El Nobel prematuro

En su discurso de aceptación, debió lidiar con un imposible: defender ante una audiencia pacifista mundial la posibilidad de una «guerra justa».

«¿Podría describir el dilema de ser un ganador del Premio Nobel de la Paz que se prepara para atacar Siria?» La pregunta, formulada a Barack Obama el miércoles en Estocolmo, durante una conferencia de prensa ofrecida junto con el Primer Ministro de Suecia Frederik Reinfeldt, resume bien las sensaciones que suscita en buena parte del mundo la campaña emprendida por el Presidente de los Estados Unidos para atacar la Siria de Bashar Al-Asad.

Obama recibió el Nobel de la Paz en diciembre de 2009, apenas nueve meses después de asumir su primer mandato. A favor del premio se argumentó su lucha contra la amenaza nuclear, su voluntad integradora y sus promesas de paz luego de las guerras en Irak y Afganistán. Pero la verdad era que todavía no había tomado verdaderas acciones que definieran su presidencia, y que como pocas veces quedó clara la intención política del premio.

El propio Obama fue el primero que comprendió el tremendo problema en que el Comité Noruego lo había metido, como explica bien el magnífico perfil que le publicó Michael Lewis en octubre de 2012 para Vanity Fair. En su discurso de aceptación, debió lidiar con un imposible: defender ante una audiencia pacifista mundial la posibilidad de una «guerra justa».

Esta semana Barack Obama jugará unas partidas definitorias para convencer al Congreso y al pueblo de su país —todavía escaldado por el recuerdo de Irak y Afganistán— de la necesidad de una ofensiva contra el genocida Al-Asad, que sea de paso una advertencia para otras tiranías del mundo, como Corea del Norte e Irán. Lo que ocurra definirá su legado y su prestigio, algo que el Comité Noruego puso en juego en 2009, al entregar un Nobel prematuro y bastante ingenuo.