Cómo la izquierda se cargó su propia agenda
Ni la falta de financiación ni la resistencia de las élites impiden el progreso. El enemigo es la obcecación ideológica

El Empire State se completó en un año y 45 días. Algo así sería hoy impensable, y no solo por el tiempo. ¿Imaginan el papeleo que llevaría? En la foto, unos obreros en enero de 1930. | JT Vintage (Zuma Press)
Pedro Sánchez ha mostrado una persistente aversión a la evidencia empírica en diversos asuntos. Insiste, por ejemplo, en que su ley de vivienda es «buena» y «funciona», aunque allí donde se ha aplicado ha reducido la oferta de pisos. E ignora que las subidas del SMI tienen un impacto negativo en la creación de empleo o que la reducción de la semana laboral deteriorará la productividad, a pesar de las advertencias del Banco de España o de la AIReF.
Esta pertinacia en el error tiene un fundamento moral. «¿Cómo puede ser —se pregunta la buena gente de izquierdas— que el compasivo socialismo dé lugar a pesadillas totalitarias como la cubana y que, por el contrario, el insensible capitalismo genere prosperidad? Es una aberración y una incoherencia. Del altruismo solo puede seguirse el bien y del egoísmo el mal, y ya pueden decir misa los números».
No es una mentalidad exclusiva de España. Se da también en Estados Unidos y ha sido objeto de un documentado análisis por parte de Ezra Klein y Derek Thompson, dos progres confesos, en el ensayo Abundance.
Algo ha cambiado
Klein y Thomson parten de una sencilla constatación: ¿por qué Estados Unidos no tiene suficiente vivienda, energía verde o atención médica?
El Empire State Building se completó en un año y 45 días. «Comparen eso —plantea Mike Konczal, economista jefe de Joe Biden— con casi cualquier cosa que se intenta hacer ahora. Y no hablo solo de tiempo. En la década de 1970 se acababan [en Estados Unidos] 1,7 millones de viviendas cada año. Desde 2021 y con una población que es un 50% mayor, apenas llegamos a 1,4 millones».
O consideren la facilidad para legislar. «Medicare se aprobó el 30 de julio de 1965 y, menos de un año después, las recetas ya estaban disponibles». La ampliación de cobertura prevista en la Ley de Reducción de la Inflación de 2022 no entrará en vigor hasta 2026, «justo a tiempo para que el presidente Trump se atribuya el mérito de cara a las elecciones de mitad de mandato».
Y añade Konczal con desaliento: «Algo ha cambiado».
Yo a Texas, tú a California
Ante las carencias en materia social, la justificación tradicional de la izquierda ha sido doble: la falta de financiación pública y la resistencia de las élites conservadoras.
«Pero —apunta el economista Noah Smith— incluso cuando el dinero fluye, las cosas que tanto anhelan los progresistas tienden a no hacerse, o a hacerse a un coste tan exorbitante que el presupuesto nunca alcanza. El caso arquetípico es el tan cacareado tren de alta velocidad de California, sobre el que se han arrojado miles de millones de dólares sin que haya conseguido ponerse en marcha todavía». Biden también prometió desplegar una red nacional de electrolineras y llevar la banda ancha hasta el último rincón del país, pero sus grandes palabras se han quedado en unas pocas unidades testimoniales.
Esto por lo que respecta a la falta de financiación pública.
En cuanto a la resistencia de las élites conservadoras, los cuatro primeros estados en cuota de generación eólica y fotovoltaica son republicanos: Kansas (53,7%), Iowa (53,4%), Dakota del Norte (51,1%) y Oklahoma (45,4%). Y la epidemia de personas sin hogar que ha ocasionado la falta de vivienda no se abate sobre Houston, Miami, Dallas o Atlanta, sino sobre Los Ángeles y Nueva York. La empatía que los votantes demócratas manifiestan por los sintecho se volatiliza en cuanto hay que edificar una torre de apartamentos en su vecindario.
Goles en propia puerta
«La historia de Estados Unidos en el siglo XXI es la de una escasez elegida», dicen Klein y Thompson, y señalan varias trabas surgidas al calor de la gran movilización civil de los años 70.
La primera es la legislación medioambiental. En Estados Unidos no se han limitado a prohibir que las autopistas atraviesen reservas de especies en peligro de extinción o que las fábricas viertan desechos tóxicos en los ríos. Instan además a que cualquiera demande a los posibles infractores y los obligue a acreditar su inocencia ante un tribunal. Este requisito añade, según Smith, «enormes retrasos, incertidumbres y costes a la mayoría de los proyectos, incluso a aquellos que no terminan siendo denunciados».
El segundo gran gol en propia puerta son los requisitos de orden social que se incluyen en los pliegos de los concursos y que obligan a que «el propietario de la empresa contratista sea mujer o miembro de una minoría étnica» o a que «se destine parte del beneficio a mejorar la comunidad en la que se asienta».
Un monstruo desregulador
Lo que Klein y Thompson reclaman en el nombre de la izquierda es un regreso a la vieja tradición de hacer cosas, en lugar de alardear de lo mucho que ha impulsado el gasto social, que es su única obsesión.
En principio, a nadie debería importarle que el parque de alquiler social lo levantara una agencia pública o una inmobiliaria privada, pero para ciertos progres es una blasfemia. Ellos están en el debate ideológico: lo público frente a lo privado, el Estado grande frente al Estado pequeño, la escuela de Chicago frente al keynesianismo. Y temen que si Klein y Thomson (en teoría, dos de los suyos) reducen la agenda social a una cuestión técnica, los grandes intereses financieros aprovechen «para alumbrar un monstruo desregulador al estilo de Ronald Reagan», como subraya el abogado experto en competencia Zephyr Teachout.
Una pelea de navajas
Klein y Thompson no son, por lo visto, unos polemistas avezados. Creen de buena fe que convencerán a sus colegas con sus datos, pero Smith dice que han llevado «un mazo de madera a una pelea de navajas». No están debatiendo con colegas de la academia, sino con activistas animados por «un profundo resentimiento de clase». ¿A qué se refiere?
Smith reproduce una cita de Deng Xiaoping. «Nuestra política —declaró en 1986 el líder chino— consiste en dejar que algunas personas y algunas regiones se enriquezcan primero, para arrastrar y ayudar a las regiones atrasadas».
Deng, sigue Smith, comprendió que el desarrollo no es homogéneo y ofreció la redistribución para compensarlo, pero la izquierda radical siempre ha renegado de este pacto social. Lo considera un mal apaño. «Pretenden —argumenta— tapar la boca de la mayoría arrojándole las migajas del festín. Si la democracia ha de sobrevivir, hay que arrebatar a los ricos su patrimonio mediante cualquier instrumento a nuestro alcance: las autoridades antimonopolio, la fiscalidad, la regulación». Para ciertos progres, cada millonario es la constatación de un fracaso político y, puestos ante la tesitura de aceptar que unos pocos se enriquezcan a cambio de elevar el bienestar general, prefieren la pobreza.
Porque del egoísmo solo puede seguirse el mal, y ya pueden decir misa los números.