resulta humillante y hasta traumático verse relegado a la cola, pero únicamente cuando conoces tus puntos débiles puedes corregirlos.
Lecciones de management (II)
La segunda optativa se llama «Gestión de empresas en crecimiento».
No enseña, sin embargo, a escalar un negocio, sino a reaccionar en esas situaciones en las que el aspirante a directivo se queda a menudo mudo: cómo rechazar el consejo no solicitado y poco práctico de un gran inversor, cómo responder a un periodista entrometido, cómo despedir a alguien…
Finalmente, está el módulo «Los caminos hacia el poder».
Está diseñado para jóvenes aprendices de Maquiavelo. Su responsable, Jeffrey Pepper, sostiene que muchos profesionales talentosos han visto cómo sus carreras se frustraban por «falta de destreza para manejar las dinámicas del poder».
¿Y cuál es el error más común?
Designar un heredero. La tarea del futuro delfín hay que repartirla entre varias figuras, para que se neutralicen entre sí. Xi Jinping ha interiorizado bien la lección. Donald Trump, por el contrario, alumbró su peor rival cuando impulsó la candidatura de Ron DeSantis en Florida.
Y todo indica que también Iglesias se equivocó.
Yolanda Díaz, la alternativa
A quienes criticaban la promoción de Díaz, los pablistas les replicaban que era alguien de confianza y, sobre todo, demasiado débil para plantarles cara. Carecía de apoyos orgánicos. «El problema de Yolanda es que no tiene partido», comentaban. «No tiene un ejército, e Irene [Montero] sí».
Pero la gallega no tardaría en subsanar esa limitación.
A lo largo de los meses siguientes trenzó alianzas con los nacionalistas catalanes y valencianos, con los depurados de Vistalegre, con los anticapitalistas, con los infiltrados… Empezaron a circular alarmantes rumores sobre sus encuentros discretos con la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. ¿Por qué Díaz siempre excluía a Montero y a Ione Belarra de esas charlas? ¿Qué estaba tramando?
Iglesias lo sabe perfectamente, porque ya se lo había explicado.
En un encuentro del verano de 2021, le esbozó su plan. Díaz consideraba que la estrella de Podemos se había apagado, como demostraba el pésimo resultado en las elecciones madrileñas, y le proponía lanzar una asociación sin siglas ni partidos.
En septiembre de ese año lo proclamaría a los cuatro vientos.
Fue con motivo del centenario del PCE. Por primera vez hizo pública su voluntad de liderar un «proyecto de país», «sin vetos ni exclusiones». Las masas la vitorearon: «¡Presidenta, presidenta, presidenta!» No hubo ni una mención a Podemos.
En noviembre de 2021 el CIS la consagraba como la alternativa a la izquierda del PSOE, una condición que han corroborado sondeos posteriores.
Yolanda Díaz, la transversal
Costantini explora la posibilidad de que detrás del fenómeno Díaz se encuentre la mano de la Moncloa.
Sin duda, «la sintonía con Sánchez es notable». Tienen mucho en común: «sin ideología, salidos de las juventudes y sin escrúpulos». A su lado, incluso Iglesias parece un dechado de coherencia, alguien fiable. La única religión de Díaz es «el electoralismo como valor determinante de toda la acción política», sostiene Costantini.
Se ha recorrido el espectro ideológico casi de punta a punta.
Ha sido marxista, nacionalista, agitadora del 15-M, populista… Estos son sus principios, pero si no les gustan, tiene otros. «Yo no quiero estar a la izquierda del PSOE», dice ahora, «le regalo al PSOE esa esquinita. Eso es algo como muy pequeño y marginal. Yo creo que las políticas que despliego son transversales».
Sospecha que el ciclo de la rabia está agotado y que los ciudadanos, hartos ya de la protesta y el frentismo, buscan gestión y consenso.
«¿Estamos en la resaca de la larga década populista?», se pregunta Costantini. «¿Está lista [Díaz] para devorar el populismo que ayudó a engendrar?» Lo único que se interpone ya en su irresistible ascensión hasta la hegemonía de la izquierda es Sánchez. Y si yo fuera él, no arrojaría a la papelera el dosier que han elaborado los compañeros gallegos.