THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

Mi teta no es la patria

«Tener hijos te suele cambiar la vida, no de manera mística: te impone rutinas, horarios y te hace responsable de otro ser humano»

Opinión
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Mi teta no es la patria

Picsea | Unsplash

La casa en la que vivía cuando tuve a mi primera hija tenía un gran salón, era perfecta para hacer fiestas, aunque solo hicimos dos: la de mi 31 cumpleaños y la de los tres años de mi hija. En la primera, mi hija tenía meses y aún se alimentaba solo de leche materna. A pesar de la música y del ruido del timbre y de las conversaciones, estuvo dormida casi todo el tiempo. Pasada la medianoche se despertó y la puse a la teta. Entonces, una de las invitadas, actriz, argentina y dada a preguntar esperando respuestas intensas, se sentó a mi lado y me preguntó qué sentía. Si no la hubiera conocido, habría pensado que se refería a si había dejado de sentir entuertos, que duran las primeras semanas, o si tenía grietas. Pero no era eso lo que ella quería saber. Me preguntaba por si me sentía ligada a una especie de corriente milenaria de sustento o algo así. No. No sentía nada telúrico al amamantar. Mi amiga argentina esperaba una respuesta como la que, en su columna del sábado, decía dar la escritora Ana Iris Simón a sus amigas: «Parecido a rezar: es sentirse unida a algo mayor, saberse trascendida por aquello que la supera a una, el amor. Es la revelación, de pronto, de que todo siempre es más leve». No sé qué pensarán sobre eso quienes dan biberón a sus bebés, pero seguro que no quieren menos a sus hijos. La mayor parte del tiempo, si no hay molestias ni problemas de agarre, amamantar da mucho sueño por la prolactina (o también porque por las noches no se duerme del tirón). Con mi segundo hijo sentía que me succionaba vida. La tercera empezó a morderme hacia el año y medio.

Tener hijos te suele cambiar la vida, no de manera mística: te impone rutinas, horarios y te hace responsable de otro ser humano. Es también una tentación hacer de eso la medida del mundo: algo de lo que extraer metáforas más o menos afortunadas y hoy, cuando solo existen los extremos, susceptible de que se use también para polarizar. Supongo que a fuerza de usarla he perdido la mística de la teta (si es que la tuve). Me pasa también con la mística de la maternidad, a fuerza de ejercerla no es que no me quede, es que huyo de ella como los gatos del agua.

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