El plan del Gobierno para que la banca rescate Prisa (otra vez) y expulse a Amber
El grupo de accionistas cercanos al PSOE y a Pedro Sánchez tiene sobre la mesa una nueva ampliación de capital
¿La banca podría entrar en el capital de Prisa? Pocos lo recordarán, pero hace una década Caixabank, Santander y HSBC se hicieron -sin quererlo- con el 23% del accionariado del grupo tras una inédita operación de canje de bonos. Dos años antes (en 2012) los tres bancos, junto a Telefónica (que se quedó con otro 6%) habían suscrito un total de 434 millones en obligaciones en su condición de acreedores de una deuda que -como era previsible- el dueño de El País no reembolsó y forzó a los grandes del Ibex a entrar en su capital por la puerta de atrás. Con un pasivo por entonces de 3.200 millones de euros, el desembarco de estas compañías parecía ser un acontecimiento pasajero, pero los hechos demostraron que serían fundamentales en el futuro del grupo.
La llegada de estos gigantes del Ibex a Prisa se produjo además solo unos meses antes de que Amber entrara en el capital del grupo aprovechando el desplome de las acciones. El por entonces desconocido fondo de inversión representado por Joseph Oughourlian -que muchos medios calificaban como buitre por esas fechas – adquiría a finales de 2014 un 3% de la compañía, porcentaje que fue creciendo exponencialmente hasta el 20% hacia finales de 2017. Una participación que se fue elevando casi al mismo tiempo que las desavenencias del empresario franco-armenio con un Juan Luis Cebrián cada vez más debilitado y que en la segunda parte de ese año ya tenía escasos apoyos dentro del consejo de administración.
Así fue como Banco Santander y Telefónica -con el apoyo de Caixabank y HSBC- fueron decisivos para la salida de Cebrián de la presidencia de Prisa a finales de 2017. Por entonces, estas cuatro compañías se habían comprometido a una nueva ampliación de capital, esta vez por 450 millones de euros para evitar la causa de disolución. Y en una Junta Extraordinaria de Accionistas tan rocambolesca como esperpéntica, Oughourlian, los Polanco y las empresas del Ibex apartaron al histórico directivo de su cargo después de 42 años en el grupo, 24 como consejero delegado y seis como presidente ejecutivo… Cebrián era historia, pero los problemas no hacían más que empezar.
Deuda de Prisa
El timón de Prisa lo tomó el Banco Santander que tras algunos meses de interinidad de Manuel de Polanco designó a Javier Monzón como presidente. Pero la compañía siguió teniendo graves dificultades para pagar su deuda -pese a la venta de Cuatro en 2009 y Digital+ en 2015- y tuvo que ampliar capital nuevamente en 2019. Un periodo en el que los gigantes corporativos comenzaron a replegarse con Caixabank diluyéndose paulatinamente y HSBC poniendo su paquete de acciones a la venta. Por el contrario, Telefónica subió hasta el 12% y Amber Capital se quedó prácticamente con el 30%, convirtiéndose en el mayor accionista. Comenzaba así el ascenso de Oughourlian, pero con crecientes desencuentros con Monzón y el Banco Santander.
El empresario franco-armenio utilizó la nueva ampliación de capital y la debilidad de los Polanco y los socios mexicanos que apoyaban a Monzón para forzar su segundo golpe de Estado en menos de tres años… y en esta ocasión para ser él quien tomase el control total. Con la ayuda de Telefónica y del Gobierno derrocaron al Santander y a su representante y tomaron las riendas. Por entonces, a finales de 2020, la relación entre Oughourlian y Pedro Sánchez era impecable e incluso se decía que el empresario era uno de sus asesores mediáticos de referencia.
Eran momentos de vino y rosas para el empresario: ya no debía rendir cuentas a nadie (solo a Moncloa) y tenía las manos libres para relanzar Prisa, segregar los negocios y dar entrada a socios afines. En los primeros meses las cosas funcionaron: logró que Vivendi adquiriera el paquete accionarial de HSBC y se quedara con hasta un 10%, pero meses después -ya a finales de 2021- sufrió su primer varapalo con el rechazo del Gobierno a que el grupo francés subiera hasta el 20% del capital. Y así, el plan de Oughourlian comenzó a derrumbarse. Su idea era dar entrada al grupo conservador francés para que asumiese parte de la deuda y aportase liquidez, pero sin el apoyo de Moncloa -temeroso de perder el control editorial que había asegurado con Miguel Barroso a principios de 2021- se bloqueó totalmente la operación.
Alconaba por Telefónica
Y llegó mayo de 2022. Un grupo de empresarios españoles afines al PSOE -con el apoyo del Gobierno– adquirían el 10% de Telefónica con «voluntad de permanencia» en Prisa. Entre ellos el histórico del mundo audiovisual, Andrés Varela Entrecanales, uno de los fundadores de Globomedia. Y en las sombras, su también socio en la creación de la productora, José Miguel Contreras. Oughourlian ya no era del agrado de Moncloa y Moncloa tampoco del franco-armenio, por lo que ahora la prioridad era reunir una mayoría de control para quitar el poder al empresario. Como lo fue Cebrián y como lo fue Monzón, ahora el enemigo era el dueño de Amber Capital, promotor de conspiraciones pasadas y objetivo de conspiraciones futuras. La realidad es que una Prisa en constante ebullición y objeto de deseo de gobiernos y empresarios -pese a estar casi siempre quebrada- nunca paga traidores.
Es así como llegamos a finales de 2024. Un momento en el que el núcleo de empresarios cercanos al Gobierno -que controlan ya el 18% junto con Adolfo Utor y Diego Prieto– lleva meses buscando fórmulas para desalojar a Oughourlian del capital y tener pleno acceso al control de Prisa. Una operación que el franco-armenio conoce perfectamente y que no ve con malos ojos siempre que le paguen como mínimo 300 millones de euros por la inversión que lleva una década realizando. No hay que olvidar que en momentos en los que Moncloa estaba obsesionada con el control editorial de El País y la Cadena Ser, el empresario aprovechó para blindar el consejo de administración y rodearse de afines. Dicho de otra manera, no se marchará si no quiere, a diferencia de lo pasó con Cebrián y Monzón.
La guerra se libra ahora mismo sin cuartel, ya que Oughourlian se opone a la entrada del grupo en el ruinoso negocio de la televisión en abierto donde les espera una licencia que el Gobierno concederá de manera exprés a Contreras cuando logren el apoyo de un inversor o de la propia Prisa. Desde estas páginas se ha dado cuenta de numerosos movimientos que van desde buscar socios externos y pedir el apoyo de los accionistas rebeldes hasta buscar ayuda de Moncloa. Pero nada ha dado resultado hasta la fecha. La última propuesta que se puso sobre la mesa fue la venta de lo que queda de Santillana para financiar la nueva cadena de televisión, una Santillana que Oughourlian soñó con sacar a Bolsa, pero que la mala situación de la compañía y la inestabilidad accionarial impidieron.
Socios de Prisa
Y es aquí donde surge la solución que -los cercanos a Alconaba- creen definitiva. Con la mediación de Contreras y el patrocinio de Moncloa, los socios «de izquierdas» llevan algunas semanas trabajando en la posibilidad de realizar una ampliación de capital. Otra más, que se sumaría a los dos bonos convertibles por 100 millones cada uno aprobados en los últimos años. Pero esta vez no sería para salvar a Prisa de la quiebra, sino que para buscar la financiación necesaria para pagar a Oughourlian y asegurarse de que venda su 29% en el capital.
Es una operación sumamente compleja, ya que implica montantes cercanos a los 300 millones que pide el franco-armenio y no está claro que los actuales accionistas quieran nuevamente rascarse el bolsillo. Desde luego los Polanco y los mexicanos Carlos Slim, Roberto Alcántara y Carlos Fernández no están por la labor. Y Global Alconaba y Adolfo Utor y Diego Prieto no tienen liquidez. Hablamos de un movimiento que además no solo implicaría la ampliación para que se diluya Amber, sino que debería ir acompañada de una financiación extra para pagar su salida, por lo que nos iríamos a varios centenares de millones.
Es aquí donde entra Moncloa en la ecuación y donde volvemos a la pregunta del comienzo de este artículo. El plan pasa porque la banca española -o internacional- financie la operación. Aunque suene rocambolesco, el Ejecutivo está dispuesto a presionar a las principales entidades financieras del Ibex para que paguen la fiesta, den a Alconaba (y al Gobierno) el control absoluto de Prisa, se pueda autorizar la entrada en el nuevo canal de televisión en abierto, y se dé salida a Oughourlian. Y el proyecto comienza a tomar forma. En la city madrileña se sabe que se están empezando a hacer los números y que si se logran los apoyos necesarios, estamos ante un movimiento que podría ser viable.
Opciones del plan
Dentro del plan hay varias opciones, desde un préstamo que financie la suscripción de los afines a Moncloa, de manera que puedan asumir el 30% de Amber hasta que sean las propias entidades financieras las que puedan entrar de manera directa y convertirse en socios de Prisa, aunque asegurando fidelidad al nuevo núcleo de control. A Oughourlian no le importan los detalles siempre que se le pague lo que pide, pero hay cierta coincidencia entre las partes de que esta ampliación de capital sería la forma más rápida para dar salida al franco-armenio.
Pero el problema ya no es solo quién pone el dinero sino cómo lo va a recuperar. Hace doce años Caixa, Santander, HSBC y Telefónica aceptaron a regañadientes convertir su deuda en bonos y dos años después -también contra su voluntad- tuvieron que transformarse en accionistas. El banco catalán y HSBC tardaron cinco años en salir, Telefónica seis y Santander se mantiene con un 4%. Y todos, con millonarias minusvalías. Por eso nadie quiere volver a repetir la experiencia adquiriendo participaciones financieras ruinosas.
Otra cosa es que las presiones de Moncloa surtan efecto y finalmente terminen aceptando, pero -como siempre en Prisa- esto respondería ya a criterios meramente políticos y totalmente alejados de cualquier tipo de viabilidad financiera. Si los hechos siguen su curso estaríamos ante un nuevo cambio de régimen, el tercero en menos de siete años. Y todos ellos sin solucionar las verdaderas dificultades de la compañía: su incontrolable deuda, su pérdida de competitividad y su endémica inclinación a tener un núcleo empresarial en permanente conflicto.