Apple, Leica, Fujifilm y Sony propician otra edad de oro en la industria de la imagen
Pese a la crisis innegable de determinados géneros, vídeo y fotografía pasan por un muy buen momento
Que el cine esté en crisis no significa que la imagen lo esté también. Si salas y largometrajes pasan por horas bajas se debe sobre todo a un viraje en la narrativa propiciado por las series en streaming y el efecto Amazon.
Plataformas del estilo de Netflix y HBO entienden la industria más como un McDonald’s que como un bistró. Una propuesta se lanza al público sin planteamiento, nudo y desenlace y se mantiene en pantalla en función de la audiencia. Si ésta garantiza la rentabilidad de la inversión, la misión del guionista ya no es la coherencia sino la longevidad.
Este atiborrarse de capítulos desmadejados, golpe sordo al viejo gran cine, se agrava por la cultura de la inmediatez instaurada desde Amazon: el consumidor quiere sus productos para ayer y el factor reputacional (las reseñas) se alimenta con la satisfacción velocísima de ese deseo.
Existe, sin embargo, una industria audiovisual paralela donde no entran en juego grandes productoras, sino pequeños y medianos creadores de contenido que son los que, al fin y al cabo, funcionan como motor de YouTube, Instagram o TikTok.
Desde prescriptores como Casey Neistat (12,6 millones de seguidores en YouTube) o Peter McKinnon (5,88 millones de seguidores) hasta centennials embarcados en sus primeras crónicas existenciales recurren para ello a diversas herramientas de imagen.
Mientras la revolución se consolida
Si en los últimos meses irrumpieron softwares de inteligencia artificial generativa como DALL-E-2, Midjourney o Stable Diffusion, y si los editores de fotos ya contaban con programas solventes como Luminar, la siguiente pista del horizonte que llegará la dio Adobe con su celebérrimo Photoshop y una funcionalidad que diluirá más aún los límites entre lo real y lo ficticio.
Pero no todo el mundo se sube al carro de lo novedoso. Un análisis siquiera superficial de la modalidad fotográfica más común (la que lisa y llanamente consiste en capturar una escena) saca a relucir interesantes casos de éxito entrelazados con el hilo de una conclusión: el sector de la imagen, que no es el de la fotografía artística o el fotoperiodismo, goza de buena salud.
La reina vive en Cupertino
Con el lanzamiento del primer iPhone en 2007, Steve Jobs y Apple removieron los cimientos de la sociedad planetaria, cuya nueva deidad, por delante del coche, es el smartphone. Sólo en 2022, la multinacional estadounidense vendió 225,3 millones de teléfonos. Con su objetivo estándar de 28 milímetros, el iPhone ha resucitado la popularidad del vídeo y la fotografía. Unos conocimientos mínimos permiten a cualquiera montar una pieza aceptable y publicarla en sus redes.
En el extremo opuesto se sitúa Fujifilm, compañía nipona que fabrica cámaras digitales con sensores aps-c y de medio formato, pero cuya gallina de los huevos de oro es la línea Instax, inspirada en las cámaras Polaroid. El auge de estos dispositivos analógicos es tan brutal que ya el año pasado superaron en facturación a la división entera de imagen de la rival Nikon.
Camino intermedio
La tercera vía, la más ortodoxa desde el ángulo fotográfico, también carbura. El 48% de las ventas de Sony en este ámbito se nutre de su colección de cámaras específicamente pensadas para vlogging, según los datos más recientes de la compañía.
Incluso la germana Leica, cerca de quebrar por no afrontar en su día a tiempo la transformación digital, despunta hoy con su icónica montura M, capaz de ofrecer cámaras de carrete como la M6, prestando su logo a terminales de última generación de Xiaomi y Sharp e incluso comercializando el suyo propio, el Leitz Phone.