THE OBJECTIVE
Sara Montero Minguez

Love Actually, el cristianismo y mi feliz Navidad

La cantidad de gente que reniega de la Navidad se está volviendo tan típica como los polvorones o el turrón de Suchard, que además, con la crisis ha dejado de ser Suchard en muchas casas para empezar a ser Hacendado.

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Love Actually, el cristianismo y mi feliz Navidad

La cantidad de gente que reniega de la Navidad se está volviendo tan típica como los polvorones o el turrón de Suchard, que además, con la crisis ha dejado de ser Suchard en muchas casas para empezar a ser Hacendado.

Love Actually es la peli que hay que ver en Navidad por excelencia. También es el filme en el que uno de los protagonistas intenta ligarse a la mujer de su mejor amigo y, solo en estas fechas, nos parece tierno. Lo reconozco, tiene cierta magia que sea tu novio el que te insista en ver esta comedia acurrucados bajo la manta, sin percatarse de que en la vida real él sería el cornudo y su amigo Paco, que en la realidad está gordo y calvo, sería el cabrón que te arrebata de sus brazos después de gastarse una pasta en vuestra boda. Pero en estas fiestas todo se aguanta porque hasta Rudolph tiene su sitio el 25 de diciembre. Luego ese amigo atractivo y cabroncete se lía a matar muertos vivientes en un holocausto zombi, pero esa es otra historia.

La cantidad de gente que reniega de la Navidad se está volviendo tan típica como los polvorones o el turrón de Suchard, que además, con la crisis ha dejado de ser Suchard en muchas casas para empezar a ser Hacendado. La situación económica ha tumbado uno de las quejas más razonables de los haters navideños: el consumismo. El amigo invisible ha sustituido a los Reyes Magos, la perca ha desbancado al salmón y el jamón ibérico no ha llegado. Y no pasa nada, la Navidad se sigue celebrando porque, a pesar de que El Corte Inglés lo haya aprovechado, el día 25 es una fiesta familiar. También para los más descreídos.

La Navidad es una vacuna contra el tiempo. Una tradición de 2.000 años no puede ser superficial. Cuando en Nochebuena tu madre canta un villancico que le encantaba a tu bisabuela o en el coche piensas en tu tío que ya no está, te das cuenta de que hay lazos que ni la muerte puede borrar, y eso consuela. La foto que os hacéis cada año detrás de la escalera tiene bajas y altas de un diciembre para otro. Piensas que al final todo se compensa, incluso los límites más extremos de la existencia como una muerte o un nacimiento. La lógica navideña abarca la posteridad: la lista de propósitos para el año que viene te hace pensar que hay un futuro, que encontrarás un trabajo o que por fin te quedarás embarazada.

Tu hermana pequeña también te hace pensar. Tiene ya 10 años y ha estudiado durante meses la estrategia de Papá Noel y los Reyes. Para cualquiera de tus preguntas tiene respuesta, incluso las que desafían las leyes de la física: sus Majestades reparten por todo el mundo la misma noche gracias a la diferencia horaria y ella puede recoger los regalos antes en casa de tu tía porque vive en el norte de Madrid y a su barrio los Reyes llegan a las cuatro de la mañana después de pasar por Alcobendas, San Fernando y Coslada. Tú sabes que es mentira y que los Reyes no existen pero te sorprende su habilidad para hacer de la farsa una verdad en la que todo encaja. Y entonces, te preguntas cuántas veces has hecho tú lo mismo en este último año.

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