La otra opción de Calviño para Telefónica
La vicepresidenta en expectativa de destino hacia Europa puede ser clave en una fusión transfronteriza
La vicepresidenta Nadia Calviño quiere nadar y guardar la ropa en estos momentos críticos de su carrera dentro del Gobierno. A pesar de su expreso deseo por alejarse del mundanal ruido político en España, la todavía responsable del Ministerio de Economía ha conseguido in extremis que Pedro Sánchez no rebaje de antemano sus galones en el pacto con Yolanda Díaz para la investidura de esta próxima semana. La ministra se negó en rotundo a que la alianza con Sumar incluyera la recreación de la extinta Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones (CMT), cuyas funciones reguladoras solaparían los ámbitos de actuación de su departamento, al que se adscriben ahora dos secretarías de Estado vinculadas con las telecos, las infraestructuras digitales y la Inteligencia Artificial. De ahí que el armisticio social populista comprenda solo la recuperación de la Comisión Nacional de la Energía (CNE), cuyas atribuciones descansan bajo el control de Teresa Ribera y su Ministerio de Transición Ecológica.
El presidente del Gobierno no quiso tampoco hacer un desaire a una colaboradora que será de inestimable ayuda en el futuro, tanto si es elegida presidenta del Banco Europeo de Inversiones (BEI) como si su candidatura es derrotada en favor de la danesa Margrethe Vestager. En este segundo supuesto, Calviño tiene el compromiso de Sánchez para convertirse en comisaria europea tras las elecciones a la Eurocámara de junio próximo, una contingencia que puede implicar su salida automática del futuro Gobierno de la amnistía. El líder socialista quiere asegurarse un mínimo de estabilidad en los primeros compases de legislatura y está pensando seriamente si mantener ahora a Calviño en su nuevo gabinete, con el inconveniente que supone forzar dentro de unos meses otra crisis ministerial con el nombramiento de un nuevo titular al frente de Economía. Lo más lógico es que la vicepresidenta diga adiós más pronto que tarde, pero antes de formalizar su despedida oficial, Calviño quiere blindar su mando en plaza hasta el último minuto.
El interés de la vicepresidenta por mantener bien alto el pabellón de las apariencias tiene su contrapunto en el carrusel de movimientos corporativos y societarios que se han desatado en el mercado de las telecomunicaciones. La calma chicha que disfrutaba el sector estos años atrás ha dado lugar a una tempestad que amenaza con poner patas arriba el mapa de una industria estratégica para el desarrollo tecnológico y la seguridad nacional. Calviño no quiere ahora ceder ni media fisura en el tratamiento de choque con que el Gobierno va a tener que encarar la incorporación de nuevos actores, no necesariamente deseados, en el capital de Telefónica y Vodafone. Un desafío político inesperado que se complica sobremanera con la interminable fusión de MásMóvil y Orange, cuyas concesiones obligadas en materia de competencia supondrán a su vez la confirmación de la rumana Digi como cuarto en discordia.
El liderazgo de Telefónica, claramente amenazado
Los más optimistas creen que esta reconversión provocará una guerra de precios que favorecerá al consumidor gracias al impulso de ofertas ‘low cost’ para todos los gustos, pero las autoridades de competencia están convencidas de que el fondo británico Zegona terminará dando buena cuenta de Vodafone una vez culmine una primera fase con su típico ajuste de caballo. El que fuera segundo operador global se ha pegado un trastazo en España que pasará a los anales y buena prueba de ello reside en el precio de venta, fijado en 5.000 millones de euros. Baste recordar que en 2014 Vodafone pagó 7.200 millones por Ono en una operación que significó el principio del fin de su apogeo en nuestro país. Nada tendría de particular que los nuevos dueños vendieran la empresa al mejor postor facilitando un proceso de consolidación que reduciría el sector a tres grandes marcas en un nuevo oligopolio al uso del que funciona históricamente en el mercado de la electricidad.
El movimiento de tierras amenaza además el liderazgo de Telefónica en beneficio de la empresa que nazca con la integración de MásMóvil y Orange. La heredera del antiguo monopolio está a punto de perder su carácter incumbente no sólo en su privilegiada posición de mercado sino también en su consideración como emblemático ‘national champion’ al frente de la marca España. La entrada del capital estatal árabe en Telefónica supone un replanteamiento drástico de todo el ‘equity story’ y lo peor es que los más avezados analistas consideran que la irrupción de la Saudi Telecom Company (STC) no deja de ser una buena noticia a la espera de que la compañía despierte de su desesperante letargo en bolsa. Dicho de otro modo, el modelo de negocio que defiende José María Álvarez-Pallete en su flamante plan estratégico no ofrece por sí solo mayores garantías a los grandes fondos de inversión.
«El Gobierno dilatará todo lo posible el visto bueno a la entrada de la Saudi Telecom Company (STC) en el capital de la operadora española»
La debilidad manifiesta del proyecto empresarial de la operadora española y la inestabilidad generalizada en el sector de las telecomunicaciones constituyen el banderín de enganche con que Calviño trata de asegurar su relación de influencia sobre Pedro Sánchez mientras hace las maletas en busca de un nuevo plan de carrera en Europa. La vicepresidenta ha trasladado a su jefe en funciones la inconveniencia de utilizar a la SEPI como brazo financiero para hacer frente a los fondos soberanos que asoman en el horizonte de empresas básicas como es el caso de Telefónica. La iniciativa espoleada como mecanismo de blindaje desde algunos sectores de la propia compañía corre el riesgo de ser muy mal interpretada en Bruselas y dejaría a Sánchez al pie de los caballos con el nuevo Gobierno de la Comisión Europea, aparte de que podría motivar la huida del capital de alguno de los actuales socios españoles de referencia.
La asignatura pendiente de las ‘telecos’ en toda Europa
El BBVA tiene contabilizada su participación de casi un 5% en Telefónica como disponible para la venta, lo que induce a pensar que tomará las de Villadiego a poco que la entrada de STC reactive el valor en bolsa. La afirmación de Calviño cuando defiende la necesidad de valorar todas las opciones como garantía de integridad en Telefónica no es más que un argumento retórico de uso canónico en Bruselas, pero su apuesta se orienta de manera preferente a la formación de un núcleo duro de inversores institucionales que contribuyan a reforzar la compañía presidida por Álvarez-Pallete con una nueva masa crítica accionarial. El detonante de dicha reestructuración del capital tiene que ser de origen privado y la ministra entiende que será mejor esperar un tiempo prudente para que Sánchez pueda ejercer todo su poder de persuasión, BOE incluido, con las grandes corporaciones empresariales del país.
Calviño considera que la tensión con el Ibex se rebajará en cuanto se forme Gobierno y que los grandes hombres de negocio, o te aclimatas o te aclimueres, no tardarán en buscar la colaboración oficial en pro de sus intereses. No se olvide que buena parte de las principales sociedades cotizadas trabaja en mercados regulados y su margen de actuación obliga a mantener exquisitas relaciones con la Administración Pública. El tiempo juega a favor del jefe del Ejecutivo y también de su colaboradora en expectativa de destino porque las telecos constituyen una de las grandes asignaturas pendientes en Europa y el futuro de Telefónica, más allá de las escaramuzas puntuales e internas, tendrá que debatirse a escala continental. La fusión con alguno de los grandes rivales europeos, entiéndase Deutsche Telekom, es también una de esas opciones que invoca Calviño. No digamos ya si la vicepresidenta termina, como realmente le gustaría, en el nuevo colegio de comisarios y al frente de la cartera de Competencia.