THE OBJECTIVE
José Carlos Rodríguez

No hay brecha salarial

Las mujeres, en general, han ganado menos que los hombres. La explicación canónica es que la diferencia se debe a los prejuicios machistas, cuando hay explicaciones más reales y consistentes, como un menor acceso a la educación o, en los países industrializados, una incorporación al mercado laboral relativamente reciente: En los EEUU la diferencia entre el porcentaje de hombres y de mujeres que trabajaban era de 61 puntos en 1950 (94 frente a 33), y los últimos datos esa diferencia se ha reducido a 12,5 puntos.

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No hay brecha salarial

Las mujeres, en general, han ganado menos que los hombres. La explicación canónica es que la diferencia se debe a los prejuicios machistas, cuando hay explicaciones más reales y consistentes, como un menor acceso a la educación o, en los países industrializados, una incorporación al mercado laboral relativamente reciente: En los EEUU la diferencia entre el porcentaje de hombres y de mujeres que trabajaban era de 61 puntos en 1950 (94 frente a 33), y los últimos datos esa diferencia se ha reducido a 12,5 puntos.

Ahora esas grandes diferencias o bien se han reducido, como la participación de cada sexo en el mercado laboral, o se han dado la vuelta: hay 131 mujeres en la Universidad por cada 100 hombres. Entonces, ¿por qué ganan menos? De nuevo, la explicación es el machismo.

Pero el mercado hace que los prejuicios salgan muy caros. Pondré un ejemplo muy sencillo: Supongamos que para determinado trabajo un grupo de hombres hace una aportación de 100 y un grupo de mujeres hace una contribución por el mismo valor: 100. Pero los empresarios (sin contar el interés o el beneficio) pagan 100 a los hombres y 80 a las mujeres, motivados por su machismo. Cualquier empresario sin prejuicios (sin escrúpulos diría alguno), contrataría sólo a las mujeres para obtener un beneficio extra. Al final, la competencia haría que subiese su sueldo hasta llegar el valor completo de su aportación a la producción.

¿Es eso lo que ocurre? Los datos son tozudos y parecen indicar lo contrario. Pero sólo lo parece. Thomas Sowell lo explica muy bien: las diferencias se suelen deber a elecciones personales. Por ejemplo: dentro de los Estados Unidos, las mujeres eligen menos los trabajos a los que hay que dedicar más horas, pese a que en éstos se paga más. Esto se ve ya desde la elección de la carrera universitaria: hay más licenciadas con vistas a empleos previsibles que otros, como ingenieros informáticos o ingenieros especializados en la extracción de petróleo. También rechazan con más frecuencia los empleos más estresantes, y renuncian por ello a una paga mayor, pese a contar con la misma preparación que los hombres.

Cuando dejamos al lado las diferencias en la elección de carrera y en otros aspectos personales que influyen en el desempeño profesional, la situación no es como se pinta. Sowell recoge que entre los individuos que tienen un título universitario, que nunca se han casado, que no tienen hijos ni edad para tenerlos (40 a 64 años), los hombres generaban una renta salarial de 40.000 dólares al año, y las mujeres 47.000.

No hay una brecha salarial sino, en general, una brecha en las distintas prioridades de hombres y mujeres. Y, si respetamos la libre elección de cada uno, esas decisiones llevarán a resultados distintos.

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