THE OBJECTIVE
Roberto Herrscher

Aylan, Osama y nosotros

Aylan y Mohsen son la cara y la cruz del drama de la emigración siria. Dos familias de clase media, que gastaron miles de dólares en cruzar ilegalmente fronteras y mares, que arriesgaron la vida para salir del infierno.

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Aylan, Osama y nosotros

Aylan y Mohsen son la cara y la cruz del drama de la emigración siria. Dos familias de clase media, que gastaron miles de dólares en cruzar ilegalmente fronteras y mares, que arriesgaron la vida para salir del infierno.

En estos tiempos de imágenes que impactan pero no permiten entender, la crisis de los refugiados que huyen de una Siria en llamas tiene dos nombres, dos imágenes.

Una es la del niño Aylan Kurdi, quien murió a los tres años. Su cuerpo mínimo, vestido con camisa y pantalones cortos por una madre atenta, fue recogido en una playa turca donde las olas lo habían depositado. La madre y su hermano de cinco años también murieron en el naufragio de la patera donde intentaban llegar al paraíso europeo. El cadáver de Aylan, de cara a la arena, como si estuviera durmiendo, es convirtió en la imagen de la tragedia.

Unos días más tarde, en Hungría, corriendo para llegar a Austria y a la salvación, un padre con su hijo pequeño en brazos recibió un ataque inesperado: mientras corría por el campo con otros refugiados, mientras los periodistas les tomaban fotos e imágenes, la camarógrafa húngara Petra Laszlo le hizo una zancadilla mientras lo grababa con su cámara. Como la de Aylan, la imagen de Osama Mohsen parándose e increpando a la periodista dio la vuelta al mundo. Nos vimos incómodamente reflejados en el gesto miserable de la periodista. ¿No somos nosotros los que ponemos esa zancadilla con nuestra indiferencia, con nuestro egoísmo?

Esta historia terminó mejor. El Getafe Fútbol Club, un equipo modesto de las afueras de Madrid, le ofreció trabajo, porque Mohsen es entrenado de fútbol. Su esposa y sus hijos están hoy con él en Getafe.

Aylan y Mohsen son la cara y la cruz del drama de la emigración siria. Dos familias de clase media, que gastaron miles de dólares en cruzar ilegalmente fronteras y mares, que arriesgaron la vida para salir del infierno en que se había convertido su país. Caras, fotos, historias de apenas dos de los más de dos millones que salieron de Medio Oriente. Pero son dos gotas en un océano de sufrimiento.

Más allá de las historias particulares, con final trágico como el niño Aylan o con brisa de esperanza como el caso de Osama y su familia, no hay plan para Siria, y no hay solución para los refugiados. En las fronteras de Europa se está jugando hoy el alma compasiva y democrática de un continente que resurgió de sus cenizas acogiendo a refugiados y ayudando a levantarse a los caídos. La guerra no tiene visos de acabar. Mañana los noticieros encontrarán nuevas fotos, nuevos muertos y nuevos salvados para intentar convencerse de que están contando algo. Mientras tanto, nos seguirá ahogando el sufrimiento de millones de sirios sin futuro. 

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