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Ricardo Dudda

¿A quién pertenece Gabriel García Márquez?

«El ‘copyright’ es una buena idea hasta que muere el creador, pero los derechos ‘post-mortem’ que tienen los herederos suelen fomentar un rentismo obsceno»

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¿A quién pertenece Gabriel García Márquez?

Gabriel García Márquez. | Zuma Press

Gabriel García Márquez sacó nuevo libro el mes pasado. El autor colombiano falleció en 2014. Es, por lo tanto, un libro póstumo, y como casi todos los libros póstumos de autores célebres, un libro que el propio autor no quería publicar. Así lo confirma uno de los editores del texto, que reproduce las palabras de García Márquez sobre esta brevísima novela: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo». Sus palabras importan menos que el potencial beneficio que puedan extraer los herederos de su obra. Uno de sus hijos dijo: «Cuando mi padre dijo que no estaba para publicarse, en realidad pensamos que no estaba en sus cabales para decidirlo». Como ha escrito Alberto Olmos sobre la publicación de En agosto nos vemos, «los inéditos, cuando eres un autor importante al que le da por morirse, los carga el diablo, porque puedes dejar dicho que no se publiquen, pero luego se publican ante la evidencia de que da más dinero un libro que una promesa». El legado de Márquez da, en efecto, muchísimo dinero: los herederos crearon una sociedad offshore en las Islas Vírgenes Británicas para gestionar sus activos, según los Pandora Papers. 

El legado de los autores fallecidos siempre ha sido un debate. Hay innumerables culebrones, el más reciente el que implica a la viuda de Borges, María Kodama, que falleció el año pasado sin dejar testamento. El representante buscó herederos que pudieran hacerse cargo de la obra de Borges hasta que pase al dominio público en 2056, 70 años después de la muerte del autor. Los expertos dicen que Kodama hizo una buena gestión del legado de Borges, pero hay muchos ejemplos de lo contrario. Por ejemplo, el heredero de la obra de James Joyce, su nieto Stephen Joyce, fue muy intervencionista: en 1988 destruyó una colección de cartas, al año siguiente obligó a un biógrafo a suprimir partes de su biografía. En 1995 incluso negó permisos para citar la obra de su abuelo y negó que se publicaran online sus escritos. El sobrino del dramaturgo Samuel Beckett se ha metido en litigios contra representaciones de la obra de su tío que consideraba inadecuadas y ha marcado estéticamente todas las representaciones de Esperando a Godot de una manera muy ortodoxa y posiblemente contraria al espíritu experimentador de Beckett. 

«Extender los derechos de autor hasta 70 años después de la muerte del creador se hizo para ayudar a viudas y huérfanos de escritores»

El problema es estructural. Como escriben David Bellos y Alexandre Montagu en Who owns this sentence? (¿A quién pertenece esta frase?), una interesante historia sobre el copyright, la idea de extender los derechos de autor hasta 70 años después de la muerte del creador se estableció para ayudar a viudas y huérfanos de escritores. En 1837, el poeta ruso Alexander Pushkin se batió en duelo con un oficial francés por un supuesto menosprecio al honor de su esposa. Pushkin falleció a los 37 años. Su legado lo heredó su esposa Natalia, que gestionó con celo las obras de su marido. Hubo un largo debate sobre si debían publicarse textos inéditos del autor. Como falleció muy joven, muchos de sus primeros textos eran obscenidades, ajustes de cuentas, poemas de baja calidad. Su heredera solo pensó en su propio beneficio. 

Así se inició en Occidente una especie de aristocracia de los herederos del legado de los artistas. Aunque bienintencionada en principio, la idea se pervirtió rápidamente. Bellos y Montagu dicen que este sistema «ha hecho muy ricos a un puñado de artistas cuyas canciones y escritos parece que seguirán siendo populares durante muchos años, sobre todo en su vejez, cuando pueden vender sus derechos de autor a fondos especulativos e inversores por cientos de millones de dólares. Sin embargo, los verdaderos beneficiarios de la protección post mortem no son los creadores individuales, ni siquiera sus viudas, huérfanos, nietos y legatarios, sino las empresas que adquieren regularmente novelas, canciones, grabaciones, películas, pinturas y programas ‘por todo el periodo de vigencia de los derechos de autor’, como exigen ahora la mayoría de los contratos». 

En 2021, Sony Music Group compró los derechos de toda la obra del músico Bruce Springsteen por 550 millones de dólares. La empresa ahora tiene derecho a un canon por todos los usos que se den de la obra del artista estadounidense hasta finales del siglo XXI. El copyright es una buena idea hasta que muere el creador, pero los derechos post-mortem que tienen los herederos suelen fomentar básicamente un rentismo obsceno. Y, en muchas ocasiones, en contra de lo que defendieron los propios creadores. Si no quieres que se publiquen tus creaciones tras tu muerte, lo mejor es quemarlas y tirar las cenizas al mar.

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