Un puto rollo
«La oportunidad laboral de muchos parece ser una mera renovación generacional»
Llevamos años con la presente bicoca. Los jóvenes analfabetos quieren ser famosos (sin especificar profesión, solo “famosos”). Los jóvenes universitarios quieren ser funcionarios: sueldo fijo y sueños pequeños. Vacaciones, 14 pagas, ingresos en la cuenta puntuales. Los más arriesgados se van (casi tres millones trabajan en el extranjero) y los de aquí eligen pájaro en mano antes que ciento volando. Techo y trabajo. Y ese 80% que, en los peores casos, dedican la mayoría (ni famosos ni titulados) a la vivienda, según todos los portales inmobiliarios.
El dato endulza las peores bocas, engolosina los ojos más vivos, quita las legañas de golpe. Un millón de empleados públicos se jubilarán en los próximos 10 años. El dato lo ofrece el Instituto Nacional de Estadística (INE), a través de los datos de asalariados del sector público durante el 2023. La oportunidad laboral de muchos parece ser una mera renovación generacional. Europa dice que adelante, que un curro es un curro y que estupendo. El viaje, por territorio nacional es modesto, y puede hacerse con dinero de monedero. El 60% del empleo público lo aglutinan las Comunidades Autónomas. Seiscientos mil trabajadores superan los 55 años, referido a entes locales y municipales casi doscientos mil, y la Administración Central y Seguridad Social concentran a ciento sesenta mil, sin olvidar el pico de los cincuenta mil que suman el resto de administraciones. El mayor antidepresivo, verde como una golosina para las bocas mojadas, son las palabras del ministro Escrivá: “El 60% de la Administración se jubilará para el 2032, lo que equivale a unos cien mil funcionarios de carrera y personal laboral fijo. Nos enfrentamos a un desafío extraordinario en términos de relevo generacional”.
Escrivá quiere invertir en capital humano, lo dice a diez años vista, para que todos vayan buscando los temarios por los botones del día, sin falta de las antiguas fotocopias. El ministro Escrivá adorna la arenga con fotos, hace su propio álbum, y señala cómo el mercado laboral, da igual público o privado, adolece de déficit de inversión en capital humano. No cuenta un breve apunte: a pesar de las ofertas récord de empleo público, la Administración pierde obreros a un ritmo del 10% desde el 2008. No cuenta el temor más extendido: si el funcionario del futuro no será un robot barato. Suple a la demografía, y explica el dato de una subida de dos millones de tíos añadidos trabajando, y aplaude una era digital repleta de nuevos servicios y prestaciones. Jubilaciones masivas para una Administración general de viejos, gente mayor, baldados, cansados, y donde todos tienen más de 50 tacos. Añade Escrivá, para quitar un poco de miedo al cadenón clavado al tobillo hasta la muerte, el fenómeno discotequero y nuevo de la “jubilación flexible” (si cansas, te das el piro, no pasa nada porque nosotros no nos mosqueamos). Habrá carta de retiros, desde la Seguridad Social, para elegir el más sano y equilibrado, sin grasas y con proteínas, sin colesterol y con muchas vitaminas y alcaloides. Añade Escrivá hasta una poética horaciana: “Es importante que en cada uno de los correspondientes ámbitos de jubilación existan los incentivos adecuados para ella”. Muy, muy bien.
Jubilación parcial, jubilación anticipada, jubilación demorada… y más y otras jubilaciones cada una con su apellido y DNI. El Ministerio de Hacienda y Función Pública saca su libro: Estudio sobre el envejecimiento de las plantillas en la Administración General del Estado y proyección futura a 2032. ¿Qué riqueza supone –sin faltar al respeto a nadie, ni siquiera al señor ministro- un país entero de funcionarios? ¿No lastra la vieja obsesión de Papá Estado, por intentar vivir de Papá Estado, el sueño de libertad personal, riesgos propios asumidos y desafíos más allá de todo horizonte cercano? Un país entero de funcionarios, aburrido y monocromo, puede tener aires generales de cementerio civil. Vivimos una España de gente que se iba y volvía, de gente activa que se pluriempleaba aquí y renunciaba a cualquier cota fija de ingresos, de gente que no dejaba de moverse e inventaba a cada instante. Un país llano, muy amarillo, entero de funcionarios y funcionarias, será un país aburrido. Un país de viejóvenes, sí, donde todo el mundo tras la ventanilla tendrá los mismos años de los hoy jubilados. Un país de calmados, sedados, dormidos y apartados.
Nadie pregunta a la Universidad, en mayúsculas, asunto curioso. ¿Era la Función Pública el futuro inmediato para nuestros universitarios duchos en mil idiomas y con un máster diferente en cada bolso? Un país entero de funcionarios es el mejor rebaño de ovejas dóciles, leales, cabales, angelicales. Nadie menciona tampoco, asunto curioso, los suicidios largos. Un techo de sueldo y vida, un techo laboral del puesto de trabajo estabulado y sin posible crecimiento o ascenso, igual es la mejor vía para la depresión crónica y el deceso por falta de aire limpio. Ese país entero de funcionarios hasta la misma línea del horizonte huele a sueño eterno del que será imposible despertar. Los más risueños dan patadas al balón: ya está, un sueldo fijo por familia (el de funcionario), y pronto llegarán los hijos, subiremos la demografía y seremos imbatibles. Hay algo que suena mal dentro del país entero de funcionarios: falta de apetito, mundo gris, indolencia, galbana, molicie. Un puto rollo.