La cultura, al fondo a la derecha
«Pocas cosas han cambiado desde que en abril Rodríguez Uribes tuviera la ocurrencia de citar el ‘primero la vida y después el cine’ de Orson Welles»
Cuando Emmanuel Macron anunció a mediados de marzo las medidas para reducir el alarmante incremento de contagios por coronavirus, el presidente francés animó a sus compatriotas a que se quedaran en casa leyendo. El consejo de Macron, en cambio, no evitó que el sector del libro también se hundiera entre marzo y mayo, los meses más duros de la pandemia: las ventas cayeron un 67 por ciento, lo que se traduce en un descalabro de 284 millones de euros. Pero más allá de los Pirineos hay un país que hace de la creación cultural la razón de ser de su patrimonio nacional y, entre julio y agosto, los franceses se lanzaron a las librerías para anotar un incremento del 13 por ciento respecto a las ventas del año anterior. Con estos 87 millones extras el sector ha podido coger aire y espera recuperarse del todo en septiembre, después de que el Gobierno les haya mantenido estos meses a flote con todo tipo de ayudas, entre ellas un fondo de solidaridad con los autores y las librerías o exoneraciones fiscales y préstamos especiales para las editoriales.
Esto ocurre en Francia, claro, donde la publicación de algunos títulos, como está ocurriendo con lo nuevo de Carrère, son auténticos fenómenos editoriales y provocan enconados debates en radios y periódicos. En España no nos queda otro remedio que mirarles con envidia. Hace unos días, Laura Barrachina entrevistó en la radio pública a Sara Mesa a propósito de su nueva novela y celebró que se haya convertido en una autora cuyos libros se reciben como un acontecimiento. Mesa no estaba de acuerdo. Sí, es consciente de que tiene cada vez más lectores, pero un acontecimiento… los libros en este país tienen el recorrido que tienen, dijo, llegan a un público minoritario y se les presta poca atención. En el pueblo sevillano donde vive pocos de sus vecinos saben que se dedica a escribir y, desde luego, allí no se practica ese endogámico intercambio de favores que tanto se estila en la capital. En Francia el libro es un producto casi de primera necesidad; aquí es la última de las preocupaciones del ministro de Cultura y Deportes.
Nada de esto debería sorprendernos. En aquellas comparecencias semanales de marzo y abril, Pedro Sánchez agradeció a las televisiones su esfuerzo por hacer el confinamiento más llevadero y les premió con una buena lluvia de millones. Sánchez es el presidente que le dio la cartera de Cultura a Màxim Huerta y que luego ninguneó al bueno de Guirao para poner en su lugar a un ministro, Rodríguez Uribes, que desde el apagón del estado de alarma tardó un mes en anunciar un paquete de medidas que no especificaba ayudas ni planes de promoción de la cultura. Después de la televisión, con los teatros y las salas de conciertos cerrados, la prioridad era que volviera el fútbol. Esta semana, seis meses después del inicio de la pandemia, el ministro anunció que convocaría a los consejeros de Cultura autonómicos «para compartir puntos de vista» acerca de la situación de los artistas y músicos que, desesperados, han terminado por llevar su precariedad a la calle. Pocas cosas han cambiado desde que en abril Rodríguez Uribes tuviera la ocurrencia de citar el «primero la vida y después el cine» de Orson Welles.