La política no lo puede todo
«Una de las noticias intelectuales del año viene siendo, desde hace unos cuantos, el libro de Manuel Arias Maldonado, quien ha alcanzado la meritoria cadencia de Woody Allen con sus películas»
Una de las noticias intelectuales del año viene siendo, desde hace unos cuantos, el libro de Manuel Arias Maldonado, quien ha alcanzado la meritoria cadencia de Woody Allen con sus películas. A finales de 2016 publicó «La democracia sentimental» (Página Indómita), y desde entonces «Antropoceno» (Taurus, 2018), «Fe(Male) Gaze» (Anagrama, 2019) y en este 2020 acaba de salir «Nostalgia del soberano» (Catarata). Todos ellos precisos, eruditos, académicamente rigurosos, con los datos al día, pedagógicos, elevados y valientes.
Siempre se ocupa de acuciantes asuntos del momento (la sentimentalización de la política, el cambio climático, las relaciones sexuales en el siglo XXI), que somete a su mirada larga, documentada, perspicaz. En «Nostalgia del soberano» parte del auge actual de los populismos y los nacionalismos, que encierran un anhelo cuya formulación sería el eslogan de los partidarios del «brexit» en Gran Bretaña: “recuperar el control”. La tesis del libro, escribe Arias Maldonado, es que “las turbulencias políticas causadas por la crisis económica, que a su vez activan con fuerza temores latentes asociados con los distintos aspectos de la globalización, deben interpretarse como expresión de una nostalgia de la soberanía. O sea, como el anhelo por una potencia política capaz de imponer orden en un presente amenazante e incierto”.
La “nostalgia del soberano” se refiere, pues, a la añoranza por la omnipotencia del soberano absoluto, heredero de Dios, y por extensión por la omnipotencia de la política; es decir, por el poder sobre la realidad. El libro se articula en torno a dos análisis o estudios complementarios. Por un lado, el de la evolución de esa soberanía de origen teológico, que del soberano pasa –con Rousseau y la Revolución francesa– al pueblo, a la “voluntad general”, que mantiene sus pretensiones absolutistas. Por otro, el del carácter ilusorio de tales pretensiones de poder absoluto, tanto en el antiguo soberano como en la moderna voluntad popular: que se arrogan, o a los que se atribuye, capacidades que en verdad no tienen.
Arias Maldonado repasa lo que han dicho autores clásicos y modernos sobre la cuestión (Bodin, Hobbes, Rousseau, Kant, Constant, Burke, De Maistre, Sieyès, Hegel, Marx, Kojève, Schmitt, La Boétie, Shklar, Arendt…) y se ocupa de fenómenos como los mencionados nacionalismo y populismo; el autoritarismo; los delirios de omnipotencia del nazismo y el comunismo; la irresponsabilidad utópica en nuestro tiempo; el miedo al futuro o su abolición y el refugio en un pasado mítico que no existió nunca, del que se aspira a extraer potencias que serán nefastas.
En la “devaluación del futuro”, que de ser el gran motor de la modernidad, el inspirador del progreso, ha pasado a ser “el lugar donde todo irá mal”, encuentran los populistas y los nacionalistas su razón de ser, ya que solo ellos (según ellos) podrían revertir la situación, “recuperando la vieja afirmación soberana”. Sigue latiendo la aspiración religiosa a la salvación: las ilusiones se proyectan “hacia un tiempo mesiánico llamado a romper el prosaico guion de la historia convencional”. Pero “la ausencia de alternativas plausibles al modelo liberal capitalista”, en una época en que las utopías quedan “por detrás”, genera una frustración que se traduce en “un melancólico declinismo”. Al futuro ‘real’ no se le da ninguna opción: porque “o el futuro luce impecable, o no es futuro”.
El actual repliegue soberano indica que persiste la creencia de que “la política –si quiere– todo lo puede”. Una política cuyo actor ya no sería el soberano individual sino el pueblo soberano, que comparte con el anterior el carácter absolutista. El liberalismo constitucional es la doctrina que busca limitar la lectura “soberanista” de la voluntad popular. La propuesta de Arias Maldonado es una “soberanía para escépticos”, que comprenda en sus justos términos qué es y qué puede (y qué no puede) la soberanía, y que preserve nuestras frágiles democracias liberales. Se trataría de “rebajar las expectativas de los ciudadanos sobre las verdaderas capacidades de la política”, ya que “esta no tiene por objeto hacernos felices ni es responsable de nuestras frustraciones personales, sino que tiene encomendada la tarea de crear aquellas condiciones que nos permitan convivir pacíficamente con los demás”.
La política, sencillamente, no lo puede todo: “adolece de limitaciones constitutivas, que no pueden ser superadas por muy buena política que se haga”. Arias Maldonado ofrece un buen catálogo: pluralidad humana, escasez relativa de bienes, imposibilidad del consenso total, peligrosidad de unos hombres para con otros, tendencia de los seres humanos a abusar de su poder, vulnerabilidad emocional del ser humano, doblez del lenguaje, inestabilidad consustancial a la actividad política…
Yo me he acordado de estas palabras salutíferas (y melancólicas) de las «Memorias de Adriano» de Marguerite Yourcenar, que copié hace años y he conservado: «Cuando hayamos aliviado lo mejor posible las servidumbres inútiles y evitado las desgracias innecesarias, siempre tendremos, para mantener tensas las virtudes heroicas del hombre, la larga serie de males verdaderos, la muerte, la vejez, las enfermedades incurables, el amor no correspondido, la amistad rechazada o vendida, la mediocridad de una vida menos vasta que nuestros proyectos y más opaca que nuestros sueños: todas las desdichas causadas por la naturaleza divina de las cosas».