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Guadalupe Sánchez

Por qué el PSOE se hace pasar por víctima

«El victimismo presidencial se manifiesta como una santísima trinidad que representa a España como tres personas en una: Pedro, Begoña y el partido»

Opinión
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Por qué el PSOE se hace pasar por víctima

Ilustración de Alejandra Svriz.

Ser víctima te convertía en objeto de conmiseración, empatía y solidaridad. Pero las políticas de identidad han situado a las víctimas en el centro del debate político, transformándolas en los auténticos héroes de nuestro tiempo. La vulnerabilidad prestigia y la pertenencia a colectivos oprimidos cotiza al alza, hasta el punto de que pertenecer a uno de ellos confiere autoridad y legitimidad a las opiniones. El sufrimiento, tanto si es real como si es autopercibido, ha reemplazado a la razón en el proceso de forja de los referentes morales e intelectuales contemporáneos. 

Así que no es de extrañar que los gurús electorales que parasitan la política hayan apostado por la victimización como eje de sus campañas, de forma que los eslóganes están cada vez más centrados en apelar a las tripas en lugar de a los datos. Esta primacía del sentimiento sobre el conocimiento nos aboca a líderes cada vez más viscerales e insustanciales, que suplen su analfabetismo con altas dosis de mesianismo.

Ser víctima prestigia también en la política, hasta el punto de que se ha asentado en buena parte de la sociedad el relato de que las cuotas de género o las raciales son medidas reparadoras o correctoras de injusticias sistémicas, ocultando con ello la realidad: que no son más que el pretexto para anteponer la ideología al mérito y a la independencia.

La izquierda española ha abrazado el victimismo como baza electoral: las cartas con balas y navajas ensangrentadas a los candidatos, las quejas por recibir insultos, o las denuncias por delito de odio contra quienes critican al partido o al presidente forman parte de un show populista cuyo protagonista principal es actualmente Begoña Gómez. La apertura de diligencias penales a raíz de una denuncia contra la mujer del presidente por un presunto delito de tráfico de influencias ha servido a los socialistas para escenificar un melodrama hiperventilado: primero con una carta a la ciudadanía en la que amenazó con la dimisión y después con la ruptura de relaciones diplomáticas con Argentina tras haber calificado Milei a Begoña de corrupta en un acto de Vox.

Pero que nadie se lleve a engaño, porque la utilidad de la victimización no se agota en lo electoral, sino que extiende sus tentáculos a lo institucional: Sánchez se ha disfrazado de víctima para desmantelar los contrapoderes constitucionales bajo el pretexto de poner remedio a aquello que hace padecer a la democracia, representada en la persona del presidente del Gobierno. Una argucia que les permite concluir que quien provoca sufrimiento a Sánchez, también se lo provoca al Estado y a sus instituciones

«El Pedro Sánchez que hace seis años prometía regeneración democrática, reclama hoy impunidad para sí y para los suyos»

Esta confusión entre lo privado y lo público a la que nos aboca el victimismo presidencial es la esencia del totalitarismo, que en nuestro país se manifiesta como una suerte de santísima trinidad que representa a España como tres personas en una: Pedro, Begoña y el Partido Socialista. Este es el misterio del dogma sanchista al que los feligreses están obligados a adherirse.

La izquierda, en tanto que autoproclamada víctima del fascismo, asume el rol de heroína de la democracia y campeona de la libertad y de la justicia social. Y a las víctimas no se las debe cuestionar, solo escuchar, admirar y reconocer. Como bien apuntó Daniele Giglioli, la víctima no tiene necesidad de justificarse ni de dar explicaciones, porque su inocencia y su verdad se dan por sentadas: reclamárselas solo merece repudio y reproche social.

Estas prerrogativas y cualidades predicables de las víctimas son a las que aspira quien persigue el poder absoluto, pues le permiten transitar de la condición de deudor de la sociedad a la de acreedor de privilegios. Por eso el Pedro Sánchez que hace seis años prometía regeneración democrática, reclama hoy impunidad para sí y para los suyos. En un país como el nuestro, en el que los ciudadanos han dejado de valorar al político por lo que hace y premiarle por lo que padece, solo puede florecer la desigualdad y la servidumbre.

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