Del esperpento español al realismo mágico
«El ‘caso Begoña Gómez’ se inscribe ya en nuestra mejor tradición literaria: es el espejo que nos devuelve la imagen de la política española, plagada de felonías»
El abogado de doña Begoña Gómez, esposa del jefe de Gobierno de España, guarda silencio y se niega a declarar ante los jueces y la opinión pública porque dice ignorar de qué se le acusa. Aparte de su conspicuo asesor legal, debe ser ella la única persona en España que no sabe que está imputada por la comisión de dos delitos claramente definidos en el Código Penal: tráfico de influencias y corrupción en los negocios. Y aunque su silencio sea legítimo, alguien debería explicarle que no le favorece ante la opinión pública a la hora de valorar su presunción de inocencia.
No era ni es legítimo, en cambio, el silencio de su esposo, que sin más argumento que su profundo enamoramiento no hace sino perjudicar la imagen de su Dulcinea cuando pregona sin explicación alguna que todo es falso, bulo, mentira, fango y hasta blasfemia porque no se ha hecho nada malo. Si no hay nada inconfesable, ni siquiera inconveniente, como le afea el portavoz del nacionalismo supremacista vasco, ¿a qué callar si eso alimenta las sospechas? Sánchez ha incumplido ya su deber de informar al Parlamento y responder a las preguntas de la oposición. Si ahora declara como testigo ante el instructor de la causa, tendrá que decir la verdad aunque no acostumbre a hacerlo, por lo que más probable es que se acoja a su derecho de no decir nada tampoco, en virtud de su parentesco.
Es probable que tras la decisión del Tribunal Constitucional de convertirse en sala de apelación frente a las sentencias del Supremo y blanquear así el caso de los ERE, los consejeros de doña Begoña estén ya preparando argumentos que demuestren su indefensión, por si van a peor las cosas. Aseguran que se está haciendo un juicio prospectivo, que las leyes prohíben. Si eso piensan, han de recurrir cuanto antes a las instancias superiores al juez instructor. Y si aprecian que se está llevando a cabo una investigación dolosa, deberían denunciar semejante prevaricación.
Pero lo que aquí hay que aclarar, lo denuncie la extrema derecha, Agamenón o su porquero, es si la esposa del jefe de Gobierno, que ha logrado dirigir una cátedra en la primera Universidad pública de España sin acreditar ningún mérito académico, ha utilizado o no sus relaciones personales en términos vetados por la ley. En el Parlamento y en los programas de entretenimiento televisivo, hemos visto y oído muchas opiniones sobre la improbable culpabilidad de doña Begoña. Habrá que esperar la resolución del juez instructor al respecto y el posterior juicio si lo hubiere, pues son los magistrados y no la Guardia Civil ni los portavoces gubernamentales quienes han de decidir al respecto.
Al definir el tráfico de influencias, el Código Penal, establece penas de hasta dos años de cárcel «a aquel particular que influyere en un funcionario público o autoridad, prevaliéndose de su relación personal con él a fin de conseguir una resolución que le reporte directa o indirectamente un beneficio económico para sí o para un tercero». Lo que el juez Peinado investiga en definitiva es si la esposa del presidente del Gobierno ha podido incurrir en esas prácticas, censurables no solo ética y estéticamente. Deseo personalmente que no haya sido así, no solo por su interés, sino para que no se pudra todavía más el basurero de la política española.
«El plan de degeneración democrática de Sánchez se resume en tratar de intervenir a los jueces y silenciar a los medios no serviles»
Para colmo, algunos quieren santificar la doctrina, que juzgan establecida, de que no se deben iniciar procedimientos penales basados en informaciones de prensa. De acuerdo con semejante estupidez, el Watergate que acabó con la presidencia de Nixon, el terrorismo vinculado a los GAL, los casos de corrupción del PP y del PSOE, la corrupción de menores ocultada por la Iglesia Católica y la mayoría de los frecuentes delitos que los gobiernos cometen en nombre de la razón de Estado, no hubieran podido ser perseguidos y sancionados por la ley. Todo esto pone de relieve que el plan de degeneración democrática del señor Sánchez se resume en tratar de intervenir a los jueces y silenciar a los medios de comunicación no serviles, únicas instancias capaces de limitar los excesos del Ejecutivo. Solo la prensa y la judicatura pueden hacerlo hoy, toda vez que Moncloa ha ocupado de hecho el Parlamento en nombre de la mayoría Frankestein.
La anunciada tentación sanchista de establecer un Ministerio de la Verdad, para que el poder decida lo que es mentira, bulo o falsedad vulnera directamente una de las bases fundamentales de la democracia: la libertad de expresión. Esta no es un derecho de los periodistas ni de las empresas de medios, sino de todos y cada uno de los ciudadanos, libres e iguales ante la ley. Libertad de expresarse es también libertad de pensar, de disentir, destapar secretos y denunciar tinglados, conspiraciones y atracos, de ser desobedientes ante el poder cuando el poder desobedece a las leyes, las manipula y las corrompe con su particular máquina del fango.
Eso sucedió con el terrorismo de Estado en los gobiernos de la Transición, el caso Sogecable durante el aznarato, el latrocinio de los ERE en Andalucía, o la policía patriótica del PP. Y existen fundadas sospechas de que puede haber sucedido también ahora con Koldo y compañía, y la figura esponjosa del caballero Aldama. Lo mismo este se encuentra con doña Begoña Gómez en San Petersburgo, bajo el padrinazgo de la Organización Mundial del Turismo, como el señor Ábalos en Barajas cuando este acudió a impedir que la vicepresidenta venezolana pisara tierra española pese a haber sido invitada por Zapatero.
Las imprudentes declaraciones ministeriales acusando a los jueces y la prensa canallesca de contribuir a lo que es una conspiración despiadada contra Sánchez y su familia son un calco de las habituales soflamas de Trump o Cristina Kichner cuando se han visto sometidos a la acción judicial. O sea que déjese de cuentos el presidente y cumpla cuanto antes con el reglamento europeo sobre los medios de comunicación. Así podremos enterarnos de las regalías donadas a quienes son adictos al gobierno y los castigos infligidos a aquellos que siguen convencidos de que la prensa es un verdadero contrapoder al servicio de los ciudadanos.
«Demuestren que la declaración que hizo Sánchez en el Parlamento cuando aseguró que confía en la justicia no fue una mentira más»
Sea cual sea el final de la historia todavía tardaremos en conocerlo, habida cuenta de los tiempos de la justicia, por lo que es de rogar no calienten más la coyuntura las señoras y señores ministros: cesen de acosar al juez instructor si no lo denuncian, expliquen los comportamientos de la fiscalía cuando su máximo jefe está también acusado de un grave delito, y demuestren que la declaración que hizo Sánchez en sede parlamentaria cuando aseguró que, a pesar de todo, confía en la justicia no fue una mentira más de las suyas.
Por último, no todo es negativo en el caos que nos ocupa. Hace días Sergio Ramírez celebraba los cien años de Luces de Bohemia, y describía magistralmente los orígenes del esperpento valleinclanesco, desde Cervantes y Goya hasta nuestros días. El caso Begoña Gómez, incluso si no hubiera caso, se inscribe ya por derecho propio en nuestras mejores tradiciones literarias: es el espejo cóncavo que nos devuelve la imagen de la política española, la pasada y la actual, plagada de felonías, mediocridades, pequeños enredadores y grandes usureros.
Precisamos de urgencia una pluma que los identifique y relate su encarnadura. Una pluma capaz de inspirarse en la maestría del realismo mágico. Ese que combina el brillo de lo imposible, la sabiduría de nuestra especie, con otro mundo espeso, irónico y cruel, casi febril, heredado del nuestro por las estirpes condenadas a cien años de soledad. Y en el que el coronel Aureliano Buendía, dio su lección política: «Cuando le anunciaron la llegada de una comisión de su partido autorizada para discutir la encrucijada de la guerra, él se dio vuelta en la hamaca sin despertar por completo.
—Llévenlos donde las putas —dijo».