THE OBJECTIVE
Juan Claudio de Ramón

Allez els ciutadans!

Ni puedo ni me apetece disimular mis simpatías por Manuel Valls. El ex primer ministro francés figura entre el nutrido –pero no enorme– grupo de personas que han batallado por los valores de la ciudadanía democrática en Cataluña. Es decir, las personas que, pudiendo haberse puesto de perfil y dedicado a sus asuntos, han tomado la palabra para defender los derechos políticos de todos los españoles en esa comunidad. Personas, en fin, que han consagrado una parte sustancial de su tiempo, energía y prestigio, al ideal de una solidaridad ciudadana capaz de trascender lazos etnolingüísticos para formar una comunidad basada en los valores republicanos de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

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Allez els ciutadans!

Ni puedo ni me apetece disimular mis simpatías por Manuel Valls. El ex primer ministro francés figura entre el nutrido –pero no enorme– grupo de personas que han batallado por los valores de la ciudadanía democrática en Cataluña. Es decir, las personas que, pudiendo haberse puesto de perfil y dedicado a sus asuntos, han tomado la palabra para defender los derechos políticos de todos los españoles en esa comunidad. Personas, en fin, que han consagrado una parte sustancial de su tiempo, energía y prestigio, al ideal de una solidaridad ciudadana capaz de trascender lazos etnolingüísticos para formar una comunidad basada en los valores republicanos de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Valls vio esos valores, tan queridos para él, amenazados en la patria de su familia paterna y decidió salir en su defensa. Su patria eran esos valores.

Mi simpatía por Valls me induce así a desear que acepte ser candidato a la alcaldía de su ciudad natal, Barcelona. Somos muchos los ciudadanos españoles, residentes o no, sentimentalmente unidos a la capital catalana, que nos dolería ver caer en el oscurantismo nacionalista. Entiendo, sin embargo, que la jugada tiene riesgos. Valls puede dar por seguro que, si acepta la oferta, los independentistas intentarán triturarlo. Su baza más probable será amplificar los episodios más controvertidos de su paso por el Ministerio del Interior francés. En cambio, no creo que sea un problema para él defenderse de las críticas que insisten en su falta de vinculación con la ciudad. Sus lazos con Barcelona son robustos: allí nació, y allí ha retornado con frecuencia. Habla las dos lenguas de la ciudad. El diario soberanista Ara se lamentaba de que su presencia en la liza electoral pudiera eclipsar cuestiones municipales tan relevantes como «el modelo de ciudad, la relación con el entorno metropolitano, el turismo, la investigación como motor económico, la lucha contra las desigualdades, la contaminación, los narcopisos, la proyección internacional o la movilidad». Pero ¿alguien puede creer que quien ha sido alcalde, diputado, ministro, y primer ministro en la cuarta potencia del mundo carece de una opinión formada en todos estos asuntos?.

Por lo demás, acaso lo más atractivo de la hipótesis Valls sea el descarado europeísmo de la apuesta. Barcelona se reencontraría de manera triunfal con lo mejor de su historia, su encanto cosmopolita. «El aire de la ciudad hace libres a los hombres», se decía en la Edad Media. Barcelona, y con ella Cataluña y España toda, sin duda se merece una inyección de oxígeno. Existen motivos por los cuales Valls podría preferir rechazar la oferta, pero si acepta, la batalla será hermosa. Hermosa incluso en la derrota.

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