THE OBJECTIVE
Cristina Casabón

Meritocracia y tiranía del igualitarismo

«En las sociedades menos meritocráticas es donde más tiende a reproducirse la perpetuación del estatus social y donde la movilidad social se consigue mediante otros recursos menos ‘democráticos’»

Opinión
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Meritocracia y tiranía del igualitarismo

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La naturaleza humana es más grande que las construcciones sociales y económicas que fabricamos, pero hay sistemas que se ajustan mejor a la naturaleza humana que otros. La meritocracia es el sistema que más se ajusta, porque asume que las sociedades libres están compuestas por individuos pensantes y complejos, imperfectos y desiguales, que siempre intentan ser lo mejor que pueden con la educación y los medios que tienen. Mejorar la educación y los medios debería ser el objetivo.

Algunos expertos como Sandel apuntan, en cambio, a la meritocracia. Los sandelianos creen que la retórica meritocrática «termina muchas veces culpabilizando a la víctima de la desigualdad», y que «es dudoso que una meritocracia, ni siquiera una perfecta, pueda ser satisfactoria ni moral ni políticamente». En realidad este argumento contra la meritocracia es falaz, y es un argumento de tipo psicológico sorprendentemente débil. Este discurso esconde que los verdaderos defensores de la meritocracia ponen por delante la necesidad de garantizar una igualdad de partida, sin que por ello se deje de premiar el mérito, un concepto que va muy ligado al esfuerzo, la lucha, la superación personal.

Para Sandel toda eminencia y referencia al éxito es vista como arrogancia. Bajo el mantra de la igualdad se pretende que toda irradiación de éxito basado en el mérito sea indecorosa, o una especie de perpetuación de la injusticia y un subterfugio de los poderosos. La sospecha y el victimismo han sucedido al elogio y la humildad. Se emiten juicios sobre cuáles son las buenas y las malas conductas en función de un relato simplista: el de los ganadores y los perdedores.

 La obsesión con el buenismo y la perfección moral de los nuevos administradores de las actitudes y de las conductas encierran una obsesión por conducirnos a sociedades modélicas en las que «el sentimiento de agravio y el resentimiento» de los perdedores, la «arrogancia» de los ganadores, u otras pasiones democráticas dominantes dejarán de imponerse. En Estados Unidos vemos que la meritocracia no es perfecta, no produce los resultados que proclama el ideal, pero crear mayor igualdad pasa por corregir las desviaciones del ideal en casos concretos, no por acusar a toda una sociedad de elitista o etnocentrista, que es la retórica de los reaccionarios y los enemigos declarados de la tecnocracia, la globalización y los mercados. Como dice Ricardo Calleja, “lo que une a un reaccionario como Sandel con el proyecto filosófico revolucionario es no ver la diferencia entre el usus y el abusus [en referencia a la frase Abusus non tollit usus”]. Ambos buscan derribar un sistema que solo alguna vez hace daño o no funciona. Ya sea el orden tradicional, ya el liberal”.

 Sandel dice que el mérito tecnocrático «ha fallado como modo de gobierno, y también ha estrechado los márgenes del proyecto cívico». Es una sorprendente afirmación ya que esconde que en una sociedad progresista los incentivos para las instituciones públicas y las empresas deben estar orientados al mérito y la eficiencia. Y si el mérito no es necesario, ya solo queda babuinería y adoración al animal de fuerza. La abnegación. O el defecto del simpaticón, repartir encanto y sonrisas, cordialidades y ambiciones arropadas en nobleza, halagos y recelos, complicidades, intrigas. En los gobiernos donde prima el clientelismo y donde se asciende y se escalan posiciones a base de favores se prima la lealtad sobre el mérito. El poder se perpetúa por redes de colocación e influencia, sin que las cualidades profesionales y de dirección de los mejores sean determinantes. El sistema clientelar tiende al despilfarro de fondos para financiar su propia ineficiencia, normalmente en forma de sueldos a personas que aportan muy poco valor añadido.

 Además, los sinceros y amigables sandelianos lentos no se han percatado de que en las sociedades menos meritocráticas es donde más tiende a reproducirse la perpetuación del estatus social y donde la movilidad social se consigue mediante otros recursos menos «democráticos». Desde luego, todo sistema meritocrático está compuesto por individuos pensantes, complejos e imperfectos, no podemos evitar desviaciones del ideal meritocrático, o cierto grado de desigualdad, sin alinear a los individuos en un sistema planificado, que es el tipo de sociedad distópica que imaginó Ayn Rand en Anthem. La autora tuvo el presentimiento de lo que supondría vivir en una sociedad caracterizada por la irracionalidad, el colectivismo, el pensamiento tutelado y una economía planificada. Nunca está de más recordar que todos los enemigos de la libertad han intentado coartar el individualismo, la competencia, el éxito o la creatividad humana en nombre de la igualdad.

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