THE OBJECTIVE
Xiskya Valladares

Hablando de infinitud

El templo de Pashupatinath en Katmandú (Nepal) se ha vuelto estos días el gran centro hindú de alabanza al Dios Shiva. Una glorificación un tanto especial en la que cabe la marihuana, la danza y el cuerpo lleno de cenizas.

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Hablando de infinitud

El templo de Pashupatinath en Katmandú (Nepal) se ha vuelto estos días el gran centro hindú de alabanza al Dios Shiva. Una glorificación un tanto especial en la que cabe la marihuana, la danza y el cuerpo lleno de cenizas.

El templo de Pashupatinath en Katmandú (Nepal) se ha vuelto estos días el gran centro hindú de alabanza al Dios Shiva. Una glorificación un tanto especial en la que cabe la marihuana, la danza y el cuerpo lleno de cenizas, pero a fin de cuentas una celebración divina.

Seguro que más de uno pensará enseguida que igual de raros nos ven a los cristianos celebrando una fiesta en torno a un trocito de pan y una copa de vino. O, como me han dicho alguna vez por Twitter, hablando con un Amigo invisible que probablemente no exista. Una crítica comprensible en cierta forma si muchas veces no fuera acompañada por una cierta carga de resentimiento.

Quizás nos olvidamos de que ya la psicología e incluso la neuroteología habla de una inteligencia espiritual presente curiosamente en todo ser humano. No sólo porque creer en Dios no es propio únicamente de civilizaciones primitivas (otra cosa es que la manifestación de esa creencia pueda parecernos tal). Sino porque incluso existen estudios realizados en comunidades carmelitas o monjes orientales en los que se ha podido notar, por medio de escáner cerebral, cómo la meditación y la oración modifican zonas del cerebro. Aunque cierto es que toda fe es siempre don.

Pero incluso independientemente de estos estudios en los que se puede o no creer, parece común al ser humano la experiencia de la trascendencia. ¿O es que no es acaso espiritual la sensación de infinitud? ¿Incluso la misma experiencia del amor? Claro que nuestra historia, nuestra experiencia, nuestra cultura y nuestra propia visión del mundo condicionan nuestra forma de vivir la fe. Sea ésta en Jesucristo, en Alá, en Yahveh, o en la energía cósmica, en el ser humano o como quieras llamarle. Los místicos nos demuestran que en el fondo la gran revelación es que se llame como se llame, Dios es Amor. Y perdonadme, en mi opinión, nadie mejor nos lo ha mostrado que Jesucristo, porque lo vivió hasta el extremo…

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