Lejos del mundanal ruido
«Tan grande es Goya y tan superior a toda la pintura de su tiempo que me pregunto si no sería conveniente reunirlo y darle un espacio propio»
Nuestro museo, el del Prado, es uno de los mayores privilegios del país y ha sido, durante un par de siglos, el lugar favorito para que algunos individuos se dieran un paseo contemplativo de horas o de días. Son famosos los vagabundeos de Eugenio D’Ors, o el más moderno de Eduardo Arroyo, ambos publicados, pero son incontables los ciudadanos venidos de todas las partes del mundo que se han acercado a pasear por sus salas, como quien se sumerge en aguas curativas.
Ya no es posible aquel tipo de estancias prolongadas y sabias de nuestros abuelos. Ahora sus salones y galerías están repletas a rebosar con cientos de miles de visitantes, en su mayoría extranjeros, que hacen imposible la concentración, el recogimiento, e incluso la contemplación de algunas obras que se han convertido en distracciones populares, como es el caso de El jardín de las delicias, un auténtico circo.
No seré yo quien se queje, aunque recuerdo en mi juventud haber pasado las mejores horas de mi vida en aquellos corredores prodigiosos casi a solas. Y no puedo quejarme porque esas masas mantienen al monumento en muy buen estado y a su administración con plena dedicación al mismo. Un museo es un organismo viviente y necesita comer, beber e incluso amar y reproducirse. Hay mucho museo muerto por ahí.
Estuve esta mañana y fui de sorpresa en sorpresa. Hacía quizás un año que no me acercaba. Los visitantes, este pasado lunes de diciembre, se contaban por miles, lo que hace pensar en lo que serán las fechas de vacaciones. El gentío circulaba sin demasiada orientación, aunque educada y sosegadamente quizás porque muchos de ellos eran orientales. Es posible que los actuales directivos debieran pensar en publicar unos pequeños folletos, como ya existen en otros grandes museos del mundo, con propuestas históricas o temáticas de recorrido en forma de guía, para facilitar el entendimiento de un espacio tan enorme y una colección tan colosal.
Yo fui con la intención de repasar a Goya, mediante la excusa de dos cuadros venidos en préstamo de museos difícilmente accesibles. Comencé por los cartones juveniles y fui siguiendo hasta las pinturas negras. El de Goya es un proceso asombroso que comienza con las escenas luminosas y alegres de sus pinturas para tapices, unas piezas que habían de ser artesanales y cuyo fin era el de orientar a los tejedores, pero que Goya convirtió en una prodigiosa explosión de vida, energía y fuerza. Y así se sigue de asombro en asombro hasta el final negro de las pinturas de la Quinta del Sordo.
«Goya no es sólo un gran artista es, además, un espíritu fuera de serie y tan único en su tiempo como Cervantes en el suyo»
Es un conjunto sobrecogedor. Goya no es sólo un gran artista es, además, un espíritu fuera de serie y tan único en su tiempo como Cervantes en el suyo. Un inventor, un descubridor, un visionario aislado en el íntimo silencio de su sordera, como Beethoven, con quien guarda tanta semejanza. Goya intuye la llegada de las masas y de su carácter impersonal, amorfo, como esas criaturas apenas formadas que parecen nubes gesticulantes tras las barreras o los muros de los espectáculos, y que tendrán una expresión dolorosa y ácida en El entierro de la sardina. Inventa la representación de la muerte moderna, es decir, técnica y mecánica, en algunos de los más espeluznantes grabados de la guerra y en Los fusilamientos. Allí, en aquel grupo de soldados de la derecha, una máquina de matar, aparecen por vez primera las carnicerías mecánicas que anuncian con un aullido a las del Tercer Reich. Es, en fin, una mentalidad fuera del tiempo, pero atada a una ternura, una compasión emocionante, sobre todo en sus figuras femeninas.
Tan grande es Goya y tan superior a toda la pintura de su tiempo que me pregunto si no sería conveniente reunirlo y darle un espacio propio. Está terminando de rehacerse el magnífico Salón de Reinos a pocos pasos del Museo. ¿No sería un lugar perfecto para convertirlo en el Museo Goya? En la actualidad el recorrido que he ido contando en este artículo está repartido por tres pisos, o sea, totalmente disperso, y quien quiera, como hice yo, verlo ordenada y cronológicamente, lo va a tener muy difícil.
¿No sería un tributo adecuado a uno de los más extraordinarios intelectuales europeos (pues eso era) y un incremento exponencial del valioso parque artístico de la ciudad? Quede el sublime Velázquez en su actual (y mejorable) espacio. Pero désele a Goya el ámbito que merece. Él, y nosotros.