THE OBJECTIVE
Melchor Miralles

El ataúd

Las guerras, al final, lo único que acreditan seguro, sin remedio, es lo inhumanos que podemos llegar a ser los humanos. La historia demuestra que no ha habido balas, ni misiles suficientes para acabar con una idea o una religión.

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El ataúd

Las guerras, al final, lo único que acreditan seguro, sin remedio, es lo inhumanos que podemos llegar a ser los humanos. La historia demuestra que no ha habido balas, ni misiles suficientes para acabar con una idea o una religión.

Un ataúd. La imagen capta el momento en que la marina israelí abre una caja que forma parte de un cargamento interceptado. Destino: grupos armados de Gaza. Contenido: misiles tierra-tierra M302, de fabricación siria. Un envío iraní que los iraníes niegan. Yo veo el misil, observo la caja y veo un ataúd. Un cargamento de muerte. Me es igual quien lo envíe. Contiene muerte. Destrucción.

No voy a entrar al fondo del conflicto, al enfrentamiento entre palestinos e israelíes, al papel de Irán como guardián de unas esencias que no comparto, a la información y la contrainformación oficial. Me quedo con el ataúd.

Esa caja ya veterana en mil batallas, ese misil polvoriento, ese saco, la pared del fondo. Todo es feo, un punto repulsivo. Como lo son todas las guerras. Que no me gustán. No hay guerras justas e injustas. Hay guerras. Y casi siempre estallan porque hay múltiples intereses en juego.

Ya en «El Quijote» escribió Cervantes que la muerte, en cualquier traje que venga, es espantosa. Sí, ya se que la muerte es una vida vivida y que la vida termina siempre ahí. Pero con sus poderosos y estruendosos relámpagos, la muerte toca la carne y araña el alma, porque es muy cabrona, y de doble efecto, porque nos mata a quien amamos y también nos mata un poco, o un mucho, en vida a nosotros.

Las guerras siempre son conflictos armados en los que gente que normalmente se conoce poco, o simplemente nada, se quita la vida porque previamente gente que sí se conoce, y muy bien generalmente, han decidido no masacrarse ellos pero enviar al ataúd a otros para arreglar sus conflictos. Las guerras, al final, lo único que acreditan seguro, sin remedio, es lo inhumanos que podemos llegar a ser los humanos.

Los humanos suelen matarse en guerras por el control del poder, por el control de las fuentes de dinero, por ideología o por religión. Pero ojo que acabar con la vida de alguien por estas causas no supone conseguir mantenerse en el poder, garantizarse el dominio de una fuente de riqueza o preservar una ideología o religión. No. Supone matar seres humanos. Y la historia demuestra que no ha habido balas, ni misiles suficientes a lo largo de la historia para acabar con una idea o una religión.

La imagen de este misil tierra-tierra dentro de ese ataúd me recuerda a la muerte, sí, porque la vida me ha enseñado ya muchas veces en mi propia carne y en mi alma que morimos un poco cada vez que perdemos a alguien que ocupa parte de nuestro corazón. Y cada víctima, de cada guerra, por ello, son decenas de víctimas que siempre son inocentes.

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