El malestar en la política
«No hace falta un diván para descubrir este malestar que se alimenta de la zozobra parlamentaria»
Sigmund Freud, uno de los más geniales fabuladores de la modernidad plena, escribió en 1930 El malestar en la cultura. En aquellas páginas trataba de exponer desde su particular perspectiva terapéutica que la cultura terminaba por generar una dinámica de insatisfacción y profundo dolor. Si Freud estuviera entre nosotros, hasta para él sería evidente que la política es lo que produce un hartazgo infinito en una parte cada vez más considerable de la población española. Entre los malabarismos de la crispación constante y los fuegos de artificio de los relatos empaquetados por los asesores de comunicación, hay quien siente una profunda desazón por la deriva que estamos sufriendo desde hace años. Esa extraña sensación de que, pese a los intentos del gobierno por colocarnos todo tipo de mensajes, nos encaminamos hacia la nada absoluta. O, lo que sería peor, hacia la ruptura de los acuerdos que tanto nos costaron sellar.
Siempre he defendido que en nuestro país los gobiernos los deciden una minoría mayoritaria, o una mayoría minoritaria. Es lo que podríamos identificar como ese centro político anhelado que se decanta a izquierda y a derecha sin complejos ni dificultades. Son esas personas las que más están sufriendo estas pruebas de estrés constante al que se está sometiendo a nuestro sistema político. Hay quien está respondiendo a este desafío esbozando una huida definitiva de la política para dedicar sus esfuerzos a otras cuestiones menos punzantes. Quien ha decido encaminarse a uno de los polos de atracción con desidia y disgusto. Y quien prefiere mantenerse en silencio, musitando su descontento solamente entre aquellas amistades cercanas que reconocen sentir lo mismo. No hace falta un diván para descubrir este malestar que se alimenta de la zozobra parlamentaria.
La estrategia que marcan los consejeros áulicos de nuestros líderes busca dinamitar este espacio para ganar las elecciones. Estos votantes siempre han sido un contrapeso de los partisanos, se vistan de chamanes o de tecnócratas, y han conseguido apuntalar los consensos por frágiles que pudieran parecer. Porque en política, como señalaba John Gray, debemos «conciliar en una vida en común a individuos y modos de vida con valores en conflicto. No necesitamos valores comunes para vivir juntos en paz. Necesitamos instituciones comunes en las que muchas formas de vida puedan coexistir». No ha sido un camino fácil, nos costó encontrarlo. Por ese motivo, y a pesar de los fallos que les podamos achacar, no las echemos a perder. Es más sencillo destruir –a veces sin pretenderlo- que construir. Tampoco celebremos a quienes quieren aprovecharse de ellas para mantener su parcela de poder. No habrá ningún decreto que arregle el estropicio.