Creación y recreación
«La batalla cultural tiene que tener lugar porque es condición para que una creación cultural de peso pueda darse en el centro de nuestra sociedad»
Escribo con recalcitrante frecuencia de política (casi siempre en legítima defensa), pero mis querencias se escapan por los dos extremos: o hacia la vida privada o hacia la creación literaria. Lo resume mucho mejor Saturnino Prieto, el personaje de El rompimiento de gloria (2003), la novela del marqués de Tamarón, al describir a los hermanos Cienfuegos: «Tan solo les interesaban los grandes mitos y los hechos menudos: la Comunión de los santos y la fecha en la que se oía el primer cuco del año, la transmigración de las almas y la migración de las ánades, la música de las esferas y cómo afinar el piano».
Por eso he recibido como agua de mayo la llamada urgente a la acción cultural que encierra Extremo centro: el manifiesto (Deusto, 2021), el análisis-arenga que se han marcado Pedro Herrero y Jorge San Miguel. Parten (también en legítima defensa, qué remedio) de la política, pero insisten constantemente en la importancia de ambas querencias mías: la de la vida ordinaria como prueba de fuego de todo programa político y de cualquier discurso demagógico, por un lado, y, por el otro, de la necesidad de crear contenidos culturales potentes y ambiciosos desde lo que ellos llaman «la no-izquierda», que es una etiqueta que se parece bastante a una fiesta multitudinaria, y en la que encajo hasta yo, acostumbrado a otras etiquetas más restrictivas («güelfo blanco» es que prefiero; «conservador» es la más práctica, y «reaccionario», la más rápida, aunque «tridentino» tampoco es manca. Ninguna es mentira).
Lo de la creación cultural (los grandes mitos, la comunión de los santos, la música de las esferas, etc.) es también una etiqueta más amplia que la de la batalla cultural, aunque, desde mi punto de vista, la presupone. Sin haberse creado antes un margen de libertad, sacando bien los codos, no se puede crear ni libremente ni con cierta magnanimidad. La ambición pide ámbitos y la grandeza, espacios. Los espacios hacen mucha falta no sólo para respirar, sino porque Herrero y San Miguel claman por creaciones de muy distinto pelaje: desde la canción popular y el contenido televisivo a la mejor narración, pasando por una opinión en los medios de criterio y solidez. Para que quepan tantas creaciones diversas hace falta mucho aire.
Que este es el tema del momento lo demuestra que, del libro de Cayetana Álvarez de Toledo, con tantos ángulos, se esté comentando especialmente ese dedo en la llaga: su denuncia de que el Partido Popular no tiene el mínimo interés en dar la batalla cultural.
¿Pero no estábamos en la transmigración de las almas? ¿Cómo hemos vuelto de nuevo a la política y, todavía más, a las aguas revueltas dentro del Partido Popular? Ay.
Precisamente porque ni la transmigración de las almas ni la migración de las ánades son huidas. La batalla cultural tiene que tener lugar no por el placer simétrico del contragolpe, sino porque es una condición previa para una creación cultural de peso pueda darse en el centro mismo de nuestra sociedad y no necesariamente en las catacumbas. E igualmente, la cuestión política es una instancia previa para que las pequeñas vidas cotidianas puedan vivirse en libertad, sin interferencias constantes de la clerecía dogmática.
No soy muy optimista. No veo a muchos políticos empeñados en desgastarse para abrir ámbitos de libertad a nadie. Creo que el que quiera crear está obligado hoy en día a tener en una mano la espátula y en otra la espada, como recordaba hace unos meses Ricardo Calleja. Y el que quiera llevar una vida familiar realmente privada no tiene más remedio que tener en una mano el puñal y en otra el pañal, digamos a medias por la paronomasia y a medias porque se entiende. Sin embargo, hay que dar la bienvenida a debates que exijan a los políticos que se preocupen de abrir y sostener espacios de creación y de recreación.