¿Qué nos han dado a cambio los europeos?
Trump piensa que los estadounidenses no le deben nada a Europa. Al contrario. El planeta entero está en deuda con ella

Donald Trump no necesita aliados para hacer grande a América. En la imagen, muestra una de sus órdenes ejecutivas durante una sesión conjunta del Congreso y el Senado. | Aaron Schwartz / Zuma Press / ContactoPhoto
«Los Estados Unidos no nos han perdonado todavía a los europeos que la Historia nos descubriera antes», escribió Oscar Wilde, pero la Historia sabía bien lo que hacía. ¿Se imaginan un mundo en el que el plástico y la bomba atómica se hubieran inventado antes que el imperio de la ley y el sentido del humor? Wilde encontró esto último particularmente decepcionante. «El humor —sentenció— no existe». El hombre americano es «siempre prudente y práctico». Para él, «la civilización empezó con el desarrollo de la máquina de vapor»; desprecia «todos los siglos que no tuvieron calefacción central» y no entiende por qué los italianos no usan el Coliseo «como almacén de materias primas».
Aunque las Impresiones de Yanquilandia siguen siendo divertidas de leer, yo las tenía por una caricatura desfasada, pero en Trump pervive ese desprecio que Wilde detectó «por lo que nosotros [los europeos] entendemos por cultura, es decir, el conocimiento de lo mejor que se ha pensado y se ha dicho». Con la soberbia de los triunfadores, el presidente republicano reniega de este legado. Piensa que los Estados Unidos no le deben nada a nadie. Al contrario. El planeta entero está en deuda con ellos. Si Reg, el líder del Frente Popular de Judea de La vida de Brian, consideraba que «los romanos nos han desangrado, los muy cabrones», Trump está convencido de que el resto de la humanidad, en general, y el Viejo Continente, en particular, somos unos gorrones y unos parásitos y ha decidido «traer de vuelta la riqueza».
Solo le ha faltado añadir, como en la famosa escena de los Monty Python:
Trump: Los europeos, ¿qué nos han dado a cambio los europeos?
Una voz del público [Después de una pausa]: La democracia.
Trump [Desconcertado]: ¿Cómo?
La misma voz: La democracia. La Declaración de Independencia de Thomas Jefferson se inspiró en John Locke y su teoría de que todo Gobierno deriva su autoridad del consentimiento de los gobernados y existe principalmente para salvaguardar los derechos de sus ciudadanos a la vida, la libertad y la propiedad.
Una segunda voz: Y la división de poderes de Montesquieu fue fundamental para dar forma a la estructura de nuestro Gobierno.
La primera voz [Asintiendo con vehemencia]: Es verdad, Estados Unidos es una criatura de la Ilustración.
Trump [Con retintín]: Vale, vale, los europeos nos han dado la democracia…
Una tercera voz: También fueron un valladar contra el comunismo durante la Guerra Fría. El triunfo del capitalismo y de nuestro modo de vida habría sido mucho más complicado si los europeos no hubieran plantado cara a la Unión Soviética.
Trump [A regañadientes]: De acuerdo, admito que nos han dado la democracia y contribuyeron a parar los pies a los comunistas.
Una cuarta voz [Dando un codacito cómplice a su vecino]: Y tampoco podemos decir que ayudarles no haya sido un buen negocio. Tras la Segunda Guerra Mundial, la reconstrucción se hubiera producido en cualquier caso, pero el plan Marshall permitió que se acomodara mejor a los intereses de las empresas estadounidenses y nuestra renta per cápita es hoy cuatro veces mayor que entonces.
Trump [Con creciente fastidio]: Sí, eso es obvio, no hace falta ni mencionarlo… [Recuperando el tono desafiante]. Pero aparte de darnos la democracia, de parar los pies a los comunistas y de multiplicar nuestro bienestar…
Una quinta voz [Interrumpiéndole]: Han sido unos aliados fiables. Si no hubieran compartido los gastos de defensa y no nos hubieran dejado instalar nuestras bases en sus países, no habríamos podido proyectar nuestra fuerza hasta el último rincón de la Tierra.
La tercera voz: Acuérdate de lo mal que lo pasamos cuando nos dieron la espalda en Irak.
Trump [Tableteando impaciente con los dedos sobre la mesa]: Sí, claro, Irak…
La cuarta voz: Aquello sí que nos salió caro, en dinero y en vidas. Y porque los británicos nos echaron una mano, que si no…
Trump [Levantando la voz para imponerse al murmullo creciente]: ¡Muy bien, muy bien! Pero aparte de darnos la democracia, de parar los pies a los comunistas, de multiplicar nuestro bienestar y de compartir la carga de la defensa, ¿qué nos han dado a cambio los europeos?
Otra voz: El cine.
Otra voz: La poesía.
Otra voz: La gran novela del XIX.
Otra voz: El automóvil.
Otra voz: ¡Sí, menuda diferencia, Donald! Cómo se ponían antes las calles cuando llovía, con aquella mezcla de barro y estiércol de caballo, qué asco.
Otra voz: ¡Y el deporte, no nos olvidemos del deporte!
Otra voz: Es verdad, sin los europeos no tendríamos ni Super Bowl ni NBA. Acordaos de cómo eran antes los fines de semana, menudo rollo.
Trump [Masticando cada sílaba]: ¡Idos a la mierda!
La belleza de la libertad
La gira de Wilde por Yanquilandia lo llevó a Leadville, un centro minero de las Montañas Rocosas, a cuyos habitantes leyó pasajes escogidos de la autobiografía de Benvenuto Cellini. «Parecieron encantarles —observa—. Me reprocharon que no lo hubiese traído conmigo. Les expliqué que había muerto hacía algún tiempo, ante lo cual me preguntaron: ‘¿Y quién le pegó el tiro?’»
Y unas líneas más abajo cuenta cómo un aficionado al arte «demandó por daños y perjuicios a la compañía del ferrocarril porque la reproducción en yeso de la Venus del Nilo […] le había llegado sin brazos. Y lo mejor —añade— es que ganó el pleito».
Pero Wilde reserva las dos últimas frases de esta sátira sobre la barbarie de los americanos para recordarnos que son asimismo «el pueblo con mejor educación política del mundo. Vale la pena ir a un país que puede enseñarnos la belleza de la palabra libertad y el valor real de ese concepto».
Si Trump no rectifica, los vamos a echar de menos.