The Objective
Javier Rioyo

Hace Álvaro Pombo

«No hace ni frío ni calor, hace Álvaro Pombo. Eso decían de Federico García Lorca cuando entraba a algún lugar. Las cosas se transformaban»

El verso suelto
Hace Álvaro Pombo

El novelista y poeta español Álvaro Pombo. | Europa Press

«…O no ni los dioses tramando trampas de cobarde ni los cobardes

tramando asechanzas en lugar de los dioses

nos detuvieron nunca al borde de una sala indecisos o en falso…»

Álvaro Pombo

No hace ni frío ni calor, hace Álvaro Pombo. Eso decían de Federico García Lorca cuando entraba a algún lugar. Las cosas se transformaban, se olvidaban fríos o calores, noches o días. Algo parecido he sentido cuando me he encontrado con Álvaro Pombo.  Uno de nuestros raros, nada timorato, nada falso y muy cortés. Gentilhombre, coqueto y descuidado, elegante y clochard, que sigue sabiendo vivir con dignidad, sin pobreza, administrando espórtulas, disimulando, superviviendo entre “las ruinas de su inteligencia” y cobrando elegantemente la pasta que nunca tuvo Cervantes. Hombre de poca fe y de muchas creencias. O al revés. Fue poeta mal pagado, como Marcial, novelista en mansardas y observador desde humildes terrazas. Niño bien sin ejercer de sumiso, joven en fuga y refinado comedor de bocadillos de mortadela. Empleado de la limpieza, a su pesar, para huir de la lluvia de Santander y refugiarse bajo las tormentas londinenses

Desde niño, poeta que jugaba con estrellas de mar, soñador con palabras, con santos y con demonios. Lo imagino como ese niño de Renard: “Ser chaval, y jugar solo, a pleno sol, en la plaza de una ciudad pequeña”. Y a plena lluvia. Pronto comenzó el arte de la fuga, su particular huida de la propia historia familiar: campesinos blasonados de Palencia, ricos en Santander, paseantes de su propia plaza, burgueses, ilustrados, excéntricos, aventureros, azañistas o falangistas. A esos de los que se escapó vuelve ahora en esta senectud, seria y llena de humor, y sin escaño en el Senado.

Dos veces le voté, dos veces perdí, aunque me vale seguir leyéndolo. Que continúe, que siga con el humor y sus desastres. Que nos cuente estas vidas españolas, o no, de “días inciertos que piden claridad; días duros- y para muchos aciagos- que demandan bondad; días de confusión que reclaman verdad”, como expresó el Rey Felipe en su claro y poético discurso en el Paraninfo de Alcalá de Henares. 

Algunos no estaban, ni se les esperaba. Nadie debería ir dónde no quiere estar. Aunque sea una obligación no escrita, está bien que no hayan estado ni Pedro Sánchez, ni otros representantes culturales servidores del amo. Miedo a que la gente que espera a las puertas de la Universidad, a la caza de famosos, “influencers” y otras caras de la televisión, lo reconociera y no compartiera el fervor que suelen recibir los monarcas. Sánchez es un mal perdedor, mal lector y peor escritor, pero sin duda no se puede negar estar capacitado para la escena. Mejor si la representación no es gratis ni abierta al público. Mal actor, pero capaz de decir en sus escenarios lo uno y lo contrario. No casa bien con Pombo, ni con Cervantes. Álvaro- no se puede estar tan “guarro” y tan sincero- es un hombre bueno y peleado con la mentira. Lo que no impide el educado disimulo de los que tienen y quieren supervivir. Alejado de los mandatarios que siguen enrocados en sus mentiras. De mercachifles o farsantes. Lejos de quienes no soportan ni el humor, la verdad, la ironía o la bondad. Nuestro Cervantes con gorro marinero sabe ser noble, independiente, burlesco y sagaz.

Pedro Sánchez no tendrá tampoco foto en el Vaticano, ni participará en el rezo con ese peculiar Francisco que los recibió en vida pero no más allá. Algunas afinidades se pueden encontrar por el lado peronista del pontífice y el nuevo cesarismo de Sánchez. Parecido a aquel Borgia, “César o nada”, no es muy de compartir espacio público. El emperador está solo. No es bueno escuchar lo que otros, no subvencionados, piensan. Mejor seguir en el pedestal. Y dónde dije digo, digo Diego. Nunca pasa nada. Hasta que pasa. 

Ni Roma ni Sevilla le esperan, ni la despedida vaticana, ni la Copa del Rey.

El otro Pedro- no el picapiedra ni el guapo de la Moncloa- el apóstol, el judío de Galilea que fue a Roma, ese primer Papa, piedra primera sobre la que se construyó el mayor imperio de Occidente, el universal poder del catolicismo. Gran mentiroso de nuestra historia judeo/cristiana. Seguramente fuese analfabeto, pero a su lado tenía a Marcos, el que supo contar, el que recordó sus méritos e imperfecciones. No olvidemos la narración de aquella noche en que detuvieron a Jesús, aquel patio en que esperaban su juicio, en Pedro se había colado y una criada mirándole a la cara dice: “Tú estabas con el que han detenido”, responde nervioso: “No, no le conozco”. Otro insiste: “Sí, yo te he visto, estabas con el grupo”. “Debes equivocarte”, responde preocupado Pedro. Uno, más directo, le acusa: “Y además tienes el mismo acento galileo que ellos. Confiesa”. “Nada tengo que confesar, habláis por hablar”. Es el momento del canto del gallo, el momento en que Pedro recuerda lo que el día anterior le dijo Jesús: “Tú me traicionarás”. Y le contestó con la boca pequeña “Nunca, Señor”, a lo que Jesús contesta: “Te digo que antes de que cante el gallo al amanecer habrás jurado tres veces que no me conoces”. Pedro salió y escondido al alba rompió a llorar. 

«Pedro, Sánchez, no estoy seguro de que llore, que se arrepienta, pero sí creo que ha mentido más de tres veces a sus fieles»

Pedro, Sánchez, no estoy seguro de que llore, que se arrepienta, pero sí creo que ha mentido más de tres veces a sus fieles. Ahora, un año después del paripé de la reflexión, de su retiro poco espiritual, es buen momento para enfrentar la verdad, la diga Agamenón o su porquero. El tiempo de salir del fango, de saber quiénes de los suyos le siguen, quienes le traicionaron o por qué se sigue manteniendo, aunque sea con armas de escopeta de feria. No está bien comprar a Israel, pero no importa entregar el Sáhara. Que se explique, desde el río hasta el monte, como dice su negadora en público y discípula aplicada en privado. La amiga y confidente del Papa Francisco perfecta representante del sanchismo en tierra vaticana.

Visto lo visto, oído lo que oigo, leído lo que leo, quiero volver al poeta Pombo, al narrador que nos acercaron Benet y Rosa Regás. Al que fuera mimado, aupado y relanzado por el más añorado de nuestros editores, Jordi Herralde. Algunas veces comentó Herralde que gracias a las ventas de “La conjura de los necios”, “La hoguera de las vanidades” o la gran Patricia Higshmith, podía permitirse que publicaran nuestros narradores que fueron creciendo libro a libro: Vila Matas, Marías o Álvaro Pombo. Tuvieron prestigio y éxito, cambiaron de editorial, unos reconocieron otros olvidaron, pero Pombo- aunque hiciera lógicas excursiones por el mundo “Planeta”- siempre permaneció al lado de su amigo Herralde. 

Lo que menos me gusta de Pombo han sido dos historias no literarias, aunque quizá ellas también hagan de él ser lo singular, lo poco centrado, genial y desconcertante que forma parte de su vida y su obra. Una de esas historias tiene que ver con su abuela, Ana de Pombo, una niña bien que quiso escaparse del mundo autosuficiente, clasista y previsible del Santander, de su Corte veraniega o de la vigilia del largo invierno. Ana de Pombo- hay una interesante biografía de Lola Gabarrón- fue una moderna y libre mujer que se supo reinventar.

Se separó, cambió Santander por París, triunfó con Coco Chanel, fue amiga de Cocteau, se movió entre la moda y una particular manera de interpretar el baile español. Genio y figura que convierte en personaje Juan Manuel de Prada en su atrevida y fascinante narración de la vida española y parisina de los años de la ocupación, “Mil ojos esconde la noche”. Pura ficción llena de las verdades de las mentiras de un creador. La abuela de Álvaro Pombo, quiso siempre quiso a su nieto desde la distancia. Apenas pudo conocerlo, el joven poeta, descreído y creyente, heredero, a su pesar, de la herencia de Ana que rechazó. No por orgullo sino por líos de tributaciones. Me hubiera gustado leer más sobre aquella mujer de heredero tan directo. Más de lo que nos cuenta en su última novela: “Santander. 1936”. Quiero más.

La otra extrañeza es su capacidad de olvido y de perdón. Uno de sus más cercanos amigos, el ensayista y divulgador, Juan Antonio Marina, pasó de ser su compadre, tronco y cómplice a ser el marido de su madre viuda. Hay una frase, una expresión que indica que un hijo se siente robado: “lo que es tuyo es lo que se casa con tu madre viuda”. Un nuevo esposo de su madre que nunca podría ser su nuevo padre. No juzgo ni a Marina, ni a Pombo ni a su madre, faltaría más, pero sí me hubiera gustado que el genio narrativo de Álvaro Pombo, nos contara ese culebrón sentimental. Por pedir. 

Y voto a Dios que me espanta esta rareza y que diera un doblón por leerla, porque ¿a quien no suspende y maravilla, este matrimonio tapado, esta fragilidad, esta burla, esta extrañeza. No quiero duelos por honor. Quiero historias con sustancia y enigmas.

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