THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Leer y lidiar

«Hay mucha e interesante literatura taurina como los libros ‘Montesquieu en el ruedo’, de Alberto González Troyano, y ‘Pases y pases’, de Simón Casas»

Despierta y lee
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Leer y lidiar

Ilustración de Alejandra Svriz.

Uno de los efectos colaterales más fastidiosos del debate sobre la prohibición de las corridas de toros es obligarnos a perder el tiempo con argumentaciones tediosas y reiterativas sobre crueldad y arte, un dilema lógico literalmente bicornuto como los que proponían los escolásticos. El género anti y pro taurino se ha convertido ya en un clásico, es decir, en un tostón. Pero lo peor es que mientras leemos una y otra vez las mismas maldiciones refutadas por parecidos encomios, nos quedamos sin plazo para leer la verdadera literatura taurina, que hay mucha e interesante.

Si lo comparamos con las disputas teológicas, sería una pena quedarnos encerrados entre Tomás de Aquino, un genio pero bastante pelmazo a veces, y Richard Dawkins, pelmazo sin el bálsamo de la genialidad. La tensión entre el sí o no de la existencia de Dios, cuestión adolescente en el más granujiento sentido de la palabra, nos priva de disfrutar de San Agustín o/y Nietzsche. Lo misma miseria nos espera si pretendemos resolver definitivamente la cuestión de si la tauromaquia tiene derecho a existir o no (por otro lado, mil veces la podrían prohibir y seguirá existiendo). Es mejor leer sin resolver previamente la gran cuestión lo que se ha escrito directamente sobre la fiesta, tanto teoría como testimonio vital, tanto si queremos que la fiesta continúe como que sea abolida. Porque puede que un día ya no haya corridas, ni toros, ni toreros… pero la tauromaquia como tema literario tiene la eternidad asegurada. Puede que el ritual un día sea abolido, pero el mito continuará rondándonos…

«No solo la poesía se ha inspirado en los toros, junto a la narración novelesca: también la filosofía»

No solo la poesía se ha inspirado en los toros, junto a la narración novelesca: también la filosofía. Así, uno de los ensayos más sugestivos que he leído últimamente, Montesquieu en el ruedo (Ed. El Paseíllo), de Alberto González Troyano. Este autor, auténtico pensador de la tradición hispánica en todas sus formas artísticas, utiliza la evolución de la tauromaquia para ejemplificar el tránsito de los antiguos a los modernos que tiene lugar en literatura, música y otras artes a partir del siglo XVIII.

La invocación a Montesquieu se debe a que también en el ruedo taurino entran en colisión y a veces en forzosa complicidad tres poderes, los diestros, los ganaderos y el público. En su manifestación primigenia correr al toro significaba lidia, es decir, lucha a muerte. No había otro espectáculo en la plaza que el combate entre la brava potencia del animal y la habilidad esquiva del hombre que debía acabar con la muerte de la fiera. El diestro era ante todo y literalmente matador, porque esa era su función. Pero la Ilustración suscita críticas a esta fiesta popular, que para resguardarse se ampara en un refinamiento de normas y cautelas que pretenden limar los aspectos brutales del espectáculo.

Y a partir de esa reglamentación aparece un nuevo tipo de diestro, encarnado en el talento de Lagartijo y luego otros como él: estos ya no son solo matadores sino plenamente toreros, no se limitan a lidiar sino que torean. Es decir, prolongan la faena con pases estéticamente apreciables, más allá de que cumplan o no su destino de poner al toro en suerte. El lidiador se convierte en artista y el público debe mirar al ruedo de otra manera: de simple espectador estremecido por la lucha aparentemente desigual entre el hombre y la fiera debe pasar a convertirse en crítico de arte, en fino connaisseur. Lo cual deja a la tauromaquia en manos de estetas, que francamente no son las personas más recomendables del mundo… o por lo menos a mí no me lo parecen.

«A quien se abra a esa poesía le espera una sacudida de belleza de las que ya solo ocurren raras veces»

Pero también el tercer poder en conflicto en el drama taurino debe esforzarse por cambiar: los ganaderos deben producir animales con los que la faena artística sea posible. Ya no serán los toros de siempre, sino otros de más largo recorrido y más tenaz arrancada, toros modernos aunque mujan igual que los otros. Porque todavía mugen, ¿verdad?

Otro libro adictivo sobre el orbe de los toros se ha publicado recientemente. A ustedes pueden gustarles los toros o no, pero si les gusta la literatura romántica —con un punto desesperado, porque no hay verdadero romanticismo sin desesperación— no dejen de leerlo. Su autor es un personaje realmente singular, que se hace llamar Simón Casas aunque no es su auténtico nombre, su madre es turco-sefardí y su padre un judío polaco, aunque él nació en Nimes —el mismo año que yo, por cierto— pero siempre se sintió vocacionalmente español. Ahora dirige la plaza de las Ventas en Madrid, nada menos, y la de Nimes. Fue torero, pero solo el día de su alternativa, después se convirtió en empresario y promotor.

El libro se titula Pases y pases (ed. Demipage) y es salvajemente poético, lleno de nombres y anécdotas de matadores… y de quienes les rodean, chivato de miserias y sugeridor de glorias de ese mundo simbólico que algunos se niegan a soportar y los filisteos (más abundantes ahora que en tiempos de Cristo) son incapaces de entender. A quien se abra a esa poesía le espera una sacudida de belleza de las que ya solo ocurren raras veces. Algo inasequible a los filisteos educados entre emplastos lacrimosos, pero muy bien sugerido por Simón Casas: «La cadencia erótica de unos pases encadenados es tan bella que si el Señor quisiera hacerse oír sería con un olé».

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