Inflación galopante de masters y doctorados en el mercado laboral
Solo el 1,64% de las ofertas de empleo en España solicitan unas titulaciones de postgrado lastradas además por escándalos como la compra de doctores por Arabia Saudí
La inflación también se ha cebado con la titulitis. La generación que se acaba de jubilar fue la última que concebía un título universitario como garantía (si no se daba muy mal la cosa) de empleo. No había demasiados licenciados. Los de la siguiente ya estudiamos en facultades atestadas y, al salir a la vida misma con nuestro título bajo el brazo, nos dimos cuenta de que necesitábamos algo más para sobrevivir. Se produjo el boom de los masters. Tras la crisis de 2008, muchos aprovecharon las indemnizaciones (todavía de cierta enjundia, antes de las sucesivas reformas laborales) de sus respectivos ERE (siglas exóticas que llegaron para quedarse) para tomarse un tiempo y sumarle a su oferta laboral un doctorado, por ejemplo. Hoy ya no vale con un máster, ni siquiera con dos y un doctorado. Todos los títulos del Duque de Alba puestos en fila india apenas alcanzarían a impresionar a algún empleador despistado.
Según el último Informe Infoempleo-Adecco al respecto, solo el 1,64% de las ofertas de empleo en España solicita una titulación de postgrado. Lo más sangrante es la tendencia: hace un año la cifra estaba en el 1,86%. Y bajando. Los Master of Business Administration, los famosos (y caros) MBA tan de moda hace unos años, «siguen reduciendo su peso en las ofertas», mientras que se incrementa la demanda de «candidatos con formación especializada en el sector en el que van a trabajar, como es el caso de Calidad y Medio Ambiente, Vigilancia y Seguridad, Relaciones Públicas, Producción Audiovisual o Joyería, Relojería y Artículos de Regalo». Hay que afinar mucho el tiro. Y ni por esas.
¿Están los reclutadores hartos de la acumulación de masters y doctorados? ¿Les resulta sospechosa la proliferación de títulos? Otro informe, este público, de Datos y Cifras del Sistema Universitario Español nos da una pista: dispersos por el territorio nacional hay 1.067 centros universitarios entre escuelas y facultades, 544 institutos universitarios de investigación, 52 escuelas de doctorado, 56 hospitales universitarios y 77 fundaciones que imparten enseñanza superior. En el curso 2020-2021 se impartieron 3.062 titulaciones de grado, el 73,3% en universidades públicas. «Continúa la evolución ascendente desde el curso 2012-2013», nos dicen desde el Ministerio ad hoc, suponemos que llenos de orgullo. Los abogados siguen llevándose la palma: «La rama de Ciencias Sociales y Jurídicas es la que contó con un mayor número de titulaciones de Grado (1.093) mientras que la rama de Ciencias es la que cuenta con el menor número de grados impartidos (258)».
Más sangrante resulta el asunto del doctorado. Se impartieron un total de 1.173 titulaciones de Doctorado, 304 pertenecientes a la rama de Ciencias Sociales y Jurídicas, 273 a la de Ingeniería y Arquitectura y 236 a la de Ciencias. En el curso analizado por el informe hubo 90.426 estudiantes de doctorado y 1.067 obtuvieron lo que se supone que es la máxima titulación posible en el mundo académico. Más de mil eminencias del saber en un año.
La semana pasada, Benito Arruñada explicaba en «La reforma imposible de la educación» que «la inversión en educación es la clave del bienestar futuro; pero nuestro ingente gasto educativo, más que inversión, es mero consumo». Según las pruebas PIACC, las competencias promedio del graduado universitario español son similares a las de un neerlandés con educación secundaria. Pues eso.
A principios de año, el ABC perpetró uno de los titulares más hirientes que se recuerdan en la historia de la aristocracia académica: «Secretarios judiciales sin examen: dos cursillos de informática valen más que un doctorado en Derecho». Al parecer, «un centenar de interinos de la Administración de Justicia tienen la oportunidad de convertirse en secretarios judiciales con plaza fija en propiedad sin tener que opositar. Es decir, pasar a ser funcionarios de carrera sin someterse a un examen que mida sus conocimientos, solo con un concurso de méritos acumulados en los diez últimos años, en el que se otorga notoria ventaja, por puntos, a quienes son o han sido secretarios judiciales interinos». A nuestros efectos, lo más doloroso es que los cursos de informática de 120 horas de duración se valoran con 3,12 puntos, mientras que todo un doctorado en Derecho da solo cinco.
Los doctores sobreviven a esta inflación como pueden. A veces, vendiéndose al mejor postor tirando más de habilidad burocrática que de rigor científico (y justicia contractual). El País acaba de sacar a la luz una curiosa trama de corrupción: «Arabia Saudí paga a científicos españoles para hacer trampas en el ‘ranking’ de las mejores universidades del mundo». Básicamente, estos hábiles doctores solo tenían que declarar a las instancias calificadoras de la Champions League universitaria (el que más tirón tiene actualmente es el Shanghai Ranking) que realizan su trabajo principal de investigación en instituciones árabes a cambio de un sueldecito, mientras seguían trabajando, de hecho, en nuestra querida patria. Se ve que a los jeques del petróleo no les basta con llevarse a Cristiano Ronaldo a jugar al fútbol en el desierto. También quieren tener las mejores universidades en casa.
Ha habido cierto revuelo en ámbitos académicos. Aunque no consta que nadie haya dicho, literalmente al menos, aquello de «¡Qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!»