Arte de chicos, arte de chicas
«Este esencialismo es un tipo de tribalismo (nuestro arte para los nuestros) y suele acabar replicando las dinámicas contra las que supuestamente se enfrenta»
Los hombres deberían ver/leer más obras de mujeres. Los hombres nunca comprenderán las obras de las mujeres. Son dos frases contradictorias que a menudo se pronuncian en el mismo contexto, en la misma conversación, por el mismo tipo de gente. Hace unas semanas, el crítico musical Anthony Fantano, que hace reseñas en YouTube y es quizá la principal autoridad musical del mundo anglosajón (junto con medios como Pitchfork) hizo una reseña especialmente desdeñosa del nuevo disco de la cantante pop Halsey. Muchas de sus fans se enfadaron con él porque consideraban que estaba siendo misógino. Halsey había sufrido un cáncer y una ruptura amorosa y Fantano no estaba teniendo en cuenta eso a la hora de analizar su obra. En el fondo, sugerían muchos, no entendía el arte hecho por una mujer.
Pasó algo parecido en 2020 cuando Fantano le dio un 7/10 al disco de Fiona Apple Fetch the bolt cutters. Un 7 es una nota bastante positiva, y realmente lo que importa de las reseñas de Fantano es el análisis que hace y no la graduación. Pero muchas mujeres hicieron comentarios en YouTube como «nunca lo entenderás», sugiriendo que como el disco narraba una experiencia esencialmente femenina, un hombre no podría nunca comprenderla.
Es un esencialismo de género preocupante. Y forma parte de una mayor segmentación de género en la cultura. Hay música de chicos y de chicas, películas de chicos y de chicas. Es una situación que ha existido siempre, pero ahora parece que se fomenta la incomunicabilidad. Y a ello han contribuido especialmente las redes sociales, que segmentan radicalmente por género. Hay un internet de chicos y un internet de chicas. A veces es algo simpático. En internet ha habido varios memes en los últimos años sobre white boy summer, girl dinner, experiencias que supuestamente solo un hombre o una mujer puede comprender. Se busca lo relatable, con lo que podemos identificarnos. Eso ha permeado en la crítica cultural, pero también en el espectador/lector, que hace cada vez más gatekeeping, es decir, protege y controla las fronteras de la creación que considera que le corresponde en exclusiva.
Hace poco, ante algunas críticas negativas sobre La sustancia, la película protagonizada por Demi Moore, una tuitera decía, obviamente en broma pero defendiendo de alguna manera la segmentación, que a los hombres no se les debería permitir ver el filme. Otro usuario le respondió irónicamente: «Solo deberíamos experimentar el arte con el que nos identificamos al 100%!!! nadie debería escuchar a nadie remotamente diferente a sí mismo!!!! nadie debería entender las experiencias de los demás ni desarrollar ningún sentido de la empatía!!!!!». Y no solo eso. Es lo que comentaba al principio. Los hombres deberían consumir arte hecho por mujeres. Pero si no les gusta, es que no lo comprenden.
«Es una infantilización del arte, pero también del feminismo»
Este esencialismo es un tipo de tribalismo (nuestro arte para los nuestros) y a menudo acaba replicando las mismas dinámicas contra las que supuestamente se enfrenta. Es una infantilización del arte, pero también del feminismo. Como escribió hace décadas la escritora de ciencia ficción Ursula K. Le Guin: «No me gustaba, y sigue sin gustarme, hacer un culto del saber de las mujeres, preciarnos de saber cosas que los hombres no saben, la profunda sabiduría irracional de las mujeres, el conocimiento instintivo de la Naturaleza por parte de las mujeres, etcétera. Todo eso no hace más que reforzar la idea masculinista de que las mujeres son primitivas e inferiores: el conocimiento de las mujeres es elemental, primitivo, siempre está abajo, en las raíces oscuras, mientras que los hombres cultivan y se adueñan de las flores y los cultivos que salen a la luz».