Para los políticos, todas las comidas son gratis
Occidente ha alcanzado niveles de deuda çnéditos en tiempos de paz y es ingenuo pensar que no tendrá consecuencias

En descargo de los políticos hay que señalar que sus dispendios son muy populares. Basta decir «austeridad» para que la gente se eche a la calle, como en esta foto de Francia. | Sadak Souici (Zuma Press)
Cuando un editor me propuso hace poco escribir un libro sobre finanzas familiares, pensé: ¿qué necesidad?
El problema central de la economía doméstica quedó resuelto a efectos prácticos hace tiempo, cuando el entrañable Wilkins Micawber desveló a David Copperfield su segunda máxima: «Ingresos anuales, 20 libras; gastos anuales, 19 libras, 19 chelines y seis peniques. Resultado: felicidad. Ingresos anuales, 20 libras; gastos anuales, 20 libras y seis chelines. Resultado: desgracia».
No hay más. Si es usted capaz de seguir el consejo del personaje de Charles Dickens y no gastar más de lo que gana, yo no tengo nada que añadir.
Ahora bien, ¿quién es capaz? Desde luego, no Micawber, que termina en la cárcel por moroso. Lo habitual es exceder ampliamente el presupuesto y, en ese caso, ¿cómo se sobrevive? Eso sí que se merece un libro, y quizás algún día me anime.
Por cierto, la primera máxima de Micawber es igualmente acertada y difícil de aplicar: no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.
El pago sin dolor
Pero volvamos a la segunda máxima. La razón por la que se nos resiste no es ningún secreto: gastar es mucho más divertido que ahorrar.
Naturalmente, a todos nos han educado en la sacrosanta virtud de la templanza y experimentamos cierta incomodidad al ver cómo los billetes vuelan, pero nuestros abnegados financieros han desarrollado diferentes soluciones para ocultar ese vuelo y han conseguido que comprar sea hoy un acto prácticamente indoloro. La tarjeta de crédito supuso un notable avance, pero todavía exigía meter la mano en el bolsillo, sacar la cartera, tender el plástico al dependiente… Había incluso que mostrar el DNI y firmar un comprobante. No eran más que unos segundos, pero los suficientes como para que alguien recapacitara y se echara atrás.
Hoy levantas un poco el brazo, dejas que el smart watch contacte con el datáfono y ya está. Es casi un gesto de agradecimiento, similar al que dirigimos al conductor que nos cede el paso en un cruce.
Anales de la credulidad
Una corriente de pensamiento, constituida fundamentalmente por profesores de finanzas, defiende que a la población general no le vendrían mal unos conocimientos básicos de finanzas, pero los conocimientos avanzados de finanzas no impidieron a Bernie Madoff embaucar a prominentes figuras de la City y Wall Street. «Incluso Stephen Greenspan, profesor emérito de psicología y autor de un libro titulado (no es broma) Anales de la credulidad: por qué nos engañan y cómo evitarlo, cayó en la trampa», ironizaba en 2009 el columnista de Kiplinger Steven Goldberg.
Por aquella misma época recuerdo que un grupo de periodistas celebramos una comida con el director de una afamada escuela de negocios.
La burbuja inmobiliaria acababa de estallar y el hombre dedicó bastante tiempo a comentar lo increíblemente ignorante que era la gente. «¿Cómo puede nadie contratar una tarjeta revolving? —nos increpaba—. ¿Y a qué clase de idiota se le ocurre ampliar su hipoteca?». Yo mojaba pan en la mayonesa y asentía con gesto circunspecto, a pesar de que era de esa clase de idiotas que tenía contratada una tarjeta revolving y había ampliado la hipoteca para hacer unas obritas en la casa del pueblo.
Pero quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, porque unos meses después nos enteramos de que la escuela de negocios había suspendido pagos.
Vivir del cuento
A aquellos lectores que sean más de gastar que de ahorrar (o sea, todos), les alegrará saber que quizás vivan en el continente y en la época histórica en que menos consecuencias tiene andar justo de efectivo.
En España, en concreto, tenemos un Gobierno al que parece que el dinero le quema en las manos y que lleva a gala que más de 2,3 millones de personas reciban el ingreso mínimo vital, como me recordaba este domingo en El pódcast de El Liberal el consultor Lorenzo Bernaldo de Quirós. «¿No es esto un enorme fracaso?», apuntaba no sin razón.
Tampoco se agobie usted si no le llega para el alquiler: gracias al decreto antidesahucios, puede acreditar su vulnerabilidad ante el juzgado que tramita su causa (especialmente si su casero es un banco o, peor aún, un avieso fondo buitre) y convertirse en inquiokupa.
A partir de cierta edad disponemos, en fin, de grandes facilidades para viajar y disfrutar de conciertos a precio reducido, visitar museos gratis, etcétera.
¿Podemos considerar que el estado de bienestar es una fase superior del capitalismo en la que gastar lo que no se tiene ha dejado de ser un problema? En absoluto. Lo que hemos hecho ha sido pasar la bola del balance de cada ciudadano particular al del Estado, que ha alcanzado niveles de deuda inéditos en tiempos de paz.
El cobrador siempre llama dos veces
«¿No estará usted abogando por el desmantelamiento del estado de bienestar?», me increpará algún lector.
Nada más lejos de mi ánimo. Por lo que sí abogo es por recordar una tercera máxima, esta vez no de Micawber, sino de Milton Friedman: «There is no such thing as a free meal», que literalmente significa «No existe algo semejante a una comida gratis», y que más libremente podríamos traducir por «Nada es gratis». Como denuncia Luis Garicano en su blog, los políticos la olvidan con inquietante frecuencia. Por ejemplo, para impulsar las medidas contra el cambio climático, Ursula von der Leyen argumenta que es un Green New Deal que generará millones de empleos bien remunerados, una auténtica oportunidad sin apenas contrapartidas. Del mismo modo, quienes defienden los beneficios innegables de la inmigración se niegan a «reconocer las evidentes fricciones sociales» que ocasiona.
«Para los políticos —se lamenta Garicano— todas las comidas son gratis». No pueden estar más equivocados. Al final, el cobrador siempre llama dos veces, como comprobó el bueno de Micawber.
