THE OBJECTIVE
Fernando R. Lafuente

Del museo al centro comercial, o al revés

«El libro de Lorena Casas Pessino, ‘El museo como Templo (y otros disparates)’, es un ensayo cuajado de inteligencia, sentido común y claridad»

Lo bueno de la vida
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Del museo al centro comercial, o al revés

Museo del Prado. | Agencias

Libro

El museo como Templo (y otros disparates). Lorena Casas Pessino. La Huerta Grande, Madrid, 2024. 120 páginas

Para el Consejo Internacional de Museos, un museo «es una institución sin fines lucrativos, permanente, al servicio de la sociedad y de su desarrollo, abierta al público, que adquiere, conserva, investiga, comunica y expone el patrimonio material e inmaterial de la humanidad y su medio ambiente con fines de educación, estudio y recreo», de acuerdo a lo aprobado en 2007. Como definición cabe decir que completa los diversos ámbitos y cometidos en los que se lleva a cabo la institución Museo

Lorena Casas Pessino (1967), además de su sólida formación académica, entre otros cargos ha sido de 2002 a 2015, Asistente al Director y Jefe de Relaciones Institucionales del Museo del Prado. Es decir que cuando uno se pregunta de qué hablamos cuando hablamos de museos, Casas Pessino sabe de lo que escribe, y esto el lector, en estos turbulentos y confusos tiempos, lo agradece. Si, además, lo hace en apenas 120 páginas, pues este ensayo se presenta con una prosa fluida, documentada, polémica y forjada con el ánimo y la voluntad de fijar el ser y el estar de los museos en estos tiempos, el lector tiene ante sí una obra cuyo atractivo es la claridad en la exposición y la contundencia razonada de sus propuestas. 

Visitar un museo podría ser una experiencia sublime, un acicate para descubrir otros mundos, que siempre están en éste. Una curiosidad infinita ante la obra que nos deslumbra. La obra y sólo ella: «Porque lo triste hoy en día es que el museo ofrece servicios tan tentadores e intermediaciones tan didácticas decodificadoras tan eficaces que uno puede ir a un museo clásico como el Prado pasar varias horas y ni siquiera mirar un cuadro. Literalmente».  La autora describe el recorrido histórico, filosófico, en esencia, cultural que los museos han desarrollado desde que en Roma, en el año 1734 se inauguraron los Musei Capitolini, después vendría, el British (1759), Florencia (1765), el Louvre (1793) o El Prado (1819). La clave es encontrar su lugar en la compleja sociedad contemporánea, en la que el ocio se confunde con el conocimiento, el gozo estético con el espectáculo y el éxito con los millones de visitantes. El aura del que melancólicamente advirtió Benjamín, se esfuma entre visitantes y selfies

Pero el momento de la sensación verdadera desaparece. Quien busque en el arte un añadido a la vida, no coincidirá con Casas Pessino cuando afirma: «Es un panorama desolador. Porque el arte nos recuerda quiénes somos. Es la manera de acercarnos a lo sublime. De reencontrarnos con los dioses». De ahí, la genial propuesta de reconocer, y recuperar, al museo como un Templo, no un centro comercial. Convengamos, todo es posible, pero cada uno en su sitio, y lo que ocurre es que los museos se debaten entre las audiencias y la serena contemplación de las obras.

El ensayo muestra a lo largo de sus páginas una infinidad de paradojas. Por no mencionar ese virus contemporáneo que recibe el nombre de Anacronismo y que consiste en juzgar los hechos del pasado con la mentalidad del presente. Claro que, como advirtió Benedetto Croce, «toda historia es historia contemporánea», pero es una cuestión de dosis, y ahora vivimos una sobredosis con la recalificación histórica que afecta a relevantes proyectos museográficos. Que se instale la visita a un museo entre las actividades de millones de ciudadanos es, sin duda, un triunfo de lo que se podría denominar como la democratización del acceso a los centros de cultura, pero ello no está reñido con que el riesgo sea perder, para siempre, esa experiencia sublime que nace al contemplar una soberana obra de arte. 

«La conclusión es clara: ‘Vaya a ver arte con mayúsculas para conocerse mejor’»

Y he ahí la cuestión. Por ello, la conclusión es clara como el agua clara: «Sólo me queda pedirle que vaya a ver gran ARTE, arte con mayúsculas, para conocerse mejor». Porque el quid está en las mayúsculas, algo que ahora se tiende a negar, junto al desvanecimiento de lo que ha sido desde los griegos la «auctoritas», es decir, transformar la información en conocimiento y éste en placer estético. Y ahí estamos. Espléndido libro este ensayo cuajado de inteligencia (el apoyo bibliográfico es tan acertado como oportuno), sentido común y claridad. Bendita claridad.

Película

Sala de profesores. Dirección: Ilker Çatak. Intérpretes: Leonie Benesch, Leonard Stettnisch, Eva Löbau. Alemania. 2023. 99 minutos

El viaje podría ser del museo al aula, o al revés. Porque lo que el espectador descubre en Sala de profesores, nominada al Oscar a la mejor película extranjera, es la intrahistoria de lo que ocurre tras los muros en los que los profesores se reúnen entre clases y demás. Menuda película. Pone en cuestión, al meramente describirlo, el sistema educativo, que por lo que uno ve, su crisis, no es propiedad de ésta o aquella sociedad, sino, para decirlo como en broma, que no lo es, global. 

La llegada de una ingenua y primeriza profesora Carla Nowak (perfecta, en su papel, Leonie Benesch) llena de ideales, buenas voluntades y cierta vocación se convierte, pronto, en una suerte de thriller que encierra como esas muñecas rusas, dentro de sí, un profundo y peliagudo conflicto social. Ya tenemos la trilogía completa: educación, misterio y drama. Se produce un robo en el Instituto, quién ha sido, por qué. El hecho permite al director desplegar todo un catálogo de complejidades entre el comportamiento de los alumnos, descubrimiento de acosos, problemas raciales y notable discusión entre los propios profesores, aspecto éste de enorme impacto por cuanto más de uno dudará de la actitud un tanto equívoca de parte de ese profesorado. 

La película, más allá o más acá de las características, espléndidamente mostradas por parte del director, de los personajes, va directa al sistema educativo, y no se anda con disquisiciones, se plantea la situación y como en el poema de Jorge Guillén: «Mira/¿Ves?/Basta». Que cada espectador saque sus propias conclusiones. El cine también es un espejo, a veces cóncavo, a veces convexo, de la realidad presente. Y esta película es inmaculada respecto a ello.

Taberna

La Renta. c/ Rosalía de Castro, 1. Majadahonda. Madrid.

Con unas décadas ya a sus espaldas, La Renta es uno de esos lujos taberneros que uno describe como su bar de la esquina y que no falte, como en la canción de Sabina, nunca. No sólo por el menú diario cuya relación calidad precio es inmejorable, sino por el festival de la oferta, en la barra, en las mesas y en esa acogedora terraza, que como la proa de un barco hacia el Paraíso, anuncia su presencia. Y qué tomar, pues, la ensaladilla tan original como exquisita de pantumaca con jamón ibérico, o los bocartes cantábricos, el machote y las inigualables albóndigas de vaca tudanca y más. Otro templo, esta vez, del placentero arte, porque en arte se convierte aquí, como es comer y beber, y charlar, y soñar, y que el tiempo, tan implacable, pase como si del curso lateral de la vida se tratase. Algo que, atentos a los disparates que nos cuentan las pantallas, no es poco.

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