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La otra cara del dinero

Timothy Garton Ash: «Los europeos tenemos que despertarnos antes de que sea tarde»

«Como no ayudemos a los ucranianos a conseguir algo que pueda considerarse una victoria, Putin no se detendrá»

Timothy Garton Ash: «Los europeos tenemos que despertarnos antes de que sea tarde»

El historiador británico Timothy Garton Ash posa en la Fundación Ramón Areces. | Fundación Ramón Areces

«Hemos construido la mejor Europa de la historia y estamos a punto de perderla», me dice Timothy Garton Ash (Londres, 1955) en la Fundación Ramón Areces.

Catedrático de la Universidad de Oxford e investigador principal del Instituto Hoover de Stanford, acaba de publicar en castellano Europa. Una historia personal, una obra atípica en la que entrevera lo general y lo particular, lo académico y lo biográfico, las frías declaraciones y el jugoso cotilleo. Por ejemplo, ¿cómo se las arregló Londres para arrebatar los Juegos de 2012 a París y Madrid, que parecían contar con más apoyos en el Comité Olímpico Internacional (COI)?

«Si hubo una era en la que el Reino Unido pareció sentirse razonablemente a gusto dentro de la Unión Europea, esa fue la década de 2000», escribe Garton Ash.

Aunque las relaciones de Tony Blair con Gerhard Schroeder y Jacques Chirac se agriarían por culpa de Irak, «el proamericanismo [del premier], combinado con el rotundo apoyo británico a la ampliación al Este, le habían granjeado amigos en Polonia y en toda Europa central» y, por supuesto, «en España y […] en Italia».

Ahí radica la clave de la operación Londres 2012, como le confesaría años después el propio Blair a Garton Ash «un borrascoso día de verano, en la cabaña que tiene al fondo de su jardín».

El premier «decidió aceptar una invitación para visitar a Berlusconi en su palacio de los placeres de Cerdeña. «Soy el único hombre que ha llevado allí a su esposa», bromea Blair. Berlusconi se presentó con la cabeza envuelta en un pañuelo blanco, para ocultar una reciente operación de implante capilar. Los gabinetes de ambos líderes habían pactado que no se daría publicidad al encuentro, pero el exuberante italiano dijo de repente: ‘Vamos a dar una vuelta en barco’, y los llevó a un muelle donde aguardaba un comité de paparazzi».

«Las fotos de Tony [Blair], bronceado y con sonrisa de circunstancias —sigue Garton Ash— y de Silvio [Berlusconi], incongruentemente cubierto» como un pirata, «dieron la vuelta al mundo».

Blair estaba verdaderamente violento. Cherie contaría después que su marido le pidió: «Pase lo que pase, que no me retraten junto a Silvio con el pañuelo. Ponte tú en medio, porque si no, la prensa británica me va a matar». En cualquier caso, «Tony [Blair] —sigue Garton Ash— pudo hacer su petición: ¿podría Italia apoyar la candidatura olímpica de Londres?».

Berlusconi se limitó a responder: «Eres mi amigo. No te prometo nada, pero veré qué puedo hacer».

«Los cuatro miembros italianos del COI eran, por supuesto, estrictamente independientes y, sin duda, valladares de integridad inquebrantable —ironiza Garton Ash—. Pero uno de ellos, Mario Pescante, resultó también subsecretario [para el patrimonio cultural] del Gobierno de Berlusconi y todos acabaron votando a favor de Londres, que venció a París por cuatro votos. Los votos italianos».

El capítulo donde se cuentan estas intimidades arranca con una descripción de la ceremonia inaugural de aquellos Juegos.

«Hemos construido la mejor Europa de la historia y estamos a punto de perderla»

«Al volver a verla en una mañana húmeda y ventosa de 2021 —rememora Garton Ash—, se me llenan los ojos de lágrimas». Lágrimas de amor ante aquel espíritu de inclusión y de apertura al mundo que es el desfile de unas Olimpiadas, pero también «lágrimas de tristeza por cómo lo hemos perdido por culpa del Brexit y de las divisiones que precedieron y siguieron al Brexit».

Este trajín de la anécdota a la categoría y de la categoría a la anécdota es el que Garton Ash se trae (y se trae admirablemente) en Europa. Una historia personal

«Gran parte de la literatura sobre Europa y, en particular, sobre la Unión Europea se dirige al cerebro, no al corazón —me dice ahora—. Hace falta darle una encarnadura sentimental y, dado que el último medio siglo de mi carrera ha estado ligado a Europa, disponía de un material extraordinario: estanterías y estanterías llenas de cuadernos de notas con recuerdos, anécdotas, reportajes… El resultado es muy inusual, porque es historia, pero ilustrada con experiencias muy personales».

PREGUNTA.- Leyendo la introducción me vino a la mente La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset. También él se quejaba hace 100 años de que los europeos daban por sentado el enorme progreso alcanzado, sin darse cuenta de todo el esfuerzo que había detrás.

RESPUESTA.- La Europa actual es la obra de cuatro generaciones, cada una de ellas movida por el «motor de la memoria», por el recuerdo de una experiencia particular. La de 1914, traumatizada tras la terrible tragedia de la Primera Guerra Mundial; la de 1939, marcada por la Segunda; la del baby boom [fundida en el molde de mayo del 68] y, finalmente, la de 1989 [el año de la disolución del bloque soviético]. Ahora, de repente, nos encontramos con millones de personas que rondan la treintena y que lo único que han conocido es una Europa fundamentalmente democrática, razonablemente próspera y completamente libre. Piensan que eso es lo normal, cuando en términos históricos constituye una profunda anormalidad y solo si comprenden la anormalidad de nuestra normalidad, se movilizarán para defenderla. Esta urgencia es difícil de transmitir, pero esa es la ventaja de la civilización: que uno puede aprender del pasado sin necesidad de repetirlo.

«Millones de europeos que rondan la treintena lo único que han conocido es una Europa fundamentalmente democrática, razonablemente próspera y completamente libre»

P.- Europa ha pasado por situaciones graves antes. En su libro describe los 80 como los años de la euroesclerosis, incluso estaba convencido de que estallaría una guerra nuclear antes de que acabara la década. ¿Cómo logramos superarlos?

R.- Es una pregunta muy interesante y la respuesta, altamente relevante en la actualidad, es que lo conseguimos gracias a una combinación de pesimismo del intelecto y optimismo de la voluntad. Comenzamos por asumir la gravedad de la tesitura e ideamos a continuación soluciones y reformas bastante radicales, liberalizando en lo económico y estrechando vínculos en lo político gracias a las iniciativas de Jacques Delors. Si me perdona la vulgaridad, salimos adelante admitiendo que estábamos hasta el cuello de mierda.

P.- ¿Y qué enseñanza encierra eso hoy?

R.- Si se fija en el resultado de las últimas elecciones europeas, hay dos narrativas. La primera es que el centro aguanta y que el Parlamento Europeo sigue controlado por una coalición de los partidos tradicionales, que se han repartido los principales altos cargos en la Comisión, el Consejo, los Asuntos Exteriores… En suma, todo está básicamente bien. Pero hay otra lectura, y es la de quienes alertan: «¡Cuidado con el triunfo de la Agrupación Nacional en Francia, de la AfD en Alemania, de los Fratelli en Italia!». Yo creo que esta segunda es la correcta. Hay que mirar el lado oscuro, ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío y plantar cara a los problemas, porque Europa solo ha sobrevivido cuando se ha puesto en lo peor.

«La paz y la democracia constituyen una profunda anormalidad en términos históricos, y solo si se comprende la anormalidad de nuestra normalidad, se puede uno movilizar para defenderla»

P.- Dice usted que 1989 fue un año milagroso. Hoy es, sin embargo, un recuerdo lejano. Muchas cosas salieron mal y culpa en concreto a la arrogancia de dar la democracia liberal por consolidada y pensar que habíamos llegado al final de la historia, cuando en realidad fue todo un golpe de suerte.

R.- La probabilidad de que aquello saliera bien era de una entre un millón. La caída del Muro de Berlín fue producto de una increíble concatenación de sucesos, pero los liberales nos convencimos de que ese era el curso natural de los acontecimientos. Creíamos de verdad que podía preverse el futuro y hablábamos «del fin de la historia», pero era más bien «la ilusión del fin de la historia». Nadie sabe nunca hacia dónde puede ir el mundo y, justo cuando pensábamos que lo teníamos todo controlado, comenzó a girar en una dirección muy diferente.

P.- Subestimamos las dificultades de la transición al capitalismo y a la democracia, y mucha gente, especialmente en Europa del Este, no está muy satisfecha del experimento.

R.- Tampoco faltan descontentos en la Europa del Oeste, a juzgar por el éxito de Marine Le Pen… Mi tesis es que un liberalismo que es solo económico no es liberalismo. Para ser digno de ese nombre, debe ser además político, social y cultural, y lo hemos asociado demasiado estrechamente con un libre mercado irrestricto, que ha relegado a muchas personas.

«¿Cómo superamos otras crisis? Si me perdona la vulgaridad, salimos adelante admitiendo que estábamos hasta el cuello de mierda»

P.- Pero la gente vive mejor hoy que hace 30 años.

R.- Eso no es cierto en Estados Unidos, donde las rentas medias están básicamente estancadas desde hace 30 años. [Los datos de la Oficina Presupuestaria del Congreso no avalan esta afirmación: entre 1990 y 2019, los ingresos del hogar medio estadounidense crecieron el 55%]. El mundo se ha vuelto, además, menos equitativo y, mientras algunos han avanzado espectacularmente, otros apenas se han movido. A este sentimiento de postergación, se une la evidencia de que la sanidad, la educación o el transporte funcionan peor que hace tres décadas. En suma, a un número creciente de ciudadanos la sociedad construida por los liberales no les funciona. Tampoco comparten cuestiones relacionadas con el género, la inmigración y el multiculturalismo, pero contra lo que sobre todo se rebelan es contra el aumento de la desigualdad, el deterioro de los servicios públicos o el hecho de que tantos jóvenes no puedan ni soñar con comprar una vivienda.

«Hay que mirar el lado oscuro, ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío y plantar cara a los problemas, porque Europa solo ha sobrevivido cuando se ha puesto en lo peor»

P.- Otra mala publicidad para el capitalismo fue la diplomacia posterior al 11-S.

R.- George H. W. Bush [el padre] fue claramente el hombre preciso en el momento y el lugar adecuados. Nunca dejará de admirarme la moderación con que gestionó el fin de la Guerra Fría. Asistí a una reunión que celebró en 1999 en Berlín con Mijail Gorbachov [el último presidente de la URSS] y Helmut Kohl [canciller entre 1982 y 1998]. Recuerdo cómo Bush repitió: «No voy a bailar sobre el Muro». Era la misma advertencia que había hecho a su gabinete 10 años atrás, mientras se negociaba la reunificación de Alemania. Entendía que el triunfalismo era contraproducente y que la contención era la mejor manera de ayudar a Gorbachov en sus reformas. ¡Qué diferencia con el hijo! Si Europa ha pecado a menudo de soberbia, George W. Bush marcó el punto culminante de la arrogancia estadounidense.

P.- Su cruzada contra el terror fue un grave error…

R.- Era esencial combatir el terrorismo tras los atentados de las Torres Gemelas, pero no hacía falta publicitarla como una guerra, ni invadir Irak. Aquello solo podía acabar en un claro desastre.

«La probabilidad de que la transición a la democracia de Europa del Este era de una entre un millón. La caída del Muro de Berlín fue producto de una increíble concatenación de sucesos, un golpe de suerte»

P.- En el terreno económico, la crisis de 2008 tampoco ha ayudado al proyecto europeo.

R.- Para mí 2008 es el gran punto de inflexión de la historia reciente. Se sitúa justo a mitad de camino entre la caída del Muro, en noviembre de 1989, y la invasión a gran escala de Ucrania, en febrero de 2022. En él se dan con una diferencia de semanas la anexión de dos grandes trozos de Georgia por [Vladimir] Putin [el 7 de agosto] y la quiebra de Lehman Brothers [el 15 de setiembre]. A partir de estos dos fenómenos se originó una cascada de crisis que han confluido en un mismo punto: el auge del populismo. Porque el colapso financiero se combatió con unos programas de austeridad que dieron alas a la extrema izquierda, mientras que las intervenciones en el exterior de Rusia, particularmente en Siria, provocaron una avalancha migratoria que ha engordado a la extrema derecha. Y en ello seguimos.

«Un liberalismo que es solo económico no es liberalismo. Para ser digno de ese nombre, debe ser además político, social y cultural, y lo hemos asociado demasiado estrechamente con el mercado»

P.- Su libro acaba con una reflexión en las playas de Normandía, en cuyo desembarco intervinieron su padre y su tío. Cuenta que este aún nota cómo la metralla se mueve en su cuerpo, y añade usted: «¿Quién se atreve hoy a decir que algo así nunca volverá a repetirse?».

R.- La guerra de Ucrania es la mayor en Europa desde 1945. He visitado el país cinco veces desde que estalló y he visto escenas que parecen salidas del álbum de fotos de mi padre: tanques y blindados quemados y abandonados en las cunetas, pueblos semidestruidos… No nos equivoquemos, estamos ante una guerra en toda la regla y, como no ayudemos a los ucranianos a conseguir algo que pueda considerarse una victoria, Putin no se detendrá. Y si Putin no se detiene, existe un peligro real de que tengamos a continuación un conflicto mayor, porque su ejemplo hará más plausible a los ojos de Xi Jinping una invasión de Taiwán, lo que inevitablemente arrastrará a Estados Unidos… El primer ministro polaco Donald Tusk no exagera cuando advierte: «Estamos en una época de preguerra y Europa debe preparar su defensa». Por supuesto, nadie sabe qué va a pasar hasta que efectivamente sucede, pero no deberíamos dejar caer su consejo en saco roto.

«A un número creciente de ciudadanos la sociedad construida por los liberales no les funciona»

P.- Muchas organizaciones de izquierdas aseguran que, con la invasión de Ucrania, Moscú solo se defiende de la agresión que supuso la ampliación de la OTAN en 2008.

R.- Eso es una falsedad. Coincidí con Putin en marzo de 1994, cuando todavía era un oscuro ayudante del alcalde de San Petersburgo, y ya entonces le escuché decir que había territorios fuera de las fronteras de la Federación Rusa que, cito textualmente, «históricamente siempre han pertenecido a Rusia». Mencionó Crimea y añadió que unos 25 millones de rusos se habían encontrado de repente fuera de la madre patria, que Rusia iba a cuidar de ellos y que la comunidad internacional debía reconocer estos intereses justificados «del pueblo ruso como gran nación». Todo esto puede leerse en sus escritos y discursos de entonces… La causa de la guerra es que Putin no reconoce a Ucrania como nación soberana y quiere reintegrarla a su proyecto imperial. Esa es la razón fundamental. Respecto de la ampliación de la OTAN al este, la había aceptado, no es ni siquiera una causa secundaria.

«2008 es el gran punto de inflexión de la historia reciente. Se sitúa justo a mitad de camino entre la caída del Muro, en noviembre de 1989, y la invasión a gran escala de Ucrania, en febrero de 2022»

P.- Argumenta en su libro que hemos entrado en una nueva era. ¿Cuáles serían sus características?

R.- En la vida y en el amor, un buen comienzo es importante. Lo que hagas al principio de tu matrimonio es más determinante que lo que hagas cuando, digamos, llevas casado 27 años, ¿no? Pues en política es igual. Lo que hicimos en los cinco años posteriores a 1945 determinó el actual orden internacional. Lo que hicimos en los cinco años posteriores a 1989 dio forma a Europa para las siguientes tres décadas. Así que cuando señalo que entramos en una nueva era, lo que quiero decir es que los pasos que demos ahora son trascendentales.

«El primer ministro polaco Donald Tusk no exagera cuando advierte que estamos en una época de preguerra y Europa debe preparar su defensa»

P.- ¿Y por dónde empezamos?

R.- No faltan desafíos: el populismo, el cambio climático, China, la guerra en Oriente Próximo y Ucrania… Pero hay dos asuntos prioritarios. El primero es mostrar al resto del mundo que el modelo europeo sigue siendo atractivo y, para ello, debemos abordar sin complejos los problemas sociales y económicos que lo afligen: el crimen, la vivienda, la educación, la atención médica… La segunda urgencia es ayudar a Ucrania, porque en estos momentos, seamos absolutamente claros, va derecha a la derrota. Y como no lo impidamos antes de que Donald Trump llegue a la presidencia, será demasiado tarde.

P.- Está convencido de que Trump cambiará la actual estrategia de Estados Unidos.

R.- Es lo que ha prometido. «Si gano las elecciones —ha dicho—, cerraré en 24 horas un acuerdo con Putin para llevar la paz a Ucrania». Es verdad que el Trump que regresa a la Casa Blanca es aún más impredecible que el Trump del primer mandato y nadie sabe a ciencia cierta lo que hará. Pero existe una probabilidad muy real de que le retire la alfombra de debajo de los pies a Ucrania, y es imperioso que nos preparemos para hacer mucho más y compensar todo lo que Estados Unidos va a hacer de menos. Europa tiene que despertarse, y no solo despertarse; tiene que saltar de la cama y hacer algo.

«Es falso que con la invasión de Ucrania Moscú solo se defiende de la agresión que supuso la ampliación de la OTAN en 2008»

P.- Los europeos nos hemos vuelto demasiado pacifistas para eso.

R.- Sin duda. España en particular, corríjame si me equivoco, tiene una partida de defensa particularmente pequeña, aunque es cierto que su Gobierno ha sido bastante firme en la defensa de Ucrania.

P.- Hace falta más Europa, pero a lo que asistimos es a todo lo contrario: nacionalismo, críticas a la globalización y la inmigración…

R.- Irónicamente, ese auge del chovinismo y el aislacionismo se da en todos lados salvo en Polonia y el Reino Unido, que son los dos países donde los populistas han gobernado estos últimos años. Por algo será.

«Coincidí con Putin en marzo de 1994, cuando todavía era un oscuro ayudante del alcalde de San Petersburgo, y ya entonces le escuché decir que había territorios fuera de las fronteras de la Federación que históricamente siempre habían pertenecido a Rusia»

P.- ¿Y qué le parece Marine Le Pen? ¿Cree que se moderará cuando llegue al poder, igual que Alexis Tsipras en Grecia y Georgia Meloni en Italia?

R.- Toda la maquinaria de la Agrupación Nacional funciona con el único propósito de llevar a Le Pen al Elíseo en 2027 y, por tanto, cabe esperar que en los próximos dos o tres años siga mostrándose cautelosa. [Su candidato a primer ministro] Jordan Bardella declaró hace poco que respetaba el derecho de Ucrania a defenderse, pero obviamente no la apoyarán en la medida y con la intensidad necesarias para derrotar a Rusia. A mí no me tranquiliza el comportamiento extremadamente civilizado que ahora mismo observan Le Pen y su Agrupación Nacional.

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