Alicia Coronil: «España crece por el turismo, pero las bases de su economía no son sólidas»
«Nuestras empresas son pequeñas, nuestra deuda enorme y el sistema educativo está desconectado del mercado»
Mientras preparaba este podcast, cayó en mis manos una entrevista de Manuel Vázquez Montalbán a Mariano Rubio.
Corría el año 1984, a Mariano Rubio lo acababan de nombrar gobernador del Banco de España y Vázquez Montalbán comienza el retrato diciendo: «Son los últimos brujos que quedan. Ya no hay filósofos en Occidente y su lugar lo detentan ahora los economistas, cuya aura sigue intocada y son cada vez más temidos por los peatones de la historia».
Vázquez Montalbán era un prosista excepcional, pero nunca ocultó su militancia comunista y todo el texto está traspasado por esa desconfianza de la izquierda hacia la ciencia económica a la que trata como una ideología más, en pie de igualdad con el marxismo, el mercantilismo, la fisiocracia. El propio término de brujos que usa establece un paralelismo entre la cábala y la economía, entre las leyes de la alquimia y la teoría cuantitativa del dinero, entre el Pentateuco y el Samuelson.
A Alicia Coronil Jónsson (Madrid, 1973) no le gusta nada la comparación.
«No considero en absoluto que nuestra profesión sea equiparable a la de los brujos —dice—, pero sí noto que vivimos un entorno muy polarizado, en el que los ciudadanos no buscan expertos que los orienten, sino líderes que ratifiquen lo que ellos piensan. Hay poco deseo de aventurarse en una zona de grises, aunque en la vida nada es nunca o blanco o negro. A mis alumnos siempre les insto a cotejar fuentes y desconfiar de los mensajes categóricos que se lanzan desde ciertas atalayas».
Doctora en Economía por la Universidad San Pablo CEU, Coronil es economista jefe de Singular Bank y da clases de teoría económica y análisis del entorno económico en la ESIC Business Marketing School.
Lo que sigue es una transcripción extractada y editada de la conversación que mantuvimos en The Objective/ El Liberal.
PREGUNTA.- Es muy complicado colocar un discurso matizado en una sociedad que te reclama medidas tajantes, y no solo en España. Ha crecido asimismo la desconfianza entre las grandes potencias.
RESPUESTA.- Podríamos decir que existe cierto parecido entre los años 20 actuales y la década de los 20 del siglo pasado. También entonces hubo una pandemia, la mal llamada gripe española, y la gente emergió de ella con unos deseos enormes de vivir y de recuperar el tiempo perdido. Pero el auténtico paralelo es con los años 50. Asistimos a una nueva guerra fría entre las economías avanzadas y el eje que forman China, Rusia, Venezuela, Corea del Norte, Irán… Eso ha creado una sensación de fragilidad, que la invasión Ucrania y la guerra en Gaza han exacerbado, y es legítimo que los europeos pensemos en cómo nos defendemos, no solo en el terreno militar, sino en el comercial. Si China incumple las reglas de juego, tenemos que proteger nuestra industria, aunque sin ocasionar daños mayores a la competitividad y el crecimiento.
«Hay una nueva guerra fría entre las economías avanzadas y el eje que forman China y Rusia y es legítimo que los europeos pensemos en cómo nos defendemos»
P.- Cuando China ingresó en la Organización Mundial del Comercio (OMC) creíamos que la libertad económica se contagiaría a la política. Está claro que pecamos de ingenuos.
R.- Hay una serie de países que no solo no van a renunciar a su autoritarismo, sino que están intensificando los controles sobre la población. China ha adoptado un sistema [de crédito social] que evalúa si eres o no un buen ciudadano [y en virtud de la puntuación obtenida, te permite hacer más o menos cosas, como viajar en AVE o alojarte en determinados hoteles]. Irán ha instalado cámaras para monitorizar a las mujeres y castigar a las que se quitan el velo. Estas actuaciones están en las antípodas de lo que en Europa creemos que es esencial para el progreso, como la separación de poderes, la igualdad de oportunidades, una sociedad civil vigorosa… Lejos de darse una convergencia entre bloques, lo que vemos desde la pandemia es un alejamiento.
«Durante décadas, hemos considerado positivo no gastar en armamento, pero para preservar la paz necesitas capacidad disuasoria»
P.- Los logros de China en las últimas décadas son indiscutibles. Hace unos años, se daba casi por sentado que acabaría destronando a Estados Unidos, pero últimamente no está tan claro, porque atraviesa una fuerte crisis.
R.- Sin duda, pero aquí el área que muestra mayor debilidad es Europa y por eso me gusta el informe Letta [del ex primer ministro italiano Enrico Letta, en el que se insta a fortalecer el mercado único] y me gusta el discurso de Mario Draghi [en Bruselas el pasado 16 de abril, en el que reclama «un cambio radical»]. También la última intervención de [la presidenta del BCE] Christine Lagarde en el Peterson Institute va en la misma línea y subraya que se ha producido un cambio de paradigma y que el viejo ya no sirve.
P.- ¿En qué sentido?
R.- En todos. En el banco [Singular] lo hemos bautizado como las 5d [por digitalización, descarbonización, desconfiguración del orden internacional, desglobalización y demografía]. Estas megatendencias nos obligan a reconsiderar todas las políticas continentales. Durante décadas, hemos considerado positivo no gastar en armamento, pero para preservar la paz necesitas capacidad disuasoria. Tenemos que repensar asimismo el estado de bienestar, porque la transición demográfica lo está sometiendo a una enorme presión que ya se manifiesta en déficits públicos crecientes. Y debemos sobre todo ser conscientes de que la defensa de la democracia requiere huir de la polarización y la fragmentación y profundizar en el proyecto de la UE, como sostienen Letta y Draghi. Hay que acometer proyectos industriales y tecnológicos paneuropeos. Solo así evitaremos que esas autocracias permeen Occidente, por las buenas, es decir, mediante la propaganda, o por las malas, es decir, hackeando elecciones, financiando populismos o montando una red de espionaje como la de la Guerra Fría.
«Tenemos que repensar el estado de bienestar, porque la transición demográfica lo está sometiendo a una enorme presión»
P.- ¿Tiene China futuro? ¿Constituye una alternativa al capitalismo democrático y liberal?
R.- Como sociedad, yo la veo en el alambre. Sus ciudadanos han disfrutado de unas décadas prodigiosas, igual que nos ocurrió a los españoles con la entrada primero en la OTAN y luego en la Unión Europea. Yo recuerdo siendo pequeña la ilusión por demostrar que éramos un país moderno, con la Expo de Sevilla y los Juegos de Barcelona, y un país disciplinado, capaz de cumplir las condiciones de ingreso en el euro. Sabíamos cuál era el objetivo, había un proyecto.
P.- Un proyecto sugestivo de vida en común, como decía José Ortega y Gasset.
R.- Eso es. En cuanto a China, tiene profundos problemas estructurales. Sufre una crisis inmobiliaria que ha empezado a afectar al sistema financiero, con un repunte de la morosidad hipotecaria. Pero, además, están la injerencia del Estado en el gobierno de las empresas, la caída de la demografía, una juventud que creía que avanzaba hacia modelos homologables al estadounidense o al europeo y se encuentra con un autoritarismo cada vez mayor y una economía cada vez menos dinámica… El último informe del FMI daba un dato desolador: en 2029 el crecimiento chino se ralentizará hasta al 3,3%, y con esa tasa difícilmente va a garantizar el bienestar.
«La defensa de la democracia requiere huir de la polarización y la fragmentación y profundizar en el proyecto de la UE»
P.- A pesar de todo, China es líder en un montón de tecnologías [baterías, 5G, robótica, inteligencia artificial…].
R.- Sin duda, pero lo ha conseguido gracias a un modelo del que ahora abomina con su falta de transparencia en la gestión de la pandemia, su equidistancia respecto de la invasión de Ucrania y su ayuda a Rusia para que evada las sanciones. A mí me recuerda la situación que se planteó en los años 80. También la URSS y Estados Unidos parecían dos potencias equiparables, hasta que la Guerra de las Galaxias puso en evidencia las carencias del comunismo. Ahora habrá que ver qué ocurre cuando Occidente despierte y adopte medidas retaliatorias contra China. De momento, su marca país ha sufrido un deterioro que se ha traducido en la mayor caída de la inversión directa extranjera. Está en niveles de 1993, previos a su entrada en la OMC.
P.- China no es la única fuente de inquietudes. Hemos visto cómo el principal operador saudí se hacía con una participación en Telefónica. ¿Qué haces cuando un régimen como el árabe toma posiciones en una empresa estratégica?
R.- La solución es más Europa. El escrutinio de estas inversiones y su posible respuesta deberían realizarse a nivel continental, igual que otras decisiones de política económica. Tenemos los precedentes de Airbus o del Eurofighter. ¿Por qué no trasladamos esa experiencia al desarrollo de una industria de los semiconductores? No podemos dejar este tipo de proyectos en manos del debate electoral nacional. Falta un poco de perspectiva y siempre me acuerdo de lo que Jared Diamond cuenta en Crisis. Dice que antiguamente los senadores republicanos y demócratas se mudaban a Washington con su familia y allí compartían barbacoas y eventos, y eso hacía muy sencillo tender puentes. Ahora, como consecuencia de la presión de los medios y las redes sociales, no se atreven a salir de sus estados y eso impide el roce y dificulta los consensos.
«A China la veo en el alambre como sociedad. Su juventud creía que avanzaba hacia un modelo homologable al occidental y se encuentra con un autoritarismo cada vez mayor»
P.- La economía española va bien, pero por el gasto público. La inversión sigue sin recuperar los niveles precovid.
R.- La polarización y la inestabilidad política, con un Parlamento fragmentado y la sensación de que los puentes entre los dos grandes partidos están rotos, no creo que ayuden.
P.- ¿Y a quién responsabilizas de esta falta de entendimiento? La izquierda dice que el PP se ha echado al monte.
R.- Tiene siempre más responsabilidad el que gobierna, pero una de las asignaturas pendientes de nuestra Transición es el escaso peso de la sociedad civil. En mi época del Círculo de Empresarios siempre lo consideramos una debilidad. Los ciudadanos estamos obligados a informarnos y contrastar lo que los candidatos prometen, pero falta cultura financiera. Yo lo noto en mis alumnos de universidad, y eso que estudian ADE [Administración de Empresas]. En los países nórdicos te enseñan desde pequeñito a planificar y gestionar tus gastos. Si hiciéramos eso aquí, los políticos tendrían menos margen para adoptar medidas que no son sostenibles.
«El escrutinio de operaciones como la entrada de Arabia Saudí en Telefónica y su posible respuesta deberían realizarse a nivel de Unión Europea»
P.- Tú eres Coronil de primer apellido, pero Jónsson de segundo, tienes ascendencia nórdica.
R.– Mi madre es de Islandia y yo he vivido un año allí.
P.- ¿Y notas mucha diferencia?
R.- A mí me gusta mucho la flexiseguridad escandinava. El empresario tiene más autonomía y las cotizaciones sociales y el impuesto de sociedades son menores. Pero cuando alguien sufre una situación de desempleo, ahí está el Estado para ayudarlo a levantarse. Así debería ser el Estado de bienestar español.
P.- Pero no lo es. Tenemos una tasa de paro espectacularmente alta, incluso en tiempos de bonanza. ¿Qué habría que hacer?
R.- Mi padre tenía una empresa de marroquinería y le tocó lidiar con las crisis del petróleo y, a raíz de la invasión de Rusia a Ucrania y la espiral inflacionista, le pedí que me recordara aquella etapa y le pregunté qué echó en falta para superarla.
P.- ¿Y qué te dijo?
R.- Algo que yo he defendido a menudo, y es situar la negociación salarial y laboral a nivel de empresa, no regional o nacional. Además, necesitamos compañías más grandes. El 99,3% tiene menos de 50 trabajadores y eso ralentiza el crecimiento, empeora la estabilidad laboral y reduce la resiliencia.
«La polarización y la sensación de que los puentes entre los dos grandes partidos están rotos no ayudan a recuperar los niveles de inversión precovid»
P.- ¿Y cómo hacemos para que crezcan?
R.- Hay que profundizar en la unidad de mercado. Somos un mosaico de regulaciones, impuestos autonómicos, tasas municipales, medidas de seguridad… En Anged [la Asociación Nacional de Grandes Empresas de Distribución] me contaban que el tamaño de las plazas de aparcamiento varía con cada comunidad. Estar al corriente de toda esta normativa supone un coste que una firma grande puede asumir, pero no una pequeña. Y luego están las obligaciones tributarias y laborales en que incurres a partir de determinado tamaño. Oficialmente, eres gran empresa cuando facturas seis millones de euros, pero no es un límite realista. Se introdujo en los años 80, cuando 1.000 millones de pesetas [el equivalente a seis millones de euros] eran una cifra considerable. Hoy no lo es tanto y convendría revisarla.
P.- Por eso muchas empresas detienen ahí su crecimiento.
R.- O constituyen una empresa nueva, con lo que se pierden las economías de escala.
«En los países nórdicos te enseñan desde pequeñito a planificar y gestionar tus gastos, y los políticos tienen menos margen para adoptar medidas que no son sostenibles»
P.- ¿Y qué más tenemos que hacer?
R.- España no se puede permitir el sistema educativo que tiene. En el informe PISA salimos sistemáticamente en las peores posiciones. Tampoco existe conexión entre la universidad y el mercado. Hay que orientar a los alumnos, informarles de cuáles son las profesiones de futuro o de cómo montar su propio negocio, algo que nunca se ha visto con buenos ojos. El Círculo de Empresarios editó hace unos años un trabajo sobre la imagen del empresario en los libros de texto y no era muy favorable. En el norte de Europa el contacto con la economía real se da mucho antes. Recuerdo haber visto a niños de 13 y 14 años vendiendo periódicos en las calles de Reikiavik. Eso te enseña a apreciar el esfuerzo y el dinero.
«Me gusta mucho la flexiseguridad escandinava. El empresario tiene más autonomía, pero si el empleado se va al paro, ahí está el Estado para ayudarlo a levantarse»
P.- En el Mediterráneo tenemos la idea de que los países nórdicos son los más avanzados socialmente, pero en muchos aspectos no son tan mirados.
R.- Al final, lo que tienes que dejar es que funcione la oferta y la demanda.
P.- ¿Qué te parece la reforma laboral de la vicepresidenta Yolanda Díaz? Dice que ha acabado con la temporalidad, pero la precariedad persiste y lo que pasa es que los contratos indefinidos son ahora más fáciles de deshacer y duran casi tanto como los temporales de antes.
R.- El ciclo económico sopla hoy a favor de la creación de empleo, con el turismo desbocado, una política fiscal expansiva y la resiliencia de las exportaciones españolas, y las reformas demuestran lo que de verdad valen en las fases recesivas. Eso por un lado. Y por otro, falta transparencia. ¿Qué ocurre con los fijos discontinuos? Porque la Seguridad Social está en cifras récord, pero también muchas personas cotizan por dos o más trabajos… Necesitamos mejorar las fuentes estadísticas.
P.- Si hay algo en lo que somos malísimos es en la evaluación de políticas. José Luis Rodríguez Zapatero creó una agencia estatal, la AEVAL, pero Mariano Rajoy la cerró a los diez años.
R.- Yo creo mucho en el control. Las empresas y las entidades financieras presentan cuentas y hacen su declaración de sociedades. Algunas están sujetas además al escrutinio de la bolsa. ¿Por qué habría de ser diferente el sector público?
«España no se puede permitir el sistema educativo que tiene. En el informe PISA salimos sistemáticamente en las peores posiciones»
P.- Pero España va bien. Vamos a ser la segunda gran economía de la UE cuyo PIB más aumente en 2024 y 2025.
R.- Estamos efectivamente creciendo y hemos conseguido reducir el paro, pero las bases del país no son todo lo sólidas que debieran. Los españoles nos estamos beneficiando de una coyuntura [poscovid] en la que la gente quiere viajar y vivir, porque ofrecemos unas condiciones excepcionales de clima, patrimonio cultural y seguridad. Pero, ¿cuánto tiempo vamos a seguir encadenando récords de turismo? Y luego tenemos una deuda que está en 1,6 billones de euros. España no está bien.
P.- Hace poco, entrevisté a Nouriel Roubini, que fue uno de los pocos economistas que anticipó la Gran Recesión, y me decía que estamos en vísperas de la madre de todas las crisis de la deuda, pero no parece que sea tan grave. En el caso de España, la vamos renovando sin problemas a medida que vence.
R.- La inflación y el crecimiento juegan a nuestro favor, porque la deuda no crece tanto como la economía y, por tanto, su peso en relación con el PIB cae. También contribuye el que las familias y las empresas hayan reducido su apalancamiento. El problema es el sector público.
«Subir las pensiones indiscriminadamente no solo hipoteca el futuro de los jóvenes, sino de los propios pensionistas, que se verán afectados por la falta de viabilidad del sistema»
P.- Los jóvenes se quejan de que el Gobierno mima a los mayores, mientras que a ellos los tiene olvidados. No hace nada ni con la vivienda ni la educación, pero actualiza religiosamente las pensiones.
R.- Cuando mi generación se incorporó al mercado laboral en 1993, España atravesaba una crisis muy profunda, con una tasa de paro del 27%. También entonces parecía impensable acceder a un buen empleo o poner en marcha un proyecto vital. La única diferencia es que hoy la juventud está dividida en dos mitades y a mí me preocupa la mitad cuya única formación es la enseñanza obligatoria. Ahí es donde está el reto. En cuanto a las pensiones, la actualización debería haberse limitado a quienes pueden caer en una situación de desamparo. Subirlas indiscriminadamente no solo hipoteca el futuro de los jóvenes, sino de los propios pensionistas, que se verán afectados por la falta de viabilidad del sistema.
«Cuando mi generación se incorporó al mercado laboral en 1993, España atravesaba una crisis muy profunda y parecía impensable acceder a un buen empleo»
P.- En Grecia y Portugal ha habido recortes de hasta el 40% en las prestaciones porque eran insostenibles.
R.- Exacto. Por eso es muy importante lanzar el mensaje de que las pensiones públicas son solo uno de los pilares de la previsión. Hay que potenciar asimismo el ahorro con incentivos tributarios y campañas educativas, pero aquí ni se favorece fiscalmente el ahorro ni nos inculcan desde pequeños la importancia de una buena planificación financiera.
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