Sangre en la nieve
«Sus gritos hipócritas de ‘no a la guerra’ significan ‘viva la invasión’»
Las sorpresas históricas, los golpes de timón de la fortuna, nos colocan en situaciones muy interesantes para averiguar quiénes somos. La invasión de Ucrania por el ejército de Putin nos obliga a pensar si la Europa que siempre hemos identificado con los grandes países originarios, Francia, Alemania, Italia, España, no debe ahora incluir una parte del Este que se solía distinguir como «la Rusia blanca», referida a Bielorrusia, pero que abarcaba también en la imaginación a Ucrania y otras comunidades. No es fácil de decidir, porque este desdichado país ha sido una colonia permanente del imperialismo ruso y si ya cuesta imaginar a Polonia, el viejo Gran Ducado de Moscovia, como un país europeo, mucho más difícil es poner a Ucrania en el mapa. Desconocíamos incluso el nombre de sus más importantes ciudades y solo ahora el horror de la sangre las pone en el mapa: las vamos conociendo a medida que arden. Y sin embargo, me parece que no habrá más remedio que reinventar la Europa tradicional y añadirle este nuevo e inesperado país porque las heridas de frontera se suturan con fuego.
Si eso sucede, entonces no me cabe duda de que deberemos hacer sacrificios por los nuevos europeos. Es el dolor y el sufrimiento de las guerras (es decir, las injustas y fascistas como la de Putin) el metal perfecto para la soldadura de los países por extraños que fueran entre sí. Pasaremos frío, seremos más pobres, nos dolerá la guerra (infinitamente menos que a ellos), pero algo nos dolerá y ese dolor será la intangible materia que nos una. Sin dolor y sacrificio es imposible que aceptemos a un nuevo país europeo con la naturalidad del núcleo histórico. No obstante, debo añadir que no creo que Ucrania pueda salvarse gracias a Europa si no lo es por medio de la misma población rusa. Solo un levantamiento contra Putin, dentro del país, puede acabar con la invasión. Posibilidad muy remota dado el carácter sumiso de la población en las inmensas regiones orientales, a menos que los oligarcas, movidos por su codicia, establezcan relaciones especiales con el Ejército y la Policía, algo que no parece probable en gente dedicada a ver el mundo desde el puente de mando de un yate.
Por desgracia, todo esto sucede cuando nosotros soportamos el Gobierno más cínico, estúpido e inútil de toda la historia democrática española. No podemos disimular que medio Gobierno actual está aliado con Putin de manera oscura y subrepticia. Sus gritos hipócritas de «no a la guerra» significan «viva la invasión». Que semejantes elementos continúen formando parte de un gobierno con pretensiones democráticas da idea de la degradación moral de su jefe, Sánchez, y de un partido, el PSOE, que está dejando de pertenecer al ámbito democrático europeo. Este increíble presidente está jubiloso de que el PP pacte con Vox para así acusarle de toda clase de inmundicias, cuando es su gobierno el que ha pactado con los que promueven homenajes a terroristas y tienen una unión oscura con Putin en Cataluña. Sánchez ha pactado el Gobierno más infantiloide de Europa, pero también el más cínico: se hincha acusando a los demás de sus propias felonías. El problema es que hay gente que se lo cree, aunque solo sea porque pertenecen a la nube clientelar.