El catedrático que niega que la generación mejor preparada viva peor que la de sus padres
Carabaña: «Los datos desmienten todas las conjeturas sobre averías en el ascensor social»
Doña Eloísa, la protagonista de La llamada, es una de esas abuelas llenas de bondad que pueblan el universo de Carmen Laforet.
Un día, tratando de ayudar a una sobrina, doña Eloísa la sigue por «un barrio de callejas oscuras» hasta una «habitación pequeñísima». La sobrina no solo vive en aquel espacio mínimo, sino que lo comparte con una mujer sucia y desagradable, como la propia habitación. Hay «una cama con las ropas grises» y una especie de tocador «cargado de cosas. Desde unas medias arrugadas, pasando por barras de labios, una caja de rímel, una polvera y la fotografía de un bailarín, hasta un bocadillo a medio comer».
—No siempre he vivido así —se justifica la mujer al advertir un leve reproche en la mirada de la anciana—. Es el azar, el destino. Unos tienen mucho, otros tienen poco. Para unos la vida es fácil, para otros difícil.
La lotería genética reparte suerte
Los reveses forman parte inextricable de la vida y el modo en que se distribuyen no es ni uniforme ni equitativo.
A algunas generaciones, como la del relato de Laforet, les trunca el futuro una guerra; a otras, como la de los boomers, la historia les brinda por el contrario décadas de paz y abundancia. Lo normal es, de todos modos, un patrón intermedio: expansiones no tan largas interrumpidas por caídas no tan catastróficas.
En el largo plazo y con los obligados altibajos, el balance ha sido hasta ahora positivo.
Como declaraba la OCDE en 2018, «en muchos países vivimos mejor que nuestros padres: tenemos niveles de ingresos más elevados, a menudo tenemos mejor educación que ellos, habitamos mejores casas y disfrutamos electrodomésticos y servicios de mayor calidad». Sin embargo, cada vez más voces alertan de que esa progresión no va a mantenerse y que incluso habría empezado a revertirse, como denunciaba el manifiesto de Juventud Sin Futuro, una organización creada al calor de la Gran Recesión.
«¿De verdad será así?», se plantea Julio Carabaña en Tres aproximaciones a la desigualdad en España, una reciente publicación de Funcas.
Un salario medio inferior…
El catedrático emérito de Sociología aborda, en primer lugar, la evolución de los ingresos: ¿han descendido en relación con los de los padres?
La serie elaborada a partir del Panel de Hogares de la Unión Europea, la Encuesta de Condiciones de Vida y la Encuesta de Estructura Salarial refleja efectivamente una caída en la remuneración media de los jóvenes del 14% entre 1993 y 2019 y avalaría, por tanto, la tesis de que la generación mejor preparada de la historia va a vivir peor que sus progenitores.
«Ahora bien», añade Carabaña, «cobrar menos por el trabajo asalariado no es exactamente lo mismo que vivir peor».
… pero una tasa de ocupación mayor
Pensemos en una sociedad en la que hay 100 jóvenes, de los cuales 60 están ocupados y perciben un salario medio mensual de 3.000 euros. Tres décadas después, el paro ha caído y trabajan 80, pero la renta media es ahora de 2.800 euros. Si nos limitamos a comparar sueldos, está claro que se ha producido un deterioro, pero ¿está peor esa juventud como colectivo?
Es dudoso y, por eso, un indicador más adecuado «que las rentas laborales de los que trabajan son las rentas laborales del conjunto», que incorporan «los cambios en la tasa de ocupación».
¿Y cómo se han comportado esas «rentas laborales del conjunto»? Se incrementaron hasta un 45% entre 1993 y 2007, volvieron al nivel de 1993 en 2013 y habían progresado hasta un 20 % en 2019. «De acuerdo con este indicador —sentencia Carabaña—, lo más que pudo decirse en los peores momentos de la crisis es que los jóvenes vivían igual, pero no peor que sus padres».
Los títulos no se han devaluado
Lo siguiente que hace Carabaña es comparar profesiones: ¿tiene la juventud actual peores ocupaciones?
Tampoco. El nivel de los hijos ha superado ampliamente el de los padres. Ya, pero ¿no deben esforzarse más para obtener idénticos empleos? A primera vista, el rendimiento de los estudios sería peor, pero una vez más hay que tomar los datos brutos «con dos reservas importantes». La primera es que las diferencias no son grandes y, la segunda, que se está comparando a hijos de entre 26 y 35 años, al comienzo de sus vidas laborales, con padres ya cuarentones, que probablemente estén en el pico de sus carreras.
«Cabe esperar que la diferencia se elimine o incluso se invierta» cuando la edad sea la misma.
Los rumores sobre la avería del ascensor social…
Finalmente, Carabaña se pregunta por el ascensor social.
La opinión dominante es que la meritocracia no funciona. «En una sociedad perfecta —sostiene el sociólogo Carlos Gil Hernández—, los hijos de los que están en la cúspide social deberían bajar si no valen, pero eso nunca pasa. […] El ascensor de bajada no funciona y el de subida se ha parado un poco, porque España es un país con menos empleos de alta cualificación. […] Si los hijos de los que están arriban no bajan y no se crean puestos arriba, los que están abajo tendrán complicado subir. Los puestos de las élites son limitados y, si no bajan ni aunque tengan una habilidad y un mérito bajo, la movilidad social no funciona».
Se trata de una explicación fácil, clara, plausible y equivocada.
… y la realidad
Los estudios realizados en Francia revelan que, entre 1970 y 2003, la movilidad progresó de forma continua, en particular la de las clases bajas. También en el Reino Unido se han comparado datos de 1990 y de 2005 con resultados similares. En cuanto a España, a lo largo de ese período las pautas de movilidad no dejaron de aumentar.
¿Y no se ha roto esta tendencia desde la Gran Recesión?
Al contrario, dice Carabaña. La movilidad absoluta global, es decir, la que mide cuántos jóvenes comparten la categoría profesional de sus padres y cuántos están en una distinta, «ha mejorado claramente entre 2005 y 2019, con unos seis puntos porcentuales más de «móviles ascendentes», más o menos los mismos de «móviles descendentes», y menos de «inmóviles», tanto entre hombres como entre mujeres».
«Los resultados —concluye Carabaña— desmienten todas las conjeturas sobre averías, de un tipo u otro, en el ascensor social».
Cualquier tiempo pasado fue anterior
«Toda vida es, mientras se está viviendo, más o menos angustiosa, porque consiste en problemas indómitos», escribe José Ortega y Gasset.
El colapso de las subprime, la covid o el calentamiento global se yerguen frente a nosotros terribles y amenazadores, mientras que, al volver la vista atrás, vemos «junto a los problemas que nos abrumaron las soluciones, mejores o peores, que recibieron». Es una charada cuya respuesta «poseemos de antemano». Todo parece más sencillo.
Se trata, sin embargo, de un espejismo: las personas siempre nos sentimos con el agua al cuello.
No discutiré que hay problemas y problemas. La Gran Recesión es una bestia de una naturaleza completamente distinta a los sobrecalentamientos de los años 90, que Alan Greenspan reducía como a gatitos con un rápido chasquido de su látigo. En la lotería macroeconómica, los mileniales han sido sin duda menos afortunados que los boomers.
Pero, ¿tienen más motivos de queja que doña Eloísa?
La lección de doña Eloísa
«Doña Eloísa —cuenta Laforet— no despegó los labios» ante la justificación de la mujer sucia y desagradable. Pensó que no le faltaba razón. El destino no trata a todos por igual. Unos tienen mucho, otros tienen poco y, en la Barcelona de la posguerra civil, la existencia no era muy fácil para nadie.
Pero entonces la mujer sucia y desagradable volvió a la carga con lo injusto que era todo y con que si Dios existiera no lo consentiría, y doña Eloísa no pudo reprimirse.
—Yo sé una cosa —saltó con una vocecilla temblona—: que Dios existe y que la miseria puede llevarse de muchas formas. En casa hemos pasado hambre, pero no hubo suciedad ni abandono, porque mi nieta es una mujer heroica; ella tiene su pago en su conciencia limpia y en el respeto de su marido, y como ellas tantas mujeres, tantos hombres que se sacrifican… ¿Es esto injusto? No todo depende del dinero, ni siquiera de la juventud ni de la salud. Yo he vivido mucho y lo sé.
Un golpe de mala suerte nos puede sumir en la ruina, pero caer en la autocompasión es el inicio de una pobreza mucho peor, porque, como bien sabía doña Eloísa, es irreversible y no se abandona ni cuando las cosas mejoran.