THE OBJECTIVE
Andrea Fernández Benéitez

Carteras opacas

«La transparencia es consustancial a la democracia y desde luego, es necesaria mucha más información sobre la distribución de la riqueza para poder deliberar e impulsar políticas públicas eficaces»

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Carteras opacas

M. Spencer Green | AP

Aún recuerdo cómo hace más de diez años nos llegaban las primeras noticias de la caída de Lehman Brothers. En aquel momento yo era una adolescente, pero ya empezábamos a comprender que existía una suerte de orden mundial que marcaba inexorablemente nuestra vida y, aunque no éramos conscientes -ni responsables- seríamos herederos de un futuro incierto a raíz de todo aquello. Uno de los conceptos que paralelamente empezaban a empaparlo todo era el de globalización. Parecía una nueva lógica, algo que se colaba para hacernos procesar todo aquel montón de ideas e incertidumbres que, en resumen, anunciaban una mala noticia: el ascensor social se había quedado atascado en el sótano con toda una generación dentro: la mía. 

Aunque el concepto de globalización suene machacón y tremendamente actual, lo cierto es que hace referencia a un proceso que se inició alrededor del año 1500 y que se ha ido construyendo paulatinamente, en ocasiones a través de la violencia y otras veces a través del intercambio cultural y las relaciones humanas. Esta integración alcanzó altísimas cotas entre finales del siglo XIX y principios del XX, sin embargo, ha sido en este siglo cuando el intercambio y los flujos de información han alcanzado magnitudes y formas sin precedentes. 

Todas las sociedades del mundo están vinculadas unas a otras de una forma extraordinaria y, sin duda, todo esto ha influido en la expansión de la pandemia[contexto id=»460724″]. Sin embargo, también lo ha sido para darle respuesta. La Unión Europea, sin ir más lejos, ha creado mecanismos económicos y sanitarios que hubieran sido impensables hace un año. Lo cierto es que los estados miembros, coordinados, han puesto toda la carne en el asador para salvar la economía de mercado.

En contraste, resulta paradójico que apenas contemos con mecanismos públicos a nivel europeo para recoger información sobre grandes fortunas. La transparencia es consustancial a la democracia y desde luego, es necesaria mucha más información sobre la distribución de la riqueza para poder deliberar e impulsar políticas públicas eficaces. Como decía, la crisis ocasionada por la pandemia ha evidenciado que los poderes públicos pueden actuar en pro de soluciones cuando deben, sin embargo, este trabajo no puede ser un cheque en blanco. 

La riqueza debe poder ser objeto de estudio y conocimiento, más cuando nos enfrentamos a retos internacionales como el calentamiento global, la apropiación del conocimiento o una pandemia. Los grandes cambios implican esfuerzos colectivos que deben ser exigidos de la manera más justa posible y para eso es necesaria una reflexión que va más allá del rescate. La interdependencia exige que liguemos la propiedad a los derechos humanos de una forma que aún hoy no se ha hecho desde el punto de vista político. 

Es importante que de esta enorme crisis salgamos con una reflexión: no es lógico que en la era del big data nos enfrentemos a estas carencias. Es importante que la Europa que coopera para acabar con una pandemia lo siga haciendo también para poner fin a la competitividad fiscal y la opacidad financiera. Uno de los grandes logros de la Revolución Francesa fue la creación del registro de la propiedad por razones de certidumbre y seguridad jurídica. Quizás es el momento de que adaptemos este concepto a la realidad del siglo XXI. No lo olvidemos: hay una generación entera que sigue esperando un ascensor.

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