THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Lo que recordamos de los clásicos

«De un libro recuerdo la experiencia, atmósferas, escenas, a veces incluso solo recuerdo dónde y cómo lo leí, y apenas la trama»

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Lo que recordamos de los clásicos

Ilustración de Alejandra Svriz

En su nueva novela, Los vulnerables (Anagrama, 2024), Sigrid Nunez habla de una novelista que dice que «lo único que se le quedó grabado después de leer Anna Karénina fue el detalle de una cesta de picnic con un tarro de miel dentro». Yo lo único que recuerdo de La Montaña Mágica es Hans Castorp leyendo en la terraza sobre embriología (?) y una especie de ritual con médiums. Y una sensación, la de leer tapado en una terraza porque hace mucho frío. De El lamento de Portnoy, de Philip Roth, solo recuerdo vagas referencias a la masturbación y los padres del protagonista, judíos de clase obrera neoyorquinos, pero creo que los mezclo con la familia de Días de radio de Woody Allen y los padres de George Constanza en Seinfeld

De La Regenta solo recuerdo un confesionario, la sensación de que la trama es como Madame Bovary pero incluso mejor (si Clarín hubiera sido francés…), los paseos en los que la alta sociedad sale a dejarse ver (lo que me recuerda que ocurre algo parecido en otra ciudad de provincias española, esta vez en el siglo XX, en el estupendo filme Calle mayor) y algunas frases de la primera página que me parecen brillantes: «La heroica ciudad dormía la siesta», «Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la santa basílica». Y con eso ya estás más que dentro. 

«Cuando era joven creía que era importante recordar lo que ocurría en cada novela que leía», continúa Sigrid Nunez. «Ahora sé la verdad: lo que importa es lo que experimentas al leerla, los estados de ánimo que evoca la historia, las preguntas que te vienen a la mente, no tanto los hechos ficticios que se describen. Esto te lo deberían enseñar en el colegio, pero no lo hacen. En cambio, siempre hacen hincapié en lo que recuerdas. De no ser así, ¿cómo podrías escribir una crítica? ¿Cómo lograrías aprobar un examen?» 

Durante años, leí por placer pero también por una obligación autoimpuesta: necesitaba absorber el canon. Y para ello había que leer cosas exigentes y, sobre todo, entenderlas, procesarlas. Por eso cuando me olvidaba de lo leído, sentía que la experiencia había sido inútil. ¿De qué me sirven todas estas horas de concentración si luego me olvido? Pronto se me pasó esa visión utilitaria y adopté la misma actitud que Nunez. De un libro recuerdo la experiencia, atmósferas, escenas, a veces incluso solo recuerdo dónde y cómo lo leí, y apenas la trama. Lo que me parecía antes algo negativo, ahora me parece un privilegio.

Al coger La Regenta para buscar las citas de antes, he descubierto un libro completamente diferente al que recordaba. Un ligero olvido me permite volver a disfrutar la obra como la primera vez. Por eso un clásico se lee pero sobre todo se relee. Como dijo Italo Calvino, «un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir».

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