Verde que te quiero verde
«Un objetivo prioritario para cualquier sociedad es conseguir un desarrollo que permita satisfacer las necesidades sin comprometer el mañana de las generaciones futuras»
El primero de enero se disfraza como cada año de esos domingos que se desgastan en el calendario acarreando poco o nada para nuestras vidas. Quizá Año Nuevo tenga un melancólico sabor ontológico. Las primeras horas del año siempre están acompañadas de esperanzas por lo porvenir y de las fallidas ilusiones pasadas. Por esa razón necesitamos de los éxitos de ayer y hoy, de los programas musicales de madrugada o del concierto vienés que despierta la pasión por lo clásico para propios y extraños. De alguna manera tenemos que rebajar la pulsión metafísica del momento. Aún sabiendo que aquello de ¡Año Nuevo, vida nueva! es una entelequia que nos contamos para evadirnos de la sustancia del calendario. Como recordaba Josep Pla en ese delicioso ensayo que es La huida del tiempo (Destino), se trata de una vieja y muerta frase de cartón porque «el año será igual que los anteriores y que los que vendrán». Así ha sido y así seguirá siendo. Si, además, el 2 de enero es un domingo genuino esta sensación se incrementa mucho más de lo que deseamos.
En esas estábamos cuando la Comisión Europea nos sorprendió con una propuesta que pretende considerar a la energía nuclear y el gas natural, al menos hasta 2045, como energías verdes. Y, entonces, al 2022 se le puso cara de 2021 en clave hispana. Hubo quien, como la vicepresidenta Díaz, criticó la proposición desde la «evidencia científica». Otros, como el ministro Garzón, veían la jugada de la ciencia y subían la apuesta al considerar que esta idea era más peligrosa que el «negacionismo climático». Ahí estaban los mismos tics de siempre: la manipulación de las supuestas evidencias científicas y la hipérbole como forma de vida. Llevamos ya suficientes meses con este discurso para identificarlo a primera vista y saber lo falaz que es. Ahora los contrarios a la Comisión ni siquiera podrán utilizar el comodín Europa, que siempre es como aquella novia del pueblo de la que alardeaban algunos tras la vuelta de las vacaciones de verano.
Un objetivo prioritario para cualquier sociedad que no quiera colapsar y terminar perdiéndose por el desagüe de la historia es conseguir un desarrollo que permita satisfacer las necesidades sin comprometer el mañana de las generaciones futuras. Sobre lo que no tenemos un acuerdo, pese a las mentiras que nos solemos contar, es sobre qué y cómo debemos favorecer esa sostenibilidad y establecer nuestras relaciones con el medio ambiente. Para eso está el debate público que debe conjugar múltiples dimensiones y, en muchas ocasiones, contradictorias. Hablar del futuro verde tiene relación directa con otras decisiones sobre justicia, libertad o igualdad. La acalorada discusión europea está girando, de nuevo, sobre las posturas de Francia, que defiende la nuclear como una energía verde, y Alemania, que apuesta por el gas natural. No hay que ser un defensor acérrimo de lo nuclear o del gas natural para comprender que si queremos llevar a cabo un programa de descarbonización de nuestras economías estas inversiones podrían ser una opción óptima para resolver algunos de nuestros problemas más acuciantes y que no podrán arreglar las renovables por sus problemas de intermitencia y almacenamiento en el corto plazo.
Verde que te quiero verde. No hay tal cosa como una evidencia científica sobre la problemática energética-ecológica y la exageración adjetivizadora nunca ha enriquecido ninguna discusión. Como escribió allá por noviembre Gillian Tett en Financial Times, «si queremos encontrar soluciones, necesitamos adoptar la idea de mecanismos de compensación (trade-offs) y desafiar nuestros prejuicios». La política trata de dilucidar, no lo que es bueno o malo, sino lo que es mejor para nuestras sociedades. El debate sobre la energía nuclear nunca se ha apagado, pero tampoco se ha llegado a cerrar. Probablemente ha llegado el momento de evaluar sin prejuicios sus ventajas, inconvenientes y riesgos. Que algo de todo ello hay. Luego cada uno podrá apostar por la propuesta que más le complazca, pero prescindiendo de la chusca moralina y el ofuscado idealismo.