THE OBJECTIVE
Daniel Ramirez Garcia-Mina

Nos hace morir

Si se busca el silencio, se pelea contra el ruido, y se consigue evitar la corriente mundana; uno podrá escuchar el sonido de la metralla, el chasquido de los gatillos, y la caída del hombre entre las ruinas, o por lo menos imaginarlo.

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Nos hace morir

Si se busca el silencio, se pelea contra el ruido, y se consigue evitar la corriente mundana; uno podrá escuchar el sonido de la metralla, el chasquido de los gatillos, y la caída del hombre entre las ruinas, o por lo menos imaginarlo.

Si se cierran los ojos y se bucea en la oscuridad que aparece, se puede llegar a muchos sitios. Si se va en línea recta —con concentración y cuidado de no abrirlos— y se espera con paciencia, uno podrá ver esa montaña de escombros, a ese niño subido en la cima del horror, o por lo menos imaginarlo.

Si se busca el silencio, se pelea contra el ruido, y se consigue evitar la corriente mundana; uno podrá escuchar el sonido de la metralla, el chasquido de los gatillos, y la caída del hombre entre las ruinas, o por lo menos imaginarlo.

Si se abren las manos con las palmas hacia arriba, sin nada que las roce; podrán sentirse las gotas de una lluvia ácida, el polvo que antes fue edificio, y las lágrimas de aquellos que se pierden continuamente, para no volver a encontrarse nunca más.

Ojalá pudiéramos meter la mano en la llaga, en las heridas, como lo hizo Tomás Dídimo, antes de ser santo. Porque no hay que ser santo para sentir la sangre ajena como propia, o sí. Esa llaga, esas heridas, están demasiado lejos. Aunque la sangre, cuando contagia, empieza a tenerse en cuenta.

Ya lo dijo El Drogas, después de haber salido de la Barricada: «Al fondo queda la causa de la lejanía, que nos tiende la trampa, que nos da la espalda, que nos seca el jardín, que nos rompe las alas, que nos quita el aire siete días a la semana, y como un terremoto nos hace morir». Es allí, tan solo a muchos kilómetros de oscuridad y en línea recta, donde los que respiran el mismo aire que el nuestro dejan de hacerlo, donde los que besan como nosotros olvidan el cariño, donde los que caminan por el mismo suelo se hunden entre los escombros.

Nos hace morir, sí. Aunque no lo sepamos. Vamos muriendo, uno a uno…

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