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Economía

Por qué el prófugo Carles Puigdemont está cada día más fuerte en los sondeos electorales

¿En virtud de qué rara alquimia puede un votante considerar un héroe al que huye oculto en el asiento trasero del coche?

Por qué el prófugo Carles Puigdemont está cada día más fuerte en los sondeos electorales

El secretario general de Junts per Catalunya, Jordi Turull, y el expresidente de la Generalitat y candidato de Junts a las elecciones catalanas, Carles Puigdemont, durante un acto de campaña. | Glòria Sánchez - Europa Press

Desde que se refugió en Waterloo, la figura de Carles Puigdemont no ha dejado de agigantarse.

Para las próximas elecciones catalanas, casi todos los sondeos dan una ventaja clara a Junts sobre ERC, cuyo líder, Oriol Junqueras, asumió honorablemente su responsabilidad tras la declaración unilateral de independencia de 2017. ¿En virtud de qué extraña alquimia mental una señora de (pongamos) Sant Pol de Mar considera que el héroe es el que huye «agazapado en el asiento trasero» de un coche y el villano, el que ingresa en prisión?

Es un fenómeno llamativo, pero en absoluto insólito.

Atajos cognitivos

No está claro cómo los individuos llegan a creer en lo que creen.

Algunos forman su criterio cuidadosamente, asegurándose de la consistencia de los hechos en los que apoyan cada paso, pero se trata de un método agotador y poco práctico. Por lo general, recurrimos a atajos. Eso explica por qué, como escribe Daniel Kahneman, tenemos opiniones «sobre casi todas las cosas que se nos ponen delante. Las personas nos caen bien o mal mucho antes de saber nada de ellas; confiamos o desconfiamos de los extraños sin motivo aparente, y concluimos que un negocio tendrá éxito sin analizarlo».

¿En qué consisten esos atajos?

El rabo menea al perro

Kahneman sostiene que nos damos a nosotros mismos el cambiazo, sustituyendo las preguntas difíciles por otras más sencillas.

No creo, por ejemplo, que la señora de Sant Pol de Mar se haya planteado si merece la pena la secesión de Cataluña, una cuestión muy compleja y que carece seguramente de respuesta satisfactoria. Se habrá limitado como mucho a preguntarse: «¿A mí por qué no me dejan decidir en un referéndum?» y, una vez activada la indignación, ha buscado una narración que la justifique.

«Nuestras preferencias políticas —sostiene Kanheman— determinan los argumentos que consideramos convincentes», y no al revés.

La lealtad no es el producto de la razón; la razón es una esclava de la lealtad. Y aunque a la señora de Sant Pol de Mar la asalte en ocasiones alguna duda sobre las intenciones últimas de Puigdemont («A ver si este únicamente pretende arreglar su situación personal»), la mente «es más una apologista que una crítica de las emociones», según Kahneman, y no tarda en encontrar motivos para seguir votándole: la amnistía va a traer la concordia, es un patriota, no se arrodilla ante nadie, etcétera.

Como dice el psicólogo Jonathan Haidt, «el rabo emocional menea al perro racional».

El arca sideral

Una vez armado un relato coherente, la evidencia no sirve de mucho.

Los psicólogos sociales Leon Festinger, Henry W. Riecken y Stanley Schachter recogen en su libro Cuando las profecías fallan la increíble y triste historia de la Hermandad de los Siete Rayos, una de las primeras sectas platillistas. Su líder, Dorothy Martin, aseguraba que los extraterrestres le habían comunicado telepáticamente que un segundo diluvio universal iba a devastar el mundo el 21 de diciembre de 1954, pero que un grupo de elegidos sería rescatado como Noé por un arca sideral que aterrizaría en su jardín unos días antes.

La fecha fijada eran las cuatro de la tarde del 17 de diciembre, pero ni hubo apocalipsis ni se presentó ninguna aeronave.

A medianoche, Martin explicó que los alienígenas habían reagendado el evento para el 21 de diciembre, justo antes de las pavorosas inundaciones, así que los devotos volvieron a reunirse en la casa de Martin y aguardaron. «El reloj dio las doce —cuentan Festinger et al—. Cualquiera habría esperado algún tipo de gesto visible. La medianoche había llegado y no había ocurrido nada. […] Pero apenas se apreciaba ninguna respuesta en las personas que ocupaban la estancia. No hablaban, no hacían ningún ruido». Cinco horas después todavía seguían «petrificadas, con los rostros congelados e inexpresivos».

No puede concebirse refutación mayor de una hipótesis, pero ¿abandonaron por ello su militancia?

Disonancia cognitiva

Cuando abrazas una doctrina y te comprometes con ella de palabra y obra, es más difícil que te afecten las pruebas que la cuestionan.

Aunque unos pocos se desengañaron, la convicción de muchos de los hermanos de los Siete Rayos se robusteció tras aquella experiencia. Martin reveló que, conmovido ante su fe inquebrantable, Dios había postergado indefinidamente la subida de las aguas y la mayoría salió a proclamar la buena nueva con entusiasmo renovado.

El fenómeno se conoce en psicología como «disonancia cognitiva».

Cuando todos son de la misma opinión

A las personas nos incomodan las incoherencias, pero no adoptamos siempre la estrategia más honesta para combatirla.

En el caso de los platillistas, «la disonancia [entre teoría y realidad] —escriben Festinger et al.— habría desaparecido renunciando a la creencia impugnada», pero también menospreciando «el hecho de que la predicción se había incumplido». Y el mejor modo de lograrlo era convencer a otros de que, contra toda apariencia, llevaban razón.

«Cuando todos son de una misma opinión —argumentan Festinger et al—, no cabe la menor duda sobre su validez».

Los incombustibles tesalonicenses

Idéntica reacción se observa entre los tesalonicenses a los que san Pablo había anunciado la segunda venida de Cristo.

«Ninguno de vosotros morirá sin haberlo visto», les había dicho. Y cuando uno de ellos falleció sin que nada sucediera, san Pablo los convenció de que la ausencia de cambios era ilusoria y que, si despreciaban el testimonio engañoso de los sentidos y las exigencias falaces de la lógica, suyo sería el Reino de los Cielos.

Ante semejantes precedentes, que la señora de Sant Pol de Mar considere que el héroe es el que huye agazapado en el asiento trasero de un coche y el villano, el que ingresa en prisión, es una banalidad.

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