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Cristóbal Villalobos

Berlanga: testimonio emocional de una España

«Hoy, en el centenario de Berlanga, se analizan sesudamente muchas de las aristas de su obra: su humor negro, la infinita ternura con la que describe los vicios humanos, el erotismo, que tan bien ha estudiado en Tamaño natural Guillermina Royo-Villanova, o su conexión con el cine italiano»

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Berlanga: testimonio emocional de una España

Jordi Guzmán | Flickr

Un aguerrido comando republicano formado por un peluquero, un sargento, un cornudo, un  ex seminarista y un torero cruza las líneas enemigas con una misión: secuestrar a la vaquilla que los nacionales pretenden torear al otro lado del frente. Ganas de revancha, y mucha hambre, frente a un enemigo que parece que come y se divierte mientras ellos pasan las de Caín.

Tras múltiples vicisitudes, perdonen el spoiler, la pobre vaquilla acaba en terreno de nadie, entre las trincheras de los enemigos, mientras dos toreros, uno por cada España, intentan llevársela a su lado mientras aguantan estoicos los insultos de sus mandos: «Ya no hay afición», se lamenta uno de ellos. «Lo que hay es muy mala leche», le contesta el otro. La vaca al final se muere sola, exhausta, y su pellejo, casi derretido, queda en medio del campo como metáfora de la sinrazón de una España bárbara que nos llevó a la mayor de las tragedias.

Muchos años tardó Luis García Berlanga en poder convencer a los productores del éxito que sería grabar La Vaquilla (1985), un retrato tragicómico de la guerra civil en la que los protagonistas son rehenes de la España de su tiempo. «Desnudos parecemos iguales», comenta el personaje interpretado por Alfredo Landa, cuando los republicanos se hacen pasar por nacionales bañándose con ellos en una poza. La película fue tachada de equidistante por los mismos radicales que ahora acusan de lo mismo a Chaves Nogales.

Hoy, en el centenario de Berlanga, se analizan sesudamente muchas de las aristas de su obra: su humor negro, la infinita ternura con la que describe los vicios humanos, el erotismo, que tan bien ha estudiado en Tamaño natural Guillermina Royo-Villanova, o su conexión con el cine italiano, especialmente con el neorrealista en sus primeros años, como bien recoge Manuela Partearroyo en Luces de varietés. Pero lo que más nos interesa es la inmensa ‘españolidad’ de su obra, que lo ha convertido, quizás, en el cineasta que mejor ha retratado a los españoles durante el franquismo y la Transición.

En Esa pareja feliz (1951), que dirige con José Antonio Bardem, retrata los inicios de un desarrollismo incipiente, narrando las cuitas de una pareja joven que intenta prosperar en un Madrid que empieza a sacudirse el hambre de la guerra. Es ese camino, hacia una nueva clase media, la que se describe amargamente en Plácido (1961), con las contradicciones de una España cristiana en la que ser pobre es casi una maldición bíblica.

Más conocido es el caso de Bienvenido Mister Marshall (1953), escrita con Mihura y Bardem, nada menos, que refleja, bajo esa pátina tan berlanguiana de esperpento y sainete, la apertura internacional del franquismo, con el anticomunismo, las bases y los Estados Unidos como herramientas para salir de la más absoluta pobreza. Menos conocidas son la magistral Calabuch (1956), que tras una furibunda crítica a las potencias nucleares realiza una oda a la candidez de la vida en un pequeño pueblecito costero, o Los jueves, milagro (1957), con la crítica a las apariciones marianas, tan en boga en los 50, recortada a más no poder por la censura.

Junto a Rafael Azcona, Berlanga captó la negritud del franquismo en El verdugo (1963). Mucha risa amarga para mostrar al mundo una España tenebrosa. Por el film desfilan los grandes actores de la época, recurrentes en muchas de sus películas: Pepe Isbert, José Luís López Vázquez, Alfredo Landa, Manuel Alexandre o Agustín González.

El boom del turismo quedó plasmado en ¡Vivan los novios! (1970), en la que se reflejan nuestros defectos a través del espejo de nuestros visitantes. De paso, deja el retrato de un fenómeno que acabará cambiándonos por completo.

El paso del franquismo a la Democracia fue recogido por el cineasta en la famosa Trilogía nacional (La Escopeta Nacional de 1978, Patrimonio Nacional de 1981 y Nacional III de 1982), una suerte de episodios nacionales, con guasa y surrealismo, en los que, ya sin la censura franquista, la familia aristocrática de los Leguineche sirve para caricaturizar a las élites dirigentes que intentan sobrevivir en el paso de un régimen a otro.

Algunas de las obras de Berlanga fueron premiadas en los festivales de Cannes y de Venecia, incluso Plácido fue nominada al Óscar. Sin embargo, algunos autores apuntan a que su carácter excesivamente español evitó que su obra fuese entendida del todo fuera de nuestro país. A cambio, hoy el término “berlanguiano” está presente en la RAE.

José Luís Borau, cuando propuso su entrada en el diccionario, definió al cineasta de la siguiente manera: alguien que «nos ha proporcionado una visión agridulce y conmovedora de nosotros mismos». Esto es, sin duda, lo más importante de este centenario, una oportunidad para comprendernos mejor a través de la obra berlanguiana, sin pasar por alto nuestras sombras más oscuras, pero tampoco los rayitos de luz y de esperanza que nos asisten.

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