THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Contra el monocultivo cultural

«El antiesnob de hoy quiere intelectualizar lo pop (es decir, legitimarlo) y defiende el monocultivo de ‘blockbusters’, sagas, secuelas y ‘remakes’ de cine popular»

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Contra el monocultivo cultural

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Churchill decía que los fascistas del futuro se autodenominarán a sí mismos antifascistas, una frase tan manida que es puro meme. Parafraseándola, los esnobs del futuro se autodenominarán a sí mismos antiesnobs. Es lo que ha ocurrido en la última década con la intelectualización de lo pop. Los millennials nos criamos con la idea de que eran los esnobs los insoportables: los que determinaban qué es el buen cine o la buena literatura, los que ponían barreras de entrada a los contenidos que apreciaban para que no se hicieran mainstream, los que criticaban a la audiencia que veía televisión basura. Era la época del hipster, un término ya completamente muerto que no era más que una renovación estética del esnob de toda la vida. Al hipster le gustaba el cine independiente, alternativo y art house, que en EEUU se identificaba con el cine europeo: intimista, experimental, erótico (¡francés!), intelectual. Todo esto, claro, era un cliché y un hombre de paja. 

Dudo mucho de que esa parodia llegara a ser real. Claro que hay gente que consume ese tipo de cine, me incluyo entre ellos. Pero en general el espectador medio de la Filmoteca no es el esnob con jersey de cuello vuelto arrogante sino una persona retraída con hiperfijación por un tipo de cine y con entusiasmo por compartirlo. Pero si la parodia del hipster llegó a existir, hoy se ha dado la vuelta. Ahora el verdaderamente pesado es el antiesnob. Hoy el discurso cultural predominante, y no solo desde la industria, es orgullosamente antiesnob. El verdadero gatekeeping lo hacen los adultos Disney y los fans de 30 años de Harry Potter.

El antiesnob de hoy quiere intelectualizar lo pop (es decir, legitimarlo, darle una pátina de profundidad para sentir que es un entretenimiento legítimo) y defiende el monocultivo de blockbusters y sagas y secuelas, precuelas, reboots, remakes de cine popular. Criticar ese monocultivo cultural (que si uno no vive en Madrid o Barcelona no tenga otra opción que ver la última de Marvel, una película estilo Minions para niños y, si acaso, alguna supuestamente para adultos solo porque en ella sale Meryl Streep) te convierte en alguien elitista. Criticar Netflix te vuelve alguien cascarrabias. Al final, este espectador es más defensor de una industria que de un género

«Hay nuevos argumentos. Por ejemplo, una película con debates elevados es elitista»

En TikTok abundan los vídeos, sobre todo de usuarios estadounidenses, que se ríen del cine de autor con sketches del estilo «mi película favorita es un filme serbio mudo en blanco y negro que es una alegoría [aunque dudo que sepan lo que es una alegoría] de la pérdida de un hijo en el embarazo y la consiguiente crisis de pareja». Es un populismo que funciona. Ha sido así desde hace décadas. En 1993, Martin Scorsese criticó en una carta al director del New York Times la manía estadounidense de considerar que las películas «extranjeras» son inaccesibles y pretenciosas, algo que sumergía aún más a EEUU en el provincianismo cultural. 

Hay nuevos argumentos. Por ejemplo, una película muy lenta es problemática para la gente con déficit de atención e hiperactividad, por lo tanto defenderla es discriminatorio. Una película con debates elevados es elitista. En su defensa del cine popular, de aquel cine que a menudo es un vehículo para el product placement y los anuncios y que es, como dice Martin Scorsese, un parque de atracciones, acaban defendiendo una especie de realismo socialista: ¡la complejidad es burguesa! 

Su vocación es supuestamente democrática (la defensa de un cine para todos) pero acaba siendo lo contrario, condescendiente con la audiencia, que considera que solo puede consumir basura. En un mensaje reciente, un tuitero decía que era clasista que el Cine Doré de la Filmoteca impidiera el acceso una vez comenzada la sesión. De su mensaje se intuía que los humildes llegan siempre tarde. A la gente común hay que darle cine de explosiones, nachos con queso y que pueda entrar cuando quiera al cine. Lo contrario es ser un esnob.

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