El coronavirus, la Inteligencia Artificial y el poder del Estado
«¿Qué “aproximación cultural” deberá tomar una Inteligencia Artificial en el caso de un peligro global como el que supone una epidemia?»
La crisis del coronavirus en China nos ha dado tres lecciones. La primera es que el actual mundo interconectado -no sólo virtualmente, sino físicamente-, no es sólo el del flujo de información y de personas, sino también el de enfermedades, que pueden viajar con la misma facilidad con la que nosotros tomamos el avión low cost. Pese a esta amenaza, parece que las medidas de cuarentena del gobierno chino están limitando la extensión de una epidemia que podría ser mucho peor. Sus esfuerzos no sólo ayudan a China, sino al resto del mundo.
La segunda lección es la responsable respuesta de la población china. A pesar de las críticas implacables que se han hecho al gobierno local de Wuhan, la ciudad donde se originó el virus, la respuesta general de la población ha sido la de acatar las cuarentenas e instrucciones sanitarias. No ha habido grandes disturbios en protesta o pillajes aprovechando la situación. Frente al “a mí no me manda nadie”, la mayoría de los ciudadanos se han quedado en sus casas y apenas salen a la calle. Un comportamiento cívico todavía más destacado en unas fechas tan señalas como es el Festival de Primavera, el equivalente chino a nuestras Navidades. Repito: en el mundo interconectado actual, esta responsabilidad de cara a la comunidad no sólo beneficia a China, sino al mundo entero.
«Es muy probable que medidas como las cámaras de reconocimiento facial ganen todavía más apoyo entre la población después de esta crisis del coronavirus»
El último factor clave es la tecnología. La capacidad de respuesta del gobierno chino no habría sido suficiente sin la extensión tecnológica -médica, de vigilancia, virtual, de gestión de datos, logística- que el Partido Comunista ha desarrollado y que, nosotros, desde Europa, sólo vemos desde su perspectiva más distópica. Es muy probable que medidas como las cámaras de reconocimiento facial o la recopilación de datos del individuo por parte del Estado chino ganen todavía más apoyo entre la población después de esta crisis del coronavirus. Ante la disyuntiva entre menos control social y una capacidad de respuesta más rápida y efectiva ante una epidemia, para muchos chinos la respuesta está clara.
¿Y en el caso de Occidente? Pese a que puede haber más reticencias, el control sobre nuestros datos que tendrá el Estado, especialmente en el ámbito sanitario, será cada vez mayor. En su libro Lifespan, el genetista de Harvard David Sinclair plantea una pregunta decisiva: ¿cómo es que actualmente tenemos información actualizada cada cinco minutos sobre el buen estado interno de nuestro coche, pero no tenemos lo mismo en el caso de nuestro cuerpo? En su ensayo, Sinclair explica el caso de empresas que ya están poniendo a prueba métodos y aplicaciones mediante las que podremos hacernos revisiones médicas diarias. Pensad, dice Sinclair, todos los beneficios para el individuo y para el sistema sanitario si podemos detectar un tumor mucho antes de que alguno de sus síntomas nos lleve a la consulta del médico. Hará falta poco más que insertarse un chip y tener una aplicación vinculada en el móvil.
Obviamente, esta información estará a disposición del sistema sanitario y, por tanto, del Estado. Habrá algoritmos que, mediante esta recopilación de nuestros datos individuales, podrán aconsejarnos sobre qué alimentos nos sientan mejor o peor, qué hábitos deberíamos reforzar o reducir, o cómo crear una medicina específica para nuestra enfermedad. El mundo de la farmacia cada vez será más de medicamentos individualizados y menos de tipo génerico, que serán vistos como mucho menos efectivos. Desde un punto de vista económico, habrá que calcular lo que se gana en prevención y lo que se deberá gastar de más al individualizarse la medicina.
En este esquema, los que se opongan a usar la tecnología que informe al Estado sobre nuestra salud serán tratado como actualmente los son los antivacunas: individuos egoístas que, mediante sus acciones, no sólo se perjudican a ellos mismos sino a toda la comunidad -tanto sanitariamente como económicamente-.
En el caso de una epidemia como la del coronavirus, gracias a estos chequeos regulares la detección podrá ser mucho más rápida y, por tanto, mejor controlada. Por otro lado, la Inteligencia Artificial de, por ejemplo, las cámaras de reconocimiento facial, permitirá un seguimiento de los individuos infectados que permita analizar sus recorridos e interacciones, para tener en cuenta posibles casos de contagio. Puede parecer obvio, pero el reconocimiento facial no sólo sirve para cazar disidentes. La sociedades que todavía no han adoptado este tipo de tecnologías tendrán que tener en cuenta situaciones extremas como la crisis del coronavirus, cuando tengan el debate sobre si adoptarlas o no. Y qué consecuencias puede tener para el resto del mundo que se mantengan al margen de estos avances.
El mundo de la farmacia cada vez será más de medicamentos individualizados y menos de tipo génerico
A grandes rasgos, el debate tecnológico actual se balancea entre el optimismo racionalista chino y la distopía “a lo Black Mirror” europea. La tecnología no escapa de la cultura. Cómo apuntaba el historiador Rana Mitter en el Financial Times, los caminos y límites que regirán la Inteligencia Artificial no serán los mismos en todas las sociedades. ¿Tomará las mismas decisiones y riesgos un coche autónomo en una sociedad individualista como Estados Unidos que en una más colectiva como la de Japón? ¿Qué “aproximación cultural” deberá tomar una Inteligencia Artificial en el caso de un peligro global como el que supone una epidemia?
La crisis del coronavirus es una catástrofe urgente que está manteniendo en vilo a toda China. También puede ser un momento decisivo que impulse todavía más la extensión tecnológica -material y cultural- en el país. Eso haría que los debates éticos y utilitarios que lleva asociados cogieran más relevancia a nivel global -y por tanto también en Occidente-. Tendríamos que tomar decisiones. Pronto. Y afectarían al resto del mundo, tanto si queremos como si no.