Gran ausente
«Manolo Arroyo, del que ahora se publican cuatro relatos inéditos tras su muerte en 2020, debería pasar de ser un autor de culto a un clásico inmortal»
No es España un lugar que acoja ese modelo que son los artistas de culto. Se trata de figuras muy reconocidas por los happy few, pero que no se han convertido en espectáculos de masas. Entre nosotros, y a día de hoy, solo veo a uno, Manuel Arroyo, uno de los ciudadanos del siglo XXI más ejemplares e interesantes desde todos los puntos de vista. Pero sigue siendo una figura cultivada por sus amigos y aquellos que han leído los admirables Pisando ceniza, La muerte del espontáneo o Mexicana, tres obras maestras.
Se publican ahora cuatro relatos que habían quedado inéditos, tras su muerte en 2020. El título, De donde viene el viento (Acantilado), es una pregunta que le persiguió toda su vida. Una vida asendereada que se repartió entre España, México, Alemania y cientos de viajes por todo el mundo. También sus trabajos fueron dispares porque obedecían exclusivamente a la pasión, nunca al dinero. Fue representante de Chavela Vargas, apoderado de un torero cojo, editor de una de las mejores casas de libros en español, la editorial Turner, librero en la más curiosa de las librerías de Madrid, Pasajes, autor de un vitriólico ataque a nuestros vecinos, Contra los franceses, primero editado como anónimo y al cabo de muchos años con su nombre (Elba).
En este póstumo conjunto de textos el lector de culto se va a encontrar con algunas prosas míticas de las que siempre habló Manolo y que ahora por fin conocemos. Para mí, la principal es Mi madre era una trucha, emocionante, conmovedora, dolorosa carta de despedida a su madre, escrita, quizás, cuando Arroyo sabía que se estaba muriendo y que nada tendría ya remedio. Es un gran poema en prosa, extenso e intenso, que no puede dejar indiferente.
Ya más cercano a su habitual estilo irónico, despegado, elegante y sarcástico, Un hombre de negocios me parece a mí que es el que siempre nos comentó a los amigos como Canallas que he conocido y que han quedado circunscritos a un solo ejemplo, pero admirable. Es el caso de un estupendo estafador, medio analfabeto y simpático, que amasó una fortuna de cientos de millones. Arroyo describe con conocimiento de causa el recorrido de uno de esos canallas tan abundantes en España y casi siempre impunes. Quién sea el millonario real que se esconde detrás del personaje novelesco, es una incógnita que seguramente nunca descubriremos. El relato está a la altura de aquel magistral La especulación inmobiliaria de Italo Calvino.
«Siempre tuvo la manía de ser medio inglés, aunque fuera de Gibraltar, cuando en realidad yo no he conocido a nadie más español»
Los otros escritos son igualmente admirables como prosas limpias, frescas, cristalinas y (eso sí) altivas. Porque Arroyo, que se hacía llamar Arroyo-Stephens, siempre tuvo la manía de ser medio inglés, aunque fuera de Gibraltar, cuando en realidad yo no he conocido a nadie más español. Justamente su antiespañolismo, muy duro en Cuatro Quijotes que es la historia de las cuatro veces que, como editor, publicó al gran Cervantes, es característicamente español o incluso madrileño.
El gran Manolo Arroyo, a quien no hemos dejado de recordar día a día desde que decidió largarse de este mundo, debería pasar de ser un autor de culto a un clásico inmortal.