THE OBJECTIVE
Adrián Vázquez Lázara

Sánchez vende humo desde Bruselas

«Queda al descubierto la ligereza de su peso político y su dificultad para liderar los problemas y superar las fuertes tensiones que sacuden a la sociedad española»

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Sánchez vende humo desde Bruselas

Pedro Sánchez en Bruselas. | europa press

La reciente gira con tambores y trompetas que Pedro Sánchez hizo por algunas capitales europeas defendiendo separar el precio del gas del paquete de formación de precios de la energía en la UE fracasó. La propuesta fue retirada. 

El premio de consolación llegó el viernes en Bruselas de la mano de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que anunció al final del Consejo Europeo el compromiso político de los 27 y de Bruselas para que la península ibérica tenga «un tratamiento especial» en vista de su singularidad –una isla energética— y pueda «lidiar con esta situación específica y gestionar la electricidad».

Este compromiso, que no figura, por desgracia, en las conclusiones del Consejo, es un paso adelante. Pero recurrir a la manida y tautológica expresión de «hito histórico» es vender humo para tratar de hacer olvidar el fracaso previo en la gira frustrada

Contar con un plan ad hoc que contemple las particularidades energéticas de la península ibérica es bueno, reitero; pero todo el incienso del mundo, lo reproduzca quien lo reproduzca, no puede ocultar que ya a principios de marzo la Comisión abrió la puerta a que los países pudieran, de manera unilateral y temporal, intervenir los mercados energéticos e incluso poner límites de precio a fuentes energéticas como el gas. Hace tres semanas de esto. Señores de La Moncloa, que estamos en Bruselas. No es tan fácil hacer demagogia. 

Lo único que cambia –lo único— es que, en la tradicional gentileza de Bruselas con un Estado miembro que acaba de sufrir un revolcón en una gira comunitaria tratando de lograr algo que al final no ha conseguido, la Comisión dice que «está dispuesta a evaluar urgentemente la compatibilidad de las medidas temporales de emergencia en el mercado de la electricidad». Es decir, se compromete a definir la compatibilidad de estas medidas temporales con el mercado eléctrico, y a tener en cuenta, como es obvio, el nivel de las interconexiones. Tanto como eso, pero no más que eso. Ni autoriza ni deja de autorizar. Hace lo que ya ha hecho en otras ocasiones. Faltaría más que no se mostrara abierta a evaluar –con urgencia, y eso es positivo– la compatibilidad de las medidas temporales; de ahí a que las apruebe hay un trecho. 

Sánchez puede intentar que pase su mensaje propagandístico; siempre habrá quien lo acepte. Igual que siempre puede escenificar dureza, como hizo durante la reunión del Consejo, con el aspaviento de levantarse unos minutos de la mesa cuando le dijeron que un periodista francés había tuiteado que era difícil que su fórmula – poner límites al precio del gas e intervenir el mercado para cambiar el sistema de fijación de precios — hiciera feliz a la mayoría del Consejo, por el riesgo que eso puede suponer para el suministro y el conjunto del sistema. Son razones serias, frente a las que levantarse de la mesa y patalear para simular aspereza negociadora no deja de ser el recurso más antiguo de las jornadas negociadoras bruselenses.

A Alemania y Holanda, pero también a Austria, Suecia y Dinamarca, les preocupa que poner un límite máximo al precio del gas facilite que surjan problemas de suministro. En cuanto ese precio sea superado y haya otros compradores dispuestos a pagar más, los suministradores van a vender en otros sitios. En definitiva, que si se quiere poner patas arriba un mercado como el energético hay que tener una buena alternativa detrás. 

Por eso el escepticismo de los líderes de Berlín y La Haya, que admiten el experimento, aunque creen que el planteamiento de Sánchez de intervenir los precios del gas, que no pueda bajar temporalmente los recibos, es equivocado y negativo para el mercado y también para la inversión en renovables, al subvencionar indirectamente al gas. Que la Comisión lo estudie, dicen, dentro de las condiciones expresadas por Von der Leyen: que las medidas reduzcan los precios para consumidores y empresas y que no alteren el interés común. 

En un sector tan delicado como la energía, cuando la invasión de Ucrania abre la vía a replanteamientos de gran calado por parte del conjunto de la Unión Europea, es arriesgado hacer la guerra por nuestra cuenta. Hay problemas serios y complejos, que tienen que ver con infraestructuras e inversiones para las que hay que contar con Bruselas, y lo que merecen esos problemas es una atención seria y estudiada sobre decisiones, medidas y efectos, no respuestas populistas para solventar a corto plazo problemas domésticos y tratar de bajar el diapasón de una calle muy enfadada, desatendida en sus dificultades y abrasada por la inflación, y de un Gobierno paralizado por su falta de cohesión y las divisiones internas. 

Si a eso se le une la venta de humo como fórmula para ocultar dificultades y magnificar con incienso procedimientos habituales en Bruselas, lo que queda al descubierto es la ligereza del peso político de quien necesita recurrir a ello y su dificultad para liderar los problemas y superar las fuertes tensiones que sacuden a la sociedad española.

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