THE OBJECTIVE
Natalia Merino

El imperio del victimismo

«El valiente herido que sigue peleando por su equipo siempre será digno de ovación y la agresión hacia el contrario estará justificada»

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El imperio del victimismo

Mariscal | EFE

España nos roba. El Estado nos oprime. La culpa es de Madrid. O Bruselas es cómplice del totalitarismo. El victimismo es el perfecto modelo de evitación de los problemas, para culpabilizar al otro de los fracasos, sin sentirse mínimamente partícipe de ellos. Es esta una estrategia calculada, que almacena todas las dificultades y las siembra en un terreno de incertidumbre, ira e indignación. Una maniobra de manipulación de los sentimientos y una táctica de chantaje a la razón.

Qué nos van a contar a los vascos, catalanes y demás españoles. Lo hemos vivido con los nacionalismos periféricos, los cuales han basado sus políticas en el llanto y su gestión discriminatoria en la melancolía. También con el actual gobierno, quien trata de crispadores a sus opositores, por el hecho de serlo, y les culpa a estos de los males del país, evitando así las críticas a su propia gestión.

Al modus vivendi de la mula con el carro de las lamentaciones también se ha unido Vox. En los potenciales escenarios de la moción de censura, esta formación contemplaba el voto del no del Partido Popular (PP). Lo que no intuyeron tan bien fue el discurso arrollador de Pablo Casado y ese movimiento que tumbó a la reina e hizo un jaque a los nuevos populistas. Sin embargo, están aprovechando muy bien la ocasión para convertir las lágrimas en puños. Han saltado de la debilidad a la fortaleza en cuestión de horas. Como el futbolista que sigue frescamente correteando, después de simular la zancadilla recibida por uno de sus adversarios.

«Entiendo vuestro voto», decía Abascal a Casado y Arrimadas, subido en la tribuna. Hasta que le sonó el despertador del día siguiente, leyó el Whatsapp del responsable de Comunicación y dejó de entenderlo. En la moción, Abascal asumía que su iniciativa no se armaba de los números necesarios para sacar adelante un nuevo Gobierno, y se dirigió al resto de la oposición con una actitud sosegada y suplicatoria de apoyo. Sin embargo, cruzó rápidamente el andén de la conciliación al del dolor.

La Sra. Olona proclama tiernamente que ellos son los únicos valientes que están «solos en la defensa de los españoles». Además, «han insultado a nuestro presidente, a los miembros de Vox y a todos nuestros votantes». Y, por supuesto, la moción de censura fue votada «contra la existencia de Vox». La actitud del pobrecito sufridor refuerza la atención y la simpatía de los espectadores, para poder seguir con la estrategia de influencia en la opinión pública. No obstante, al cordero le salieron pronto los colmillos.

El valiente herido que sigue peleando por su equipo siempre será digno de ovación y la agresión hacia el contrario estará justificada. Ahora Casado se ha convertido en el cómplice de Sánchez, en «Ministro de la Oposición», y junto a Arrimadas, en el socio del Gobierno. «Se han vendido por treinta monedas de Kitchen», «han traicionado al espectro de la derecha», «son mafia y cómplices del totalitarismo», «ya no los llamaremos derechita, solo cobardes». Es igual lo inciertos y desalmados que sean los ataques,  pues su audiencia los va a justificar. Porque la estrategia del llorón con garra logra que sus seguidores conviertan el sufrimiento en un fundamento de razón. El victimismo es una arma perfecta para alcanzar la hegemonía social y política. Tiene altas capacidades de convencimiento y es raptora de las emociones más intensas, las cuales desbancan a las reflexiones más profundas y le dan el culo a la realidad. Porque para algunos es más rentable apostar antes por las brasas de la destrucción que por la reconstrucción.

El victimista con ánimo de manipulación tiende siempre a considerar su código de valores mucho más digno que el del otro. Lo hemos visto con la denominada izquierda, con los nacionalismos periféricos y ahora con Vox. Pero, si aquellos que hemos creído en la onírica Tercera España nunca hubiéramos aceptado la superioridad moral de nadie por bandera, tampoco lo deberíamos de hacer ahora.

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