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David Mejía

Delirios de censura

«Escuchándole, me acordé del Podemos de 2014, cuyos diagnósticos siempre empezaban bien y después caían en el delirio»

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Delirios de censura

Mariscal | EFE

España padece varias enfermedades autoinmunes, y entre ellas se disputan la hegemonía. La moción de censura presentada por Vox partía de una paradoja: Santiago Abascal la presenta contra Pedro Sánchez, pero todos estamos pendientes de Pablo Casado. ¡Qué encrucijada!, decían algunos. Sin embargo, nunca Casado lo había tenido tan fácil: el discurso de Abascal ha sido tan delirante que el PP no habrá de recurrir a grandes argucias dialécticas para justificar un voto negativo.

A Abascal le precedió como telonero -y para darse a conocer al público catalán- Ignacio Garriga, de cuyo discurso destacaría el cierre: «Que dios les bendiga y bendiga a nuestra patria»; la guerra cultural también es esto. Pero el tsunami vino después: habló Abascal y, para su desgracia y la nuestra, lo hizo sin límite de tiempo.

El líder de Vox colocó mensajes precisos. Se propuso como una alternativa, no sólo política, sino cultural y económica. Una parte de su diagnóstico será compartido por buena parte de los españoles: la gobernabilidad de España no puede depender de quienes aspiran a destruirla, y es irritante que los españoles paguen los sueldos de quienes conspiran a diario para ello. La gestión de la pandemia ha sido pésima, como revelan los indicadores, y es indignante que miembros del Gobierno hagan alegre apología de regímenes totalitarios.

Escuchándole, me acordé del Podemos de 2014, cuyos diagnósticos siempre empezaban bien: corrupción, vicios del bipartidismo, crisis de representatividad, clientelismo, precariedad laboral… Y después caían en el delirio: no pagar la deuda, salir del Euro y de la Unión Europea, conspiraciones heteropatriarcales, gobiernos del IBEX, franquismo omnipresente, elecciones amañadas…

Abascal canta una melodía similar, con otra letra. Hay enemigos nuevos: Soros, China y el narcosocialismo. El Ibex sigue siendo un problema, esta vez por su «prédica progre». También Europa: el multilateralismo no funciona, ha dicho, en una llamada a que las naciones recuperen sus plenos poderes. En ese momento ha salido en defensa de Unamuno (que puede ir despidiéndose de su plaza en Bilbao): Europa no es la solución, como dijo Ortega; Europa, de hecho, debe aprender de España. Pero antes de españolizar Europa, Vox, como buen partido nacionalista, quiere españolizar España ilegalizando partidos soberanistas, y limpiando étnica, ideológica y culturalmente a las masas abducidas por las consignas mainstream.

La sombra de Donald Trump se ha ido alargando lentamente sobre el hemiciclo. El ahora presidente de Estados Unidos prometió en 2016 levantar un muro en la frontera con México para impedir la entrada de inmigrantes, que identificaba con delincuentes. Abascal tiene sus propios muros, pero difunde la misma falacia: una España libre de inmigración será una España limpia de crimen. Como los brexiteers y los trumpistas, Abascal exhibió su interés en retomar el control: contra los extranjeros, los lobbies, las instituciones internacionales y demás «enemigos de España». Mención especial merece su referencia a una hipotética «república islámica catalana» como única aspiración real del soberanismo.

La moción de censura, decíamos, parecía situar a Casado en una complicada disyuntiva, no ha sido así. Tras escuchar al líder de Vox, la derecha cabal sólo puede sentirse más huérfana. Aunque compartan que el Gobierno de Sánchez merece ser censurado, difícilmente estarán dispuestos a extender esa censura a todo un sistema económico y de convivencia como pretende Abascal. Miente, lo sabemos, con la esperanza de que su mentira funcione como palanca electoral. ¿Funcionará? Lo dudo.

Antes de esta moción nadie pensaba que Abascal fuera la mejor opción, pero el riesgo para Casado era que pareciera la única. Por fortuna, Abascal se ha descartado a sí mismo.

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