¿Y si la nueva gran red social nunca llega a existir?
Los abusos de empresas como Meta, Google y X podrían acelerar la desconexión digital como forma de cuidar la salud
La historia de la humanidad suele repetirse. Al descubrir América, Cristóbal Colón y sus colonos fueron ganando territorio y riquezas no sólo a golpe de frío acero toledano. A veces, los jefes indios quedaban obnubilados con esta o aquella bagatela, y a cambio entregaban felizmente oro y plata al aún más feliz conquistador. Esos espejitos, sonajeros y trapitos que los tripulantes españoles ofrecían a los caciques se asemejan hoy a las redes sociales a las que los nuevos indios (los ciudadanos contemporáneos) se entregan con entusiasmo.
Poco a poco, el alcance de la verdadera transacción entre usuarios y mega compañías como Meta, Google y X ha quedado claro. A cambio de cierto entretenimiento, conexiones y chascarrillos, estas organizaciones destrozan la privacidad del individuo y la utilizan para enriquecerse mediante la publicidad segmentada y otras malas artes. Bruselas, por descontado, desafía el orden establecido mientras algunos cibernautas, pocos en realidad, exploran soluciones.
La foto del ranking mundial no varía demasiado en los últimos años. Con datos de julio de 2024, Facebook cuenta con 3.070 millones de usuarios activos mensuales, YouTube suma 2.500, WhatsApp se coloca en tercer lugar con su híbrido entre servicio de mensajería instantánea y comunidad digital (2.000 millones), Instagram aporta la misma cantidad (2.000) y Tik Tok cierra el quinteto dominante con 1.600 millones, según Statista.
Aunque Facebook, Instagram y TikTok optan por inundar de tonterías y contenidos estratégicamente comerciales el scroll de cada miembro, resulta curioso que la tercera, compañía china con enorme tirón en Occidente, reserve sus sandeces para el público extranjero y aporte un perfil más divulgativo y educador en su propio país, sobre todo en relación con los más jóvenes. No es descartable que las autoridades chinas recurran a esta popular herramienta para acelerar la idiotez occidental.
La agenda de Musk
Cuando compró Twitter en 2022, Elon Musk, el hombre más rico del planeta, prometió acabar con los trolls y convertir la plataforma en la meca de la libertad de expresión. En realidad, ha hecho todo lo contrario, filtrando y priorizando tuits y colocando en una posición ventajosa al republicano Donald Trump, de nuevo candidato a presidir EEUU. Las listas negras de periodistas, por ejemplo, son una constante en esta etapa bajo el nombre de X.
La succión del dato, el sesgo de la información que aparece en cada cuenta y los propios mecanismos de estas redes hegemónicas empujan a cierta parte de la población, la más rebelde y sesuda, a buscar alternativas. En la esfera de la mensajería instantánea, Telegram y Signal son la mejor referencia. El problema es que WhatsApp triplica las cifras de audiencia de Telegram mientras Signal queda directamente confinada en las catacumbas. Aquí opera de maravilla el efecto red: si todos están en un sitio, nadie probará a comunicarse desde una app que usan tres gatos.
¿Nuevas redes frente a la vieja guardia?
También existe la posibilidad de que alguien dé con la tecla de una propuesta que, como TikTok, partía con enorme desventaja, pero aportó algo novedoso: si la china nace en 2016, Facebook opera desde 2004; la diferencia está en la importancia del contenido audiovisual y la forma de presentarlo.
Frente a Instagram existen Lemon8 y Locket. Bluesky y Mastodon son las amenazas de X. Patreon o Polywork procuran dar más poder al creador de contenidos frente a las políticas menos redistributivas de YouTube. En el fondo, la cuestión no es tanto que una persona halle el equilibrio en un entorno más amigable. Quizás la sociedad asiste a un agotamiento por acumulación capaz de derivar en un reforzamiento de la desconexión digital como una forma más de preservar la salud. El declive de las apps de contactos es buena prueba de ello.