El hombre globo, amenaza para la democracia
«Sánchez no ha cumplido casi ninguno de sus compromisos electorales; es difícil que nadie se fíe de sus promesas, de sus palabras, ni de sus intenciones»
«El lenguaje político brutal, cuando penetra en el debate parlamentario y los centros de gobierno, es una amenaza para la supervivencia de la democracia». Esta frase, tan actual tras las astracanadas libertarias de Milei, las amenazas y mentiras de Sánchez, las tonterías de Albares o los insultos de Óscar Puente, se debe a Martin Schulz. Este antiguo líder socialista alemán decidió no entrar en el Gobierno de coalición con la democracia cristiana que él mismo negoció en 2018 por encargo de su partido. La razón: durante la campaña electoral prometió que nunca haría tal cosa. Los socialdemócratas se integraron en el Gabinete de Angela Merkel, pero no Schulz, que dimitió de todos sus cargos por ser fiel a sus promesas hechas.
Pedro Sánchez es el perfecto ejemplo a contrario: no ha sido capaz de cumplir casi ninguno de los compromisos contraídos con sus electores; de la infidelidad para con sus colaboradores, socios de Gobierno o apoyos parlamentarios, en definitiva a su palabra dada, las hemerotecas hablan por sí solas. Es difícil que nadie, incluso sus más cercanos, se fíen de sus promesas, de sus palabras, ni de sus intenciones. Su triunfal trayectoria en el seno del PSOE comenzó con un episodio interno que suscitó sospechas de un intento de pucherazo en las urnas. Desde entonces la política hispana es una variante más del día de los tramposos.
Felipe González, que hizo del partido socialista un protagonista singular de la democracia española, ya ha explicado que Sánchez no es capaz de formular nada que se parezca a un proyecto nacional. Internacional tampoco. La mirada abobada que tantas veces le ha regalado Ursula Von der Leyen en los actos públicos televisados le pudo hacer concebir que podría tener un futuro en la política europea. Pero la presidenta de la Comisión parece haber elegido ya socios distintos ante la oleada ultraconservadora del continente.
El actual amado líder de los aún fieles a un PSOE totalmente desfigurado, tras tomarse unos días de asueto y meditar sobre su personal futuro en la Historia, denunció con toda razón que la violencia y las políticas de odio amenazan a las democracias. Él lo sabe mejor que nadie porque sus principales apoyos parlamentarios provienen de quienes más las han practicado. Bildu es un partido construido, tan brutal como inteligentemente, desde la herencia del terrorismo etarra, a cuyos matarifes sigue celebrando, y cuyo desprecio a las víctimas explica su no colaboración en el esclarecimiento de más de 300 asesinatos. En cuanto al odio, olvidó Sánchez referirse al que destilan los independentismos irredentos. Y nada dijo del supremacismo racista y xenófobo de quien fuera presidente de la Generalitat Quim Torra, quien definió a los catalanes que hablan español como «bestias carroñeras, víboras y hienas, bestias con forma humana que viven, mueren y se multiplican».
Con la ley de amnistía el amado líder del señor Patxi López, y el mismo señor López, han legitimado el uso de esas prácticas contra la estabilidad democrática, y dado nuevas esperanzas a los delincuentes condenados, quienes dicen que lo volverán a hacer. La traición a sus tronantes soflamas contra Puigdemont las justifica Sánchez, de manera un poco cursi, en nombre del perdón, cuando todo el mundo sabe que estuvo motivada por un intercambio mutuo de favores necesario para seguir viviendo en la Moncloa. De modo que casi un año después de las elecciones generales, la inutilidad y el esperpento de esta legislatura constituyen el mejor acicate para el crecimiento de la extrema derecha.
«Sus tendencias autoritarias le han llevado incluso a querer convertir a su esposa en una institución o bien del Estado»
Tras la repetida debacle de los partidos socialdemócratas en Europa sorprende la incapacidad de los aún supervivientes para hacer una mínima autocrítica respecto a sus responsabilidades en esa deriva. Su abandono de la centralidad, motivado por el temor a que las nuevas formaciones de extrema izquierda les pisaran el terreno, ha potenciado la demagogia conservadora y las soflamas nacionalistas del trumpismo europeo. Mélenchon en Francia, Beppe Grillo en Italia, Pablo Iglesias en España o Tsipras en Grecia surgieron y se hicieron fuertes gracias a la reacción popular contra las medidas de austeridad tras la crisis del 2008 y los abusos del neoliberalismo financiero. Con excepción del líder de Los Insumisos galos hoy no queda casi nada de ellos. Pero todos han servido de pretexto y acicate para el crecimiento ultraconservador europeo, han impulsado la polarización social y la brutalidad del lenguaje político. Y aun de sus maneras, como así lo demuestra la inflamada oratoria histérica de nuestra ministra de Igualdad.
Sánchez suma a esas características unos tintes autocráticos que permiten a sus adversarios, como a los de Trump, apellidarle de psicópata. La psicopatía es desde luego enfermedad común entre los políticos de nuestro tiempo, y experiencias como las del Gobierno Frankenstein el mejor caldo de cultivo para su desarrollo. Sus tendencias autoritarias y clientelistas a gobernar por decreto, colocar a amiguetes y familiares, y hacer toda clase de trampas en el juego político, le han llevado incluso a querer convertir a su esposa, no sé si muy a pesar de ella, en una institución o bien del Estado, como ya hiciera Perón con Evita, primero, e Isabelita después. Su ocupación de las instituciones parece no tener fin, hasta el punto de atreverse en público a sugerir a la presidenta del Congreso que retire la palabra al jefe de la oposición. Y su vulgar impostación en los discursos le debería llevar cuando menos a despedir a quien se los redacta.
Pero lo más chusco, si no fuera infame, es ver a los ministros, diputados y senadores de un partido que en el pasado fue brillante, convertidos en balbuceantes pregoneros del jefe al que deben sus empleos. La frecuencia con que en sus declaraciones incluyen lametones y zalemas «al liderazgo del presidente Sánchez» no tiene parangón con el comportamiento de ningún otro grupo parlamentario, a excepción de Junts per Catalunya, socio privilegiado del propio Sánchez mientras el chantaje siga prosperando.
Lo más gracioso es que el mismo presidente, cree en la sinceridad de eso serviles aspavientos, con lo que empieza a parecerse a los hombres globo de la política hispana de hace dos siglos que Larra describiera: «¡La ascensión! Va a subir. ¡Ahora, ahora sí va a subir! Gran fama, gran prestigio. Se les arma el globo; se les confía; ved cómo se hinchan. ¿Quién dudará de su suficiencia?… mientras están abajo entre nosotros asombra su grandeza, y su aparato y su fama; pero conforme se van elevando, se les va viendo más pequeños; a la altura apenas de Palacio, que no es grande altura, ya se les ve tamaños como avellanas, ya el hombre-globo no es nada; un poco de humo, una gran tela, pero vacía, y por supuesto, en llegando arriba, no hay dirección. ¿Es posible que nadie descubra el modo de dar dirección a este globo?».
Mejor será pincharlo antes de que sea demasiado tarde.