Arrabal y otras leyendas de 'non santos' bebedores
«Me alegra que gente tan peculiar y necesaria como los de ‘Zenda’ hayan roto el maleficio y le entregaran a Fernando Arrabal su primer premio especial»

El dramaturgo Fernando Arrabal.
«Nuestro pecado es constante, el arrepentimiento cobarde,
nos cobramos con creces lo confesado,
y creyendo purificar las culpas con falso llanto,
volvemos alegres al fango»
Charles Baudelaire
Estos días anda suelto por Madrid Fernando Arrabal. Olvidado y malquerido por los premios oficiales, a pesar de ser nuestro autor teatral más representado en el mundo, este eterno creador de nuestras vanguardias es uno de los pocos españoles que sigue agitando la cultura europea. Parece no ser suficiente para tenerlo en cuenta para el Cervantes, el Princesa de Asturias ni cualquiera de los premios oficiales que reconozcan la creación en español. ¿Cuál es la razón? ¿Quizás su heterodoxia, su libérrima manera de ser, su capacidad de provocación, ser un individuo demasiado libre e impredecible, su lenguaje no encorsetado, su anarquismo vital, sus acciones surrealistas, su espíritu lúdico, su conflictiva inteligencia o su lengua suelta, ácrata e indomesticada?
Posiblemente las razones vengan de lejos, de los añorados años franquistas de nuestros oficiantes antifranquistas. La izquierda ortodoxa, y moralista, ya detentaba el poder en los años que Arrabal estaba prohibido o ignorado. Era un excéntrico español/francés perdido en las vanguardias del absurdo. Aun así, entre nosotros se coló por las puertas pequeñas del teatro no domesticado, por su capacidad de narrar fuera de las modas de la época. Y nos sorprendió con su teatro, su narrativa, sus películas y con aquella famosa, perseguida, prohibida Carta a Franco.
Cuando éramos adolescentes leímos algunos libros de teatro, que publicaba la insólita y necesaria Editorial Aguilar, sobre las vanguardias europeas. Uno de ellos se llamaba Teatro francés de vanguardia. Los autores representados eran Beckett– irlandés-; Ionesco– rumano-; Adamov-ruso-; Sheadé, egipcio. Es decir, en el teatro francés más vanguardista no había ningún francés de origen aunque sí hubieran escrito en la lengua de Montaigne. Eran los hermanos mayores de Arrabal que ya estaba refugiado en aquel París abierto y sin corsés dónde el realismo social no mandaba en la escena. El mismo París donde creó su obra Arrabal que nunca abandonó su idioma español, ni su nacionalidad, ni su herencia cervantina, picaresca, esperpéntica y postista.
Resultaba muy moderno. Demasiado libre para los catecismos progres que ya mediatizaban, bendecían y amparaban lo políticamente correcto. Arrabal era antifranquista, sí, pero no era del PCE, ni siquiera rojo o izquierdista por libre. No era ni católico, aunque algo feo y bastante sentimental encubierto en blasfemo y fuera de los rebaños de la oposición y por supuesto los del poder establecido. Bailaba solo y eso siempre es muy sospechoso. Pero no hay quien le pueda quitar lo bailado a este eterno joven que camina para centenario sin haber tenido que abandonar ni sus contradicciones ni sus provocaciones.
Me alegra que gente tan peculiar, necesaria y poco atada como los de Zenda, hayan roto el maleficio. Que le entregaran su primer premio especial, entre copas y complicidades. Me gustó que en su fiesta no hubiera derecho de admisión. Ni siquiera a los corruptos y manipuladores. ¿Qué seria de España sin esos pícaros de nuevo cuño y vieja moral?
«Volveré a Melilla, dónde nació Arrabal. Hijo de un militar que no se sumó a los rebeldes, conoció prisiones y manicomios»
Yo he bebido y reído con Arrabal en París, en Nueva York y en Madrid. Por él brindé en Ciudad Rodrigo con vino de la tierra y lagarto en salsa. Sobre él hablaré en unas semanas en Melilla, sobre Arrabal y Jesús Quintero, dos raros españoles, dos libertarios que torearon en el ruedo ibérico con la fama y contra los tontos.
Volveré a Melilla, la mal cercada, abandonada y querida tierra española, en un lugar complicado y con fronteras cerradas y aduanas imaginarias. En el lugar dónde nació Arrabal. Hijo de un militar que no se sumó a los rebeldes, conoció prisiones, manicomios y que murió antes de tiempo. Iré a esa playa dónde el niño que fue Arrabal recuerda: «Un hombre enterró mis pies en la arena. Era en la playa de Melilla. Recuerdo sus manos junto a mis piernas y la arena de la playa. Aquel día hacía sol, lo recuerdo». Así evocaba su primer recuerdo infantil este enfant terrible que nunca olvidó su perdida y abierta ciudad tantas veces asediada. Atípica ciudad dónde se mezclan culturas, religiones y razas.
La ciudad andaluza dónde nació uno de aquellos cantores paródicos de la copla, Emilio El moro. La ciudad dónde resistió el comandante Franco en una estatua ecuestre ya retirada del paisaje urbano. Ciudad de judíos españoles, de moros y cristianos. O de blasfemos ateos como alguna vez fue Arrabal. Ciudad posible y necesaria que no podemos dejar en el olvido. Cuando pusieron el nombre de Fernando Arrabal a su teatro principal, el autor melillense, la propuso como capital de España no estaba mal argumentado, ni era una mala idea.
Me encanta la idea de hacer capital de las Españas a Melilla. La modernista, la militar y civil Melilla merece otro destino. También dijo Arrabal qué si no aceptaban que fuera la capital española, al menos que fuera la sede de la ONU. Nos gustan los arrabalescos aunque sean imposibles, seamos realistas, pensemos que Arrabal, después del Premio Zenda, ya puede optar a nuestros grandes premios literarios. Si se cambiaran los jurados, se frenaran injerencias, conveniencias, miedos y desconocimientos, conseguiríamos que Arrabal fuera recordado por mucho más que una borrachera televisada en directo.
«Cuando los encuentros en la casa del añorado Aurelio Martín, los óscar -Puente y López- eran chicos en construcción»
Cuando se busca por las redes quién fue, qué hizo Fernando Fernán Gómez, lo primero que aparece es una bronca que una vez tuvo con un, muy pesado, admirador. Está claro que sin Fernán Gómez nuestro cine, teatro, televisión o literatura serían más pobres, menos interesantes. Algo parecido ocurre con lo desdibujado que puede quedar Arrabal si se consulta internet. Allí está, bebiendo sin recato, como un adolescente díscolo y rebelde, como un bebedor nada santo y- lo que es aún peor- ni siquiera era un whisky de marca como se acostumbra en la Comunidad de Madrid. Arrabal es peor que cualquier Rodríguez, bebe cualquier trago legionario. Tendrá que mejorar sus aficiones espirituosas no vaya a ser que Bolaños, ejerciendo su espíritu justiciero y en cumplimiento de su deber, se lo filtre a Óscar López y caiga sobre Arrabal todo escarnio público por no ser capaz de, por lo menos, beber de marca.
Es curioso esto de los guardianes de la moral, las buenas costumbres y la ley seca. Muchos de los que admiro, modestia aparte, son grandes defensores de la ley mojada. En tierras de Segovia, que también tiene una gran marca de whisky nacional, yo creo recordar ver beber al joven López algún whisky de la comarca. Y recuerdo a su compañero, en esas estaciones del sanchismo, el ministro Óscar Puente, dar gustosa cuenta de los vinos que cada año nos ofrecía el gran José María, maestro del asado y rescatador de nuestros grandes vinos. Cuando los encuentros en la casa del añorado Aurelio Martín, los óscar eran chicos en construcción. Puente solo era alcalde de Valladolid y López apenas uno del banquillo para cualquier jugada del socialismo del baloncesto y a medida del consumidor.
¡Qué tiempos aquellos en que beber no merecía el escarnio y la crítica pública y ministerial! ¡Cómo no recordar la sonrisa de los camareros madrileños cuando intuían que Ángel González volvía de Albuquerque! O no añorar el saber crear y beber de Carlos Barral, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Fernando Quiñones… algunos de los más queridos y admirados bebedores, lejos de toda santidad, de todo confesionario, de todo arrepentimiento.
Tampoco se arrepintió nunca mi amigo Mariano Antolín Rato. Nació cuando la beat generation. Después fue su traductor y su continuador. Buen bebedor de cerveza y de whisky de Kentucky. Último de una generación de raros españoles nacidos en los años cuarenta. Nuestros modernos, transgresores, cultos, visitadores de drogas, sexo y rock and roll en varios idiomas. Añorados, recordados y queridos como Leopoldo María Panero, Haro Ibars, Escohotado, Aute, Chicho Sánchez Ferlosio, Carlitos March y demás chicos del montón.
También había chicas, pero ni delataré, ni olvidaré. Gentes que supieron beber y vivir, aspiraron drogas y respiraron libertad. Le dieron un corte de mangas al franquismo y sus moralinas. Supieron hacerlo y se lo pudieron permitir. Mariano ha tenido la mala idea de dejarnos colgados en la próxima barra. Estará con su querida Billie Holyday, de la que hizo una extraordinaria biografía en una colección ejemplar e inencontrable que un día publicó El País. Mi aullido por estos tiempos, por esas cosas y esas gentes que hemos visto, que hemos compartido. Y más aullido porque nunca pensamos que de aquellos polvos vinieran estos lodos.