THE OBJECTIVE
Jorge San Miguel

Decrecentistas de lo tuyo

«Ahora regresa con fuerza el decrecentismo, pero ya no se llama así. Ahora es, simplemente, el estado de las cosas, un nuevo sentido común»

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Decrecentistas de lo tuyo

Metro-Goldwyn-Mayer

Hace años, en los buenos tiempos -«quien no ha vivido antes del estallido de la burbuja no conoce la dulzura de la vida»-, nos reíamos de las distopías del pasado. El género distópico era, como los pantalones de campana y el soft-rock de California, un recuerdo engorroso de los setenta. Veíamos Soylent Green y las predicciones de Ehrlich o el Club de Roma como si ambas pertenecieran al mismo género de ficción; y no uno sobre el futuro sino sobre un concreto pasado: la crisis de confianza del mundo capitalista entre el fin de los sesenta y la eclosión del thatcherismo-reaganismo.

A veces el apocalipsis era solo ecológico, a veces era nuclear: pero la angustia por los recursos siempre estaba presente. En Soylent Green -ambientada en un supuesto 2022- nos comemos. En Silent running Bruce Dern se pelea con unos astronautas macarras para salvar unos invernaderos orbitales: en la Tierra ya no crecen plantas. Y así. Luego vendría el apocalipsis de la gasolina, Mad Max, y la versión acuática, Waterworld; que, como se estrenó en los noventa, fuera de plazo, casi arruina a los productores, aunque luego ha tenido una segunda vida.

Hará cosa de seis o siete años se volvió a hablar de decrecimiento, pero se hablaba en teoría. Estábamos saliendo de la crisis, más o menos, y cuando uno decía que acabábamos de tener una experiencia real de decrecimiento y la gente no parecía muy contenta, los decrecentistas torcían el gesto. Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa. En Soylent Green no sólo falta comida: también hay escasez de vivienda y de casi todo. Pero, de alguna forma, el decrecimiento que nos proponían iba a ser sonriente, incruento, un retorno a la Madre Naturaleza. Da igual que esto no haya sucedido nunca en la historia, sólo hacía falta un saltito de fe.

 Ahora regresa con fuerza el decrecentismo, pero ya no se llama así. Ahora es, simplemente, el estado de las cosas, un nuevo sentido común. Tomemos la energía. Hace tiempo se acuñó lo de la «pobreza energética». Se acuñó contra alguien, como se acuñan estas cosas. La teníamos en la tele a diario, y los pobres energéticos tenían nombre, apelllidos, cara. Entonces, como ahora, el precio de la electricidad subía por varios motivos, pero entonces teníamos nombres, apellidos y caras, no motivos. Hoy nos despachan con sugerencias de dominical sobre «cambios de costumbres» y a correr. Algo no muy distinto pasa, o pasará, con los vuelos, la autovías, el vehículo privado y la alimentación.

Lo distintivo de este nuevo decrecimiento es la conversión en lifestyle. Es una cosa como de revista: planchas a tal hora, comes estas larvas de moda, te compras un Tesla. Y no discutas mucho; y de la economía productiva no hablemos, que me da la risa. Pretenden que, como en El proceso de civilización de Elias, los usos verdes de la Corte vayan permeando hacia abajo y al final el currela renuncie de grado a su furgoneta diésel, al paquete de vacaciones en la playa, a dejarle un piso a sus hijos y, en suma, a la clase media. Les auguro poco éxito. Ojo con empapuzarle los valores postmaterialistas como a ocas a quienes no tienen resuelta la cosa material. El comunismo no cayó por los misiles sino cuando no pudo contraponer un relato verosímil de progreso a Occidente; si el socialiberalismo verde va por la misma senda igual nos llevamos sorpresitas.

Por supuesto, en la Corte se hacen excepciones: determinados estilos de vida requieren viajar, comer en restaurantes buenos, vivir en zonas suburbanas o tener segundas residencias… Y ellos están dispuestos a sacrificarse. Las nuevas clerecías, cuando se lo pueden permitir, también se avienen a tener chalets con piscina, pese al elevado riesgo de segregarse socialmente y acabar siendo de derechas. Es posible que hasta dejen herencia. Son, en suma, decrecentistas de lo tuyo.

En Cambio cruzado en el mundo del solo martes (The Sliced-Crosswise Only-On-Tuesday World), de Philip José Farmer, el protagonista se enamora de una mujer a la que ha visto fugazmente en los bajos del edificio que comparten. ¿Ha bajado a poner la lavadora? ¿A planchar? ¡Qué va! Es que la gente solo puede vivir un día de la semana por culpa de la superpoblación; el resto del tiempo lo pasan en unas cámaras de animación suspendida en los sótanos. Todavía no estamos ahí, ya iremos viendo; pero ellos siempre con una sonrisa y sin apearse del púlpito.

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